19/12/2017, 17:09
El Uchiha del Remolino se limitó a asentir con indiferencia ante las palabras de Ralexion. Todavía no era capaz de dilucidar si el de Kusa le estaba intentando tomar el pelo o si de verdad le admiraba lo suficiente como para llamarle senpai. «¿Qué demonios le pasa a este tío?» Sea como fuere, Akame todavía necesitaba a su guía; eso dejaba fuera de la mesa cualquier tipo de conflicto o cuestionamiento que pudiera ofender al lugareño.
Ralexion tomó su shuriken, lo limpió y lo devolvió a su lugar antes de contestar a la gran pregunta. Akame ya se había imaginado la respuesta, de modo que no le cogió de improvisto; y aun así, eso no lo hizo todo más esperanzador. «Maldita sea, tendría que haber previsto algo así», se lamentó el uzujin. Entonces Ralexion le ofreció compartir el agua.
—Gracias, Ralexion-san. Es un gesto muy amable por tu parte —contestó el del Remolino—. Esperemos toparnos con algún río durante el resto del camino y que no sea necesario.
A Akame no le gustaba tener que confiar en nadie más que de sí mismo, y en aquel momento se vió condicionado a más no poder por aquel chico de Kusa. De él dependía para llegar y volver de los templos, y para no morir de sed. «Joder, en menuda me hallo...»
Sea como fuere, los genin acabaron por retomar la marcha, esta vez a paso sobre el firme suelo. Mientras recorrían el espeso bosque, Akame iba repasando mentalmente las notas sobre el Templo que llevaba en la mochila.
Ralexion tomó su shuriken, lo limpió y lo devolvió a su lugar antes de contestar a la gran pregunta. Akame ya se había imaginado la respuesta, de modo que no le cogió de improvisto; y aun así, eso no lo hizo todo más esperanzador. «Maldita sea, tendría que haber previsto algo así», se lamentó el uzujin. Entonces Ralexion le ofreció compartir el agua.
—Gracias, Ralexion-san. Es un gesto muy amable por tu parte —contestó el del Remolino—. Esperemos toparnos con algún río durante el resto del camino y que no sea necesario.
A Akame no le gustaba tener que confiar en nadie más que de sí mismo, y en aquel momento se vió condicionado a más no poder por aquel chico de Kusa. De él dependía para llegar y volver de los templos, y para no morir de sed. «Joder, en menuda me hallo...»
Sea como fuere, los genin acabaron por retomar la marcha, esta vez a paso sobre el firme suelo. Mientras recorrían el espeso bosque, Akame iba repasando mentalmente las notas sobre el Templo que llevaba en la mochila.