5/01/2018, 19:16
Emprendieron el camino de vuelta a la superficie, con sus saltos, escaladas y otras acciones necesarias para atravesar los intestinos de la construcción y evitar las trampas que ya sabían que estaban allí. A lo largo del proceso Ralexion le lanzó un par de miradas furtivas a Akame, siendo plenamente consciente del maltrecho aspecto del joven, que sufría de frío y necesitaba urgentemente un baño. Sin embargo, no comentó nada al respecto.
La luz de la luna refulgía al final del túnel. El inquieto viento de la noche les acarició el rostro e hizo danzar el cabello de ambos. Salieron al exterior. La estampa nocturna le resultó pacífica al Uchiha, como la solemne calma que acontece tras la tormenta.
—Desde luego... —respondió Ralexion.
Las zancadas del muchacho eran copiosas. A la par que Akame se dirigió hacia los restos de la hoguera, él escaló el árbol en el cual habían depositado sus posesiones. Tomó las dos mochilas además de su capa, la que procedió a ponerse para resguardarse mejor de la temperatura. Saltó de vuelta al suelo y se aproximó a su congénere.
—Aquí están tus cosas —afirmó, tendiéndole su zurrón—. Yo si fuera tú me pondría la capa, vas a pillar una pulmonía.
Entonces el joven se sentó sobre la misma roca sobre la que había reposado durante la cena, y se puso a escarbar entre los contenidos de su petate. Tras todo lo que había ocurrido, necesitaba llevarse algo a la boca; el agradable sabor de la comida lo calmaba.
La luz de la luna refulgía al final del túnel. El inquieto viento de la noche les acarició el rostro e hizo danzar el cabello de ambos. Salieron al exterior. La estampa nocturna le resultó pacífica al Uchiha, como la solemne calma que acontece tras la tormenta.
—Desde luego... —respondió Ralexion.
Las zancadas del muchacho eran copiosas. A la par que Akame se dirigió hacia los restos de la hoguera, él escaló el árbol en el cual habían depositado sus posesiones. Tomó las dos mochilas además de su capa, la que procedió a ponerse para resguardarse mejor de la temperatura. Saltó de vuelta al suelo y se aproximó a su congénere.
—Aquí están tus cosas —afirmó, tendiéndole su zurrón—. Yo si fuera tú me pondría la capa, vas a pillar una pulmonía.
Entonces el joven se sentó sobre la misma roca sobre la que había reposado durante la cena, y se puso a escarbar entre los contenidos de su petate. Tras todo lo que había ocurrido, necesitaba llevarse algo a la boca; el agradable sabor de la comida lo calmaba.