18/12/2017, 18:45
«¿Dos días? ¡Por las tetas de Amaterasu, este tipo piensa tenerme aquí esperando dos días!»
Para cuando Akame quiso replicar, el Uchiha de Kusa ya se había levantado y, ni corto ni perezoso, había desaparecido tras la esquina de la terraza. El uzujin se quedó allí sentado con dos palmos de narices y la taza de té humeante entre las manos.
—Bueno, supongo que así al menos me dará tiempo a terminarme el libro —murmuró, pensando en voz alta, y luego volvió a arrebujarse en la capa.
Llamó a la camarera y pidió otro té junto con un buen desayuno. Ya tenía guía, y le iba a salir bien barato; aquello había que celebrarlo. Después se ocuparía de repasar las decenas de notas que tenía sobre el libro del Templo de Uróboros, e incluso quizás de hacer algo de turismo. Al fin y al cabo, uno no se encontraba en Tane-Shigai —una ciudad de ensueño— todos los días.
—Ralexion-san.
La voz serena pero dura de Akame sorprendería a kusajin por la espalda. Si éste se volteaba, distinguría la inconfundible y escuálida figura del genin de Uzu a un lado del camino, apartado del flujo de comerciantes, artesanos, soldados y demás gentes que ingresaban o salían de la ciudad a aquellas horas tan tempranas. «Al menos es puntual», se dijo Akame.
El Uchiha vestía con su vieja capa de viaje amarronada. Bajo ésta, una camisa de mangas largas y cuello alto de color azul marino, pantalones de tonalidad arena y botas altas negras. Sus portaobjetos ninja donde solían —muslo y cintura—, y su vieja espada colgada de la mochila militar que llevaba a la espalda. No había rastro de su bandana, así como Ralexion tampoco exhibía la de la Hierba. Aquel era un trabajo extraoficial.
—Dijiste día y medio, menos si íbamos con prisa, ¿no? —cuestionó el uzujin—. Ya he perdido dos días, así que en efecto... Tenemos prisa. No hay un minuto que perder.
Y así Akame se colocó junto a la roca sobre la que descansaba su pariente lejano, esperando que éste descendiera y emprendiera la marcha.
Llevaba provisiones, su equipamiento ninja, el libro que había robado del despacho de Muten Rōshi y el corazón cargado de preguntas, con la esperanza de que aquel viaje respondiese a unas cuantas.
Para cuando Akame quiso replicar, el Uchiha de Kusa ya se había levantado y, ni corto ni perezoso, había desaparecido tras la esquina de la terraza. El uzujin se quedó allí sentado con dos palmos de narices y la taza de té humeante entre las manos.
—Bueno, supongo que así al menos me dará tiempo a terminarme el libro —murmuró, pensando en voz alta, y luego volvió a arrebujarse en la capa.
Llamó a la camarera y pidió otro té junto con un buen desayuno. Ya tenía guía, y le iba a salir bien barato; aquello había que celebrarlo. Después se ocuparía de repasar las decenas de notas que tenía sobre el libro del Templo de Uróboros, e incluso quizás de hacer algo de turismo. Al fin y al cabo, uno no se encontraba en Tane-Shigai —una ciudad de ensueño— todos los días.
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—Ralexion-san.
La voz serena pero dura de Akame sorprendería a kusajin por la espalda. Si éste se volteaba, distinguría la inconfundible y escuálida figura del genin de Uzu a un lado del camino, apartado del flujo de comerciantes, artesanos, soldados y demás gentes que ingresaban o salían de la ciudad a aquellas horas tan tempranas. «Al menos es puntual», se dijo Akame.
El Uchiha vestía con su vieja capa de viaje amarronada. Bajo ésta, una camisa de mangas largas y cuello alto de color azul marino, pantalones de tonalidad arena y botas altas negras. Sus portaobjetos ninja donde solían —muslo y cintura—, y su vieja espada colgada de la mochila militar que llevaba a la espalda. No había rastro de su bandana, así como Ralexion tampoco exhibía la de la Hierba. Aquel era un trabajo extraoficial.
—Dijiste día y medio, menos si íbamos con prisa, ¿no? —cuestionó el uzujin—. Ya he perdido dos días, así que en efecto... Tenemos prisa. No hay un minuto que perder.
Y así Akame se colocó junto a la roca sobre la que descansaba su pariente lejano, esperando que éste descendiera y emprendiera la marcha.
Llevaba provisiones, su equipamiento ninja, el libro que había robado del despacho de Muten Rōshi y el corazón cargado de preguntas, con la esperanza de que aquel viaje respondiese a unas cuantas.