18/12/2017, 19:50
La marcha avanzó a buen ritmo durante el primer tramo, que ocupó todas las horas desde el amanecer hasta el mediodía. Akame no estaba habituado a moverse por parajes como aquel —acostumbrado a los caminos limpios y las llanuras de Uzu no Kuni—, pero lo compensaba con un estado de forma física claramente superior al de Ralexion. Si él se enreada de vez en cuando con alguna rama, o por un momento perdía completamente de vista el Norte, su guía era notablemente más lento y torpe. «Al menos tiene buenos pulmones», pensó Akame cuando hicieron una parada.
El Sol brillaba alto en el cielo, despejado aquel día, aunque ellos no pudieran disfrutarlo. Las frondosas copas de los árboles a su alrededor hacían las veces de sombrilla —inoportunamente, pues estaban en Invierno— manteniendo la temperatura fría y el aire húmedo.
—Ah, paremos para comer. Me muero de hambre —confesó Akame, que no había probado bocado desde que salieran de la Aldea.
Si Ralexion accedía, el Uchiha buscaría descender hasta el suelo. Una vez allí buscaría un sitio donde el follaje clarease y apartaría algunas ramas. Habiéndose hecho un hueco decente en la tierra, el uzujin sacaría un bocadillo envuelto en papel de arroz y echaría mano de su fiel cantimplora. Luego dejaría la mochila en el suelo y se sentaría sobre ella.
—Así que de Kusa, ¿eh? —diría, por fin, luego de haber masticado durante unos momentos el primer bocado de su sabroso almuerzo—. No recuerdo haberte visto en el Torneo. Te graduaste hace poco, ¿verdad? —quiso saber el del Remolino.
El Sol brillaba alto en el cielo, despejado aquel día, aunque ellos no pudieran disfrutarlo. Las frondosas copas de los árboles a su alrededor hacían las veces de sombrilla —inoportunamente, pues estaban en Invierno— manteniendo la temperatura fría y el aire húmedo.
—Ah, paremos para comer. Me muero de hambre —confesó Akame, que no había probado bocado desde que salieran de la Aldea.
Si Ralexion accedía, el Uchiha buscaría descender hasta el suelo. Una vez allí buscaría un sitio donde el follaje clarease y apartaría algunas ramas. Habiéndose hecho un hueco decente en la tierra, el uzujin sacaría un bocadillo envuelto en papel de arroz y echaría mano de su fiel cantimplora. Luego dejaría la mochila en el suelo y se sentaría sobre ella.
—Así que de Kusa, ¿eh? —diría, por fin, luego de haber masticado durante unos momentos el primer bocado de su sabroso almuerzo—. No recuerdo haberte visto en el Torneo. Te graduaste hace poco, ¿verdad? —quiso saber el del Remolino.