19/12/2017, 19:03
—Sí, trato hecho —respondió Akame, con un suspiro de resignación.
«Espero no estar equivocándome con este chico...» No era poca cosa lo que acababa de ofrecerle a Ralexion, y aunque ya estaba pensando en títulos muy básicos y apenas introductorios a la historia del clan, Akame no podía evitar que se le formase un nudo en el estómago. «Meh, le dejaré "Historia Antigua del Clan Uchiha" y "La saga de Konohagakure no Sato". ¿Quién podría decir que estoy traicionando a la Aldea? Nadie, nadie...»
Continuaron andando durante un rato más —el Uchiha ya había perdido la noción del tiempo—, y Akame no paró ni un sólo momento de darle vueltas al asunto. Aquel kusajin no parecía mala persona, pero tampoco cabía duda de que era extremadamente novato e inocente. ¿De verdad quería confiarle alguno de sus preciados volúmenes a una persona así?
—Eh, Ralexion-san —llamó la atención del otro sin previo aviso—. Que este trato quede entre nosotros, ¿quieres?
Quizá sólo lo estaba haciendo porque, por fin, había encontrado a alguien a quien la historia de su antiguo linaje le interesaba tanto como a él.
El Sol ya caía en el cielo, tras las frondosas copas de los árboles, cuando los muchachos divisaron un claro más adelante. La foresta se abría de forma inequívoca para dejar paso a una ligera depresión, tan marrón y verde como todo lo demás, donde el efecto de la mano del hombre era notable incluso a pesar de que debía llevar muchísimo tiempo abandonada. Una edificación de piedra muy vieja, cubierta de enredaderas y verdina, se alzaba en el centro exacto del claro.
—¡Por Amaterasu! —exclamó Akame nada más sus ojos contemplaron aquella obra—. Es aquí, sin duda.
El Uchiha se acercó, impaciente, sorteando los despojos de piedra y ruina que había repartidos por el paisaje, como si un dios gigantesco los hubiera arrojado con indiferencia. Al llegar ante las puertas del edificio se descolgó la mochila, abrió uno de sus múltiples bolsillos y sacó el libro de historia del profesor Rōshi. Entonces lo alzó frente a sí, alineando la fotografía de la portada con la entrada de aquella antigua construcción...
Y lo vió. El símbolo que aparecía en la fotografía del manuscrito estaba visiblemente tallado en la misma piedra del arco de la entrada. Una serpiente devorándose a sí misma, formando un círculo perfecto.
—Uróboros... —musitó el Uchiha—. Lo conseguiste, Ralexion-san.
Encontrar un lugar en el claro donde asentarse no les sería difícil, y mucho menos hacer una pequeña hoguera. Akame había acampado a la intemperie las veces suficientes como para poder encargarse de todo aquello sin dificultad. Reunió algunas ramas secas, hizo un cerco con piedras y luego prendió fuego a la madre con una sencilla técnica de su Katon.
Al calor de la lumbre, mientras el cielo se teñía de naranjas y violetas, el uzujin se sentó sobre su mochila mientras bebía las últimas gotas de agua de su cantimplora. Entonces pensó en algo, algo que llevaba rumiando durante el camino desde que prometiese a Ralexion uno de sus libros sobre el Clan como pago.
—¿Sabes, Ralexion-san? Creo que antes de confiarte los secretos de nuestra sangre, necesito comprobar algo —Akame se levantó, quitándose su capa de viaje y ajustando las correas de sus portaobjetos y espada. Luego caminó hasta alejarse una docena de pasos de la hoguera, y se dirigió a su guía—. Vamos, acércate. Ahora quiero que intentes golpearme.
Los ojos del genin habían cambiado de color para abrazar aquel rojo sangre tan característico de su clan, con tres aspas negras en torno a cada pupila.
—No puedo dejar mis preciados volúmenes a un cualquiera. Un apellido no es suficiente. Vamos, demuéstrame qué has aprendido en Kusagakure.
«Espero no estar equivocándome con este chico...» No era poca cosa lo que acababa de ofrecerle a Ralexion, y aunque ya estaba pensando en títulos muy básicos y apenas introductorios a la historia del clan, Akame no podía evitar que se le formase un nudo en el estómago. «Meh, le dejaré "Historia Antigua del Clan Uchiha" y "La saga de Konohagakure no Sato". ¿Quién podría decir que estoy traicionando a la Aldea? Nadie, nadie...»
Continuaron andando durante un rato más —el Uchiha ya había perdido la noción del tiempo—, y Akame no paró ni un sólo momento de darle vueltas al asunto. Aquel kusajin no parecía mala persona, pero tampoco cabía duda de que era extremadamente novato e inocente. ¿De verdad quería confiarle alguno de sus preciados volúmenes a una persona así?
—Eh, Ralexion-san —llamó la atención del otro sin previo aviso—. Que este trato quede entre nosotros, ¿quieres?
Quizá sólo lo estaba haciendo porque, por fin, había encontrado a alguien a quien la historia de su antiguo linaje le interesaba tanto como a él.
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El Sol ya caía en el cielo, tras las frondosas copas de los árboles, cuando los muchachos divisaron un claro más adelante. La foresta se abría de forma inequívoca para dejar paso a una ligera depresión, tan marrón y verde como todo lo demás, donde el efecto de la mano del hombre era notable incluso a pesar de que debía llevar muchísimo tiempo abandonada. Una edificación de piedra muy vieja, cubierta de enredaderas y verdina, se alzaba en el centro exacto del claro.
—¡Por Amaterasu! —exclamó Akame nada más sus ojos contemplaron aquella obra—. Es aquí, sin duda.
El Uchiha se acercó, impaciente, sorteando los despojos de piedra y ruina que había repartidos por el paisaje, como si un dios gigantesco los hubiera arrojado con indiferencia. Al llegar ante las puertas del edificio se descolgó la mochila, abrió uno de sus múltiples bolsillos y sacó el libro de historia del profesor Rōshi. Entonces lo alzó frente a sí, alineando la fotografía de la portada con la entrada de aquella antigua construcción...
Y lo vió. El símbolo que aparecía en la fotografía del manuscrito estaba visiblemente tallado en la misma piedra del arco de la entrada. Una serpiente devorándose a sí misma, formando un círculo perfecto.
—Uróboros... —musitó el Uchiha—. Lo conseguiste, Ralexion-san.
Encontrar un lugar en el claro donde asentarse no les sería difícil, y mucho menos hacer una pequeña hoguera. Akame había acampado a la intemperie las veces suficientes como para poder encargarse de todo aquello sin dificultad. Reunió algunas ramas secas, hizo un cerco con piedras y luego prendió fuego a la madre con una sencilla técnica de su Katon.
Al calor de la lumbre, mientras el cielo se teñía de naranjas y violetas, el uzujin se sentó sobre su mochila mientras bebía las últimas gotas de agua de su cantimplora. Entonces pensó en algo, algo que llevaba rumiando durante el camino desde que prometiese a Ralexion uno de sus libros sobre el Clan como pago.
—¿Sabes, Ralexion-san? Creo que antes de confiarte los secretos de nuestra sangre, necesito comprobar algo —Akame se levantó, quitándose su capa de viaje y ajustando las correas de sus portaobjetos y espada. Luego caminó hasta alejarse una docena de pasos de la hoguera, y se dirigió a su guía—. Vamos, acércate. Ahora quiero que intentes golpearme.
Los ojos del genin habían cambiado de color para abrazar aquel rojo sangre tan característico de su clan, con tres aspas negras en torno a cada pupila.
—No puedo dejar mis preciados volúmenes a un cualquiera. Un apellido no es suficiente. Vamos, demuéstrame qué has aprendido en Kusagakure.