20/12/2017, 22:54
(Última modificación: 20/12/2017, 22:55 por Uchiha Akame.)
Amparados por la Linterna Resplandeciente, los Uchiha dieron sus primeros pasos en el Templo de Uróboros, internándose en él mediante un pasillo en el que cabían hasta cuatro personas una al lado de otra.
Al instante, se les hicieron evidentes varias cosas. La primera, que de no ser por la técnica ígnea de Akame, estarían tiritando de frío. Pues incluso aunque aquella esfera de chakra Katon emitía el mismo calor que la hoguera que habían dejado atrás —apagada— en su improvisado campamento, si uno se despegaba lo suficiente de ella podía sentir un frío húmedo y pegajoso que se les colaba por entre las ropas y permeaba hasta los huesos.
La segunda, que aquella construcción debía ser extremadamente antigua y que llevaba mucho tiempo abandonada. Las losas de piedra en el suelo, las paredes y el techo estaban cubiertas de polvo y moho, y de entre las grietas de los bloques nacían enredaderas que en ocasiones llegaban a cubrir una extensa superficie.
Akame avanzó con cuidado, alumbrando el camino delante de ellos gracias al Kaijudentō no Jutsu, hasta que frente a él vio cómo el suelo dejaba paso a una baldosa de oscuridad.
—Alto —susurró, alzando la mano derecha con el puño cerrado.
Avanzó con cuidado hasta quedar a apenas medio metro del hueco que se abría en el suelo, en su camino. Era perfectamente cuadrado y abarcaba toda la extensión del suelo, dejando apenas un pequeño pretil de unos cinco centímetros de superficie a cada lado. Era tan profundo que la luz del jutsu de Akame no llegaba a alumbrar el fondo, haciendo que pareciese un pozo de oscuridad misma. El Uchiha movió el brazo derecho hacia delante y la canica de chakra ígneo salió disparada, como una pequeña bengala, hacia la negrura del hueco.
—La puta madre.
Allí, los muchachos pudieron ver el fondo; repleto de afiladas estacas apuntando hacia ellos con los huesos de más de un desafortunado aventurero incrustados entre las mismas. En una de las paredes del fondo parecía haber un hueco, pequeño y oscuro.
Al instante, se les hicieron evidentes varias cosas. La primera, que de no ser por la técnica ígnea de Akame, estarían tiritando de frío. Pues incluso aunque aquella esfera de chakra Katon emitía el mismo calor que la hoguera que habían dejado atrás —apagada— en su improvisado campamento, si uno se despegaba lo suficiente de ella podía sentir un frío húmedo y pegajoso que se les colaba por entre las ropas y permeaba hasta los huesos.
La segunda, que aquella construcción debía ser extremadamente antigua y que llevaba mucho tiempo abandonada. Las losas de piedra en el suelo, las paredes y el techo estaban cubiertas de polvo y moho, y de entre las grietas de los bloques nacían enredaderas que en ocasiones llegaban a cubrir una extensa superficie.
Akame avanzó con cuidado, alumbrando el camino delante de ellos gracias al Kaijudentō no Jutsu, hasta que frente a él vio cómo el suelo dejaba paso a una baldosa de oscuridad.
—Alto —susurró, alzando la mano derecha con el puño cerrado.
Avanzó con cuidado hasta quedar a apenas medio metro del hueco que se abría en el suelo, en su camino. Era perfectamente cuadrado y abarcaba toda la extensión del suelo, dejando apenas un pequeño pretil de unos cinco centímetros de superficie a cada lado. Era tan profundo que la luz del jutsu de Akame no llegaba a alumbrar el fondo, haciendo que pareciese un pozo de oscuridad misma. El Uchiha movió el brazo derecho hacia delante y la canica de chakra ígneo salió disparada, como una pequeña bengala, hacia la negrura del hueco.
—La puta madre.
Allí, los muchachos pudieron ver el fondo; repleto de afiladas estacas apuntando hacia ellos con los huesos de más de un desafortunado aventurero incrustados entre las mismas. En una de las paredes del fondo parecía haber un hueco, pequeño y oscuro.