28/12/2017, 17:20
(Última modificación: 28/12/2017, 23:42 por Uchiha Akame.)
—Sus calaveras, señor.
Akame soltó una carcajada seca que reverberó en las paredes de la sala y tomó en los brazos aquellos cráneos polvorientos que su guía le ofrecía. Cogió el primero con la mano derecha, flexionó las rodillas y lanzó la calavera rodando como si fuera una bola de bolos. El peculiar sonido de los golpes al rebotar en el suelo inundó la sala mientras aquella pelota de hueso avanzaban, imparable, hacia el foso con agua. El Uchiha se mantuvo expectante hasta que, finalmente, el cráneo cayó por el borde con un sonoro glup.
—Parece despejado por aquí... —musitó, para luego desplazarse unos cuantos pasos lateralmente y repetir el proceso.
La segunda calavera rodó igual que la primera, rebotando en el suelo de piedra varias veces hasta caer al foso y hundirse junto a su compañera. Luego, Akame hizo lo propio con el último cráneo, con idénticos resultados.
Exultante, el Uchiha se irguió con una sonrisa de suficiencia en el rostro.
—La sala está limpia —afirmó con una seguridad que más parecía propia del arquitecto original del Templo—. Si hay trampas, no están en el suelo frente a nosotros.
Así pues, el uzujin se armó de valor —pese a todo seguía albergando sospechas— y pisó con delicadeza la primera baldosa de piedra. Nada ocurrió. Luego adelantó el pie izquierdo y pisó la siguiente. Nada. Continuó caminando a paso lento —primero— y más rápido —después—, hasta que llegó al borde del foso inundado. Alargó el cuello para intentar distinguir algo, pero el agua estaba sucia y oscura como un pozo de brea.
Alzó la vista. Al otro lado estaba el modesto pedestal, y sobre él una gema de color índigo que refulgía vagamente en la oscuridad.
—¿Qué demonios...? —Akame, con su Sharingan activado, era capaz de ver como una leve capa de energía, apenas perceptible, recubría la joya.
Entonces ocurrió.
Una manta de agua cayó sobre los genin como una ola, generada por algo increíblemente grande que acababa de emerger del foso con un chirrido sobrenatural. Akame se apartó por puro instinto poniendo algo de distancia entre él y aquella cosa gigantesca que se erguía frente a ellos. Parecía gruesa y alargada, y se arrastraba sobre las losas de piedra. Pero lo más preocupante de todo era que emitía una cantidad ingente de un chakra púrpura —visible con el Sharingan— parecido al de la gema que descansaba sobre el pedestal al otro lado del foso con agua.
En la oscuridad, los muchachos pudieron distinguir dos esferas amarillas que se encendieron como lámparas de aceite.
Aquella criatura emitió otro chirrido que obligó a los Uchiha a taparse los oídos, y se abalanzó sobre ellos. Akame se tiró a un lado, tratando de esquivar la mole que se le venía encima. Entonces lo distinguió claramente, a la luz de su Linterna Resplandeciente.
Era una serpiente; enorme. Debía medir por lo menos seis metros de largo —y parte de su cuerpo estaba todavía sumergido en el pozo— y era gruesa como una de las columnas de piedra en la entrada del templo. Su cabeza era tan grande como para engullir a uno de los genin de cintura para arriba con un sólo bocado.
El reptil se estrelló contra una de las paredes de la sala provocando un estruendo ensordecedor, y siseó con furia al sentir que no había impactado en ninguno de los dos muchachos. Entonces empezó a retraerse —con mayor lentitud que cuando se lanzó momentos antes— para recuperar la visual sobre sus dos presas.
Akame soltó una carcajada seca que reverberó en las paredes de la sala y tomó en los brazos aquellos cráneos polvorientos que su guía le ofrecía. Cogió el primero con la mano derecha, flexionó las rodillas y lanzó la calavera rodando como si fuera una bola de bolos. El peculiar sonido de los golpes al rebotar en el suelo inundó la sala mientras aquella pelota de hueso avanzaban, imparable, hacia el foso con agua. El Uchiha se mantuvo expectante hasta que, finalmente, el cráneo cayó por el borde con un sonoro glup.
—Parece despejado por aquí... —musitó, para luego desplazarse unos cuantos pasos lateralmente y repetir el proceso.
La segunda calavera rodó igual que la primera, rebotando en el suelo de piedra varias veces hasta caer al foso y hundirse junto a su compañera. Luego, Akame hizo lo propio con el último cráneo, con idénticos resultados.
Exultante, el Uchiha se irguió con una sonrisa de suficiencia en el rostro.
—La sala está limpia —afirmó con una seguridad que más parecía propia del arquitecto original del Templo—. Si hay trampas, no están en el suelo frente a nosotros.
Así pues, el uzujin se armó de valor —pese a todo seguía albergando sospechas— y pisó con delicadeza la primera baldosa de piedra. Nada ocurrió. Luego adelantó el pie izquierdo y pisó la siguiente. Nada. Continuó caminando a paso lento —primero— y más rápido —después—, hasta que llegó al borde del foso inundado. Alargó el cuello para intentar distinguir algo, pero el agua estaba sucia y oscura como un pozo de brea.
Alzó la vista. Al otro lado estaba el modesto pedestal, y sobre él una gema de color índigo que refulgía vagamente en la oscuridad.
—¿Qué demonios...? —Akame, con su Sharingan activado, era capaz de ver como una leve capa de energía, apenas perceptible, recubría la joya.
Entonces ocurrió.
FLUOAAAAAAAAAAAAASH
Una manta de agua cayó sobre los genin como una ola, generada por algo increíblemente grande que acababa de emerger del foso con un chirrido sobrenatural. Akame se apartó por puro instinto poniendo algo de distancia entre él y aquella cosa gigantesca que se erguía frente a ellos. Parecía gruesa y alargada, y se arrastraba sobre las losas de piedra. Pero lo más preocupante de todo era que emitía una cantidad ingente de un chakra púrpura —visible con el Sharingan— parecido al de la gema que descansaba sobre el pedestal al otro lado del foso con agua.
En la oscuridad, los muchachos pudieron distinguir dos esferas amarillas que se encendieron como lámparas de aceite.
Aquella criatura emitió otro chirrido que obligó a los Uchiha a taparse los oídos, y se abalanzó sobre ellos. Akame se tiró a un lado, tratando de esquivar la mole que se le venía encima. Entonces lo distinguió claramente, a la luz de su Linterna Resplandeciente.
Era una serpiente; enorme. Debía medir por lo menos seis metros de largo —y parte de su cuerpo estaba todavía sumergido en el pozo— y era gruesa como una de las columnas de piedra en la entrada del templo. Su cabeza era tan grande como para engullir a uno de los genin de cintura para arriba con un sólo bocado.
El reptil se estrelló contra una de las paredes de la sala provocando un estruendo ensordecedor, y siseó con furia al sentir que no había impactado en ninguno de los dos muchachos. Entonces empezó a retraerse —con mayor lentitud que cuando se lanzó momentos antes— para recuperar la visual sobre sus dos presas.