4/01/2018, 03:01
—No.
Koko se dio la vuelta, y entonces sintió una señora nalgada en el culo.
—Pues venga. —Había sido Katame—. Que si te apuras todavía podemos divertirnos un poco más —le soltó, con una sonrisa lobuna dibujada en el rostro.
Luego, a no ser que aquel gesto la hiciese detenerse, Koko subió, sin prestar atención a las celdas que había a su izquierda, y, por tanto, averiguar qué había en ellas. El sonido de sus pasos le recordó al que, muchas horas atrás, había oído a la verdadera Yume cada vez que salía de su celda. Tras subir las escaleras, empezó a recorrer el largo pasillo, con puertas a la izquierda y nada a su derecha, ni siquiera una barandilla en la que apoyarse. Seis, siete, ocho…
Al fin, llegó a la novena puerta. Notó un olor dulzón tras ella, que le empapó el olfato nada más abrió la puerta, como si de pronto se hubiese zambullido en una piscina llena de perfume líquido. La estancia estaba iluminada por una tenue luz azulada, debido a las lámparas de papel de color azul que colgaban en lo alto de las paredes. Había una mesa redonda en el centro, una cama a la izquierda, y un armario a la derecha. De frente, y tras la mesa, su objetivo.
Zaide.
No fue hasta verlo que se dio cuenta de la música de fondo. Una melodía suave y melancólica, triste, surgida de las cuerdas de una guitarra. No era como la que había visto tocar a Datsue, sino mucho más gruesa y ancha, de madera. Zaide pareció percatarse de su presencia, porque rasgó la última cuerda y el sonido se apagó como la voz de alguien siendo estrangulado.
—¿Qué haces aquí?
Apenas era capaz de distinguir su rostro, o su figura, envuelto como estaba en la penumbra y su túnica. Lo que sí pudo apreciar es que estaba sentado, en lo que parecía un trono de piedra, con la guitarra entre sus manos. Lo que más le llamó la atención, sin embargo, fueron sus dientes. Unos dientes azules, que brillaban en la oscuridad como si fuesen neones fosforescentes.
Koko —que siempre se la había dado bien medir distancias—, apreció que entre ella y la mesa había seis metros, y que entre la mesa y Zaide otros seis. La mesa, por su parte, medía tres metros de diámetro. Es decir, quince metros separaban a verdugo y víctima. A ejecutora y reo. A asesina y sacrificado.
Koko se dio la vuelta, y entonces sintió una señora nalgada en el culo.
—Pues venga. —Había sido Katame—. Que si te apuras todavía podemos divertirnos un poco más —le soltó, con una sonrisa lobuna dibujada en el rostro.
Luego, a no ser que aquel gesto la hiciese detenerse, Koko subió, sin prestar atención a las celdas que había a su izquierda, y, por tanto, averiguar qué había en ellas. El sonido de sus pasos le recordó al que, muchas horas atrás, había oído a la verdadera Yume cada vez que salía de su celda. Tras subir las escaleras, empezó a recorrer el largo pasillo, con puertas a la izquierda y nada a su derecha, ni siquiera una barandilla en la que apoyarse. Seis, siete, ocho…
Al fin, llegó a la novena puerta. Notó un olor dulzón tras ella, que le empapó el olfato nada más abrió la puerta, como si de pronto se hubiese zambullido en una piscina llena de perfume líquido. La estancia estaba iluminada por una tenue luz azulada, debido a las lámparas de papel de color azul que colgaban en lo alto de las paredes. Había una mesa redonda en el centro, una cama a la izquierda, y un armario a la derecha. De frente, y tras la mesa, su objetivo.
Zaide.
No fue hasta verlo que se dio cuenta de la música de fondo. Una melodía suave y melancólica, triste, surgida de las cuerdas de una guitarra. No era como la que había visto tocar a Datsue, sino mucho más gruesa y ancha, de madera. Zaide pareció percatarse de su presencia, porque rasgó la última cuerda y el sonido se apagó como la voz de alguien siendo estrangulado.
—¿Qué haces aquí?
Apenas era capaz de distinguir su rostro, o su figura, envuelto como estaba en la penumbra y su túnica. Lo que sí pudo apreciar es que estaba sentado, en lo que parecía un trono de piedra, con la guitarra entre sus manos. Lo que más le llamó la atención, sin embargo, fueron sus dientes. Unos dientes azules, que brillaban en la oscuridad como si fuesen neones fosforescentes.
Koko —que siempre se la había dado bien medir distancias—, apreció que entre ella y la mesa había seis metros, y que entre la mesa y Zaide otros seis. La mesa, por su parte, medía tres metros de diámetro. Es decir, quince metros separaban a verdugo y víctima. A ejecutora y reo. A asesina y sacrificado.
![[Imagen: ksQJqx9.png]](https://i.imgur.com/ksQJqx9.png)
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado