3/01/2018, 01:01
«A ver cómo termina este delirio »pensaba la kunoichi, bastante fastidiada de lo que se veía obligada a soportar por una simple droga, aunque claro que era culpa suya por fiarse de una traidora que le había metido la píldora en la boca por la fuerza. Algún detalle le podría haber dado, como el tiempo de duración o algo similar, efectos secundarios o algo, pero no, y así estaba, suponiendo que seguía delirando.
—Supongamos —respondió a la primera pregunta.
¿Por qué tenerle miedo? Si el último golpe que le dieron casi que gusto le había dado. ¿O fue el anteúltimo?
A pesar de esto, Katame volvió a ordenarle realizar la técnica y esta vez, ya sin siquiera el plantearse molestar al hombre, realizó la técnica a pesar de tener el grillete y vaya, había funcionado.
Tras disiparse la nube de humo, podría verse en el lugar de la Kageyama a una mujer de cabello largo castaño, enmarañado y con algunas trenzas. Ojos color avellana y rostro fiero. Había imitado tanto como pudo incluyendo la vestimenta, pero si algo no sabía a ciencia cierta era la estatura exacta de la mujer ya que desde el piso no podía medir bien la estatura de las personas.
—Solo lo mato y ya está, ¿verdad? —consultó en lo que se miraba a sí misma, comprobando que no se le pasara ningún detalle.
A simple vista, y según el juicio de la pecosa, estaba todo en orden.
—Supongamos —respondió a la primera pregunta.
¿Por qué tenerle miedo? Si el último golpe que le dieron casi que gusto le había dado. ¿O fue el anteúltimo?
A pesar de esto, Katame volvió a ordenarle realizar la técnica y esta vez, ya sin siquiera el plantearse molestar al hombre, realizó la técnica a pesar de tener el grillete y vaya, había funcionado.
Tras disiparse la nube de humo, podría verse en el lugar de la Kageyama a una mujer de cabello largo castaño, enmarañado y con algunas trenzas. Ojos color avellana y rostro fiero. Había imitado tanto como pudo incluyendo la vestimenta, pero si algo no sabía a ciencia cierta era la estatura exacta de la mujer ya que desde el piso no podía medir bien la estatura de las personas.
—Solo lo mato y ya está, ¿verdad? —consultó en lo que se miraba a sí misma, comprobando que no se le pasara ningún detalle.
A simple vista, y según el juicio de la pecosa, estaba todo en orden.