21/12/2017, 14:53
Akame estaba de acuerdo con sus ideas, y en un periquete la luz y el calor retornó a los alrededores de ambos jóvenes, para alivio del kusajin.
Era momento de seguir avanzando, esta vez de forma vertical, desafiando a las leyes de la gravedad. «Lo bueno de que vaya él delante es que al menos no soy YO quien tiene que probar el terreno desconocido», se expresó a sí mismo de forma acelerada. No es que le deseara ningún mal a Akame, pero él era la mente tras la expedición y el pelinegro no atesoraba la idea de terminar sus días en un agujero del suelo en un templo dejado de la mano de dios.
La estructura parecía dañada, dispuesta a derrumbarse ante la mínima provocación, a juzgar por las palabras del otro Uchiha. Al fin y al cabo no resultaba de extrañar. Ralexion le siguió el rastro a Akame manteniendo la misma distancia que antes, asegurándose de pisar en los mismos sectores que había hecho el escuálido shinobi. Iba tenso, preparado para saltar en cuanto fuera necesario, la mirada fija sobre el intimidante abismo que era la trampa a sus pies.
Lograron dejar atrás el socavón —Akame no fue el único que suspiró de alivio entonces— y arribar a la siguiente zona del santuario, la cual se trataba de una cámara de considerable tamaño, atosigada por el paso del tiempo. Lo más llamativo de esta era el altar en su centro, en especial la figura sobre la peana circular. «¿Es Akame un asaltador de tumbas? ¿Es esto lo que busca?», pensó, curioso.
—Seguro que si sacas ese ídolo del altar rompe la pared una roca dispuesta a aplastarnos, o algo así —comentó, jocoso.
Era momento de seguir avanzando, esta vez de forma vertical, desafiando a las leyes de la gravedad. «Lo bueno de que vaya él delante es que al menos no soy YO quien tiene que probar el terreno desconocido», se expresó a sí mismo de forma acelerada. No es que le deseara ningún mal a Akame, pero él era la mente tras la expedición y el pelinegro no atesoraba la idea de terminar sus días en un agujero del suelo en un templo dejado de la mano de dios.
La estructura parecía dañada, dispuesta a derrumbarse ante la mínima provocación, a juzgar por las palabras del otro Uchiha. Al fin y al cabo no resultaba de extrañar. Ralexion le siguió el rastro a Akame manteniendo la misma distancia que antes, asegurándose de pisar en los mismos sectores que había hecho el escuálido shinobi. Iba tenso, preparado para saltar en cuanto fuera necesario, la mirada fija sobre el intimidante abismo que era la trampa a sus pies.
Lograron dejar atrás el socavón —Akame no fue el único que suspiró de alivio entonces— y arribar a la siguiente zona del santuario, la cual se trataba de una cámara de considerable tamaño, atosigada por el paso del tiempo. Lo más llamativo de esta era el altar en su centro, en especial la figura sobre la peana circular. «¿Es Akame un asaltador de tumbas? ¿Es esto lo que busca?», pensó, curioso.
—Seguro que si sacas ese ídolo del altar rompe la pared una roca dispuesta a aplastarnos, o algo así —comentó, jocoso.