4/01/2018, 15:11
Akame escuchó los gritos de júbilo de su compañero mientras las llamas que todavía ardían en el cadáver de la serpiente alumbraban la sala con su anaranjado titilar. Notaba la sangre viscosa y maloliente del reptil en su rostro y sus ropas y el cuerpo dolorido por el gasto de chakra. «A juzgar por su Gōkakyuu este chico es todavía bastante inexperto. Aun así lo ha hecho bien... Se nota que es un Uchiha», valoró Akame mientras trataba de recuperar el aliento. Luego se puso en pie, correspondiendo a los vítores del kusajin.
—Ahora ya conoces dos de mis técnicas más poderosas —dijo Akame, con un semblante repentinamente serio—. Por eso... Tendré que matarte.
Se puso en pie con un ágil salto y alzó ambas manos con el Sharingan todavía brillando en sus ojos, pero antes de que ninguno de los dos pudiera hacer nada más, el uzujin soltó una carcajada.
—Era broma, era broma... —dijo, todavía riendo.
Estaba feliz. Más que feliz, exultante. Sentía que aquella gema albergaba las respuestas a todas las incógnitas que había estado investigando durante unos largos y convulsos meses; y ahora la tenía allí, a su alcance. Un foso de agua estanca y sucia era cuanto se interponía entre él y el tesoro de Uróboros.
Akame caminó rodeando el gigantesco cadáver de la serpiente, todavía empapado de su sangre, hasta llegar al borde del foso. Luego examinó el agua durante unos instantes y, finalmente, recubrió la planta de su pie derecho con una fina capa de charka perfectamente controlada. Adelantó ese mismo pie y lo apoyó sobre la superficie tranquila del agua. «Nada». Hizo lo mismo con el zurdo; nada. Tratando de contener la anticipación que amenazaba con apoderarse de todo su ser, dirigió la vista hacia aquella amatista de la que emanaba el intenso chakra púrpura y cruzó el foso.
—¿Qué es esto...? —masculló mientras examinaba detenidamente la gema, aun sin tocarla. Nada más acercarse pudo notar una presión en las sienes y un zumbido en los oídos. Aquel chakra tan extraño parecía vibrar y revolverse como si tuviera vida propia.
El Uchiha alargó una mano para coger la gema... Y la retrajo al momento. «Nunca había visto una energía igual... Tocar directamente esta joya no es la opción más sabia». Akame se quitó la chaqueta empapada de la sangre del animal y envolvió la gema con ella, notando cómo reverberaba en el interior de la tela.
Luego se dio media vuelta y, de un salto, cruzó el foso. Aterrizó al otro lado flexionando las piernas y se dirigió a su guía.
—Salgamos de aquí.
—Ahora ya conoces dos de mis técnicas más poderosas —dijo Akame, con un semblante repentinamente serio—. Por eso... Tendré que matarte.
Se puso en pie con un ágil salto y alzó ambas manos con el Sharingan todavía brillando en sus ojos, pero antes de que ninguno de los dos pudiera hacer nada más, el uzujin soltó una carcajada.
—Era broma, era broma... —dijo, todavía riendo.
Estaba feliz. Más que feliz, exultante. Sentía que aquella gema albergaba las respuestas a todas las incógnitas que había estado investigando durante unos largos y convulsos meses; y ahora la tenía allí, a su alcance. Un foso de agua estanca y sucia era cuanto se interponía entre él y el tesoro de Uróboros.
Akame caminó rodeando el gigantesco cadáver de la serpiente, todavía empapado de su sangre, hasta llegar al borde del foso. Luego examinó el agua durante unos instantes y, finalmente, recubrió la planta de su pie derecho con una fina capa de charka perfectamente controlada. Adelantó ese mismo pie y lo apoyó sobre la superficie tranquila del agua. «Nada». Hizo lo mismo con el zurdo; nada. Tratando de contener la anticipación que amenazaba con apoderarse de todo su ser, dirigió la vista hacia aquella amatista de la que emanaba el intenso chakra púrpura y cruzó el foso.
—¿Qué es esto...? —masculló mientras examinaba detenidamente la gema, aun sin tocarla. Nada más acercarse pudo notar una presión en las sienes y un zumbido en los oídos. Aquel chakra tan extraño parecía vibrar y revolverse como si tuviera vida propia.
El Uchiha alargó una mano para coger la gema... Y la retrajo al momento. «Nunca había visto una energía igual... Tocar directamente esta joya no es la opción más sabia». Akame se quitó la chaqueta empapada de la sangre del animal y envolvió la gema con ella, notando cómo reverberaba en el interior de la tela.
Luego se dio media vuelta y, de un salto, cruzó el foso. Aterrizó al otro lado flexionando las piernas y se dirigió a su guía.
—Salgamos de aquí.