5/01/2018, 19:59
Sin embargo, no habían sido dos hogueras las que los muchachos encendiesen algunas horas antes para calentarse durante la cena... Sino una. Cuando Ralexion se aproximó al árbol sobre cuyas ramas descansaban las mochilas de ambos genin, un zumbido parecido al de una tela al rasgarse surcó el aire. El genin de Kusa apenas pudo voltearse antes de que algo le golpease en el hombro izquierdo con tremenda contundencia, impulsándole hacia atrás y provocando que terminara dando con la espalda en el árbol.
Si agachaba la mirada, podría ver un virote de ballesta corta clavado en su hombro. Un grito hendió el silencio nocturno en el claro.
—¡Que nadie dispare, joder!
Akame, que sí había advertido el detalle, se había revuelto lanzando su kunai oculto en la dirección en la que había venido aquel virote, entre la foresta. Aun así, era poco probable que hubiese dado al atacante.
De entre la vegetación surgieron varias figuras, ocultas entre las sombras al principio, más distinguibles después. «Seis... No, siete». Rodeaban a los muchachos formando un círculo —dos en la retaguardia, tras el árbol en el que ahora estaba recostado Ralexion, una a cada flanco y tres más frente a Akame— y seis de ellas portaban ballestas cortas en las manos.
—Cagüen... Por esto hay que contratar profesionales —masculló la figura más adelantada, con voz masculina y visible molestia.
Los atacantes cercaron un poco más a los genin y sus facciones se hicieron visibles. Eran siete hombres cuyas edades aparentaban ir desde los dieciséis o dieciocho años, hasta más de los treinta. Algunos eran altos, otros bajos, corpulentos o delgados. Vestían con ropajes de cuero y tela desgastada, típicos de los buscavidas y mercenarios. Sus rasgos eran también variopintos; algunos lucían curtidos, otros cómicamente novatos. Pero había uno que destacaba sobre el resto.
Aquel que había ordenado el alto al fuego.
Era un tipo alto y atlético, vestido con una chaqueta de cuero y bajo ésta una camisa negra. Pantalones militares y botas altas sucias por la tierra y el barro del camino. Llevaba un portaobjetos atado al muslo y otro a la cintura. Pero el detalle más significativo fue que, cuando el hombre se acercó lo suficiente a Akame como para que la Linterna Resplandeciente del Uchiha arrojara más luz sobre su rostro, los genin pudieron ver que estaba surcado de horrendas cicatrices. Como si le hubieran abierto la carne con hojas de afeitar de distinto tamaño y grosor.
—Tú... —masculló el Uchiha.
Le recordaba. Era el mismo ninja mercenario que había protegido al criminal conocido como El Jefe en Yamiria, cuando el propio Akame, Watasashi Aiko de Amegakure y Datsue habían intentado darle caza para evitar que raptase al músico Rokuro Hei.
—Oonindo es un pañuelo, Uchiha-san —le saludó el mercenario—. Y tú tienes la dudosa virtud de meterte en todos los fregaos, ¿eh?
El uzujin no contestó. El chakra de aquel tipo era, ahora, inferior al suyo propio... Pero todavía recordaba las excelentes capacidades físicas de las que aquel shinobi renegado había hecho gala en su último encuentro, noqueándole a él y a Aiko sin prácticamente ningún esfuerzo. «Ya no soy ese inexperto genin», quiso decir. Pero entonces sus ojos captaron el brillo del acero en las puntas de los virotes que les apuntaban —a él y a Ralexion— cargados en las ballestas de los otros buscavidas.
—Podemos resolver esto pacíficamente —dijo el de las cicatrices—. Mi único objetivo aquí es marcharme con la gema que llevas encima.
«Estamos jodidos... Me queda poco chakra, y Ralexion-san está herido... Maldición...»
Si agachaba la mirada, podría ver un virote de ballesta corta clavado en su hombro. Un grito hendió el silencio nocturno en el claro.
—¡Que nadie dispare, joder!
Akame, que sí había advertido el detalle, se había revuelto lanzando su kunai oculto en la dirección en la que había venido aquel virote, entre la foresta. Aun así, era poco probable que hubiese dado al atacante.
De entre la vegetación surgieron varias figuras, ocultas entre las sombras al principio, más distinguibles después. «Seis... No, siete». Rodeaban a los muchachos formando un círculo —dos en la retaguardia, tras el árbol en el que ahora estaba recostado Ralexion, una a cada flanco y tres más frente a Akame— y seis de ellas portaban ballestas cortas en las manos.
—Cagüen... Por esto hay que contratar profesionales —masculló la figura más adelantada, con voz masculina y visible molestia.
Los atacantes cercaron un poco más a los genin y sus facciones se hicieron visibles. Eran siete hombres cuyas edades aparentaban ir desde los dieciséis o dieciocho años, hasta más de los treinta. Algunos eran altos, otros bajos, corpulentos o delgados. Vestían con ropajes de cuero y tela desgastada, típicos de los buscavidas y mercenarios. Sus rasgos eran también variopintos; algunos lucían curtidos, otros cómicamente novatos. Pero había uno que destacaba sobre el resto.
Aquel que había ordenado el alto al fuego.
Era un tipo alto y atlético, vestido con una chaqueta de cuero y bajo ésta una camisa negra. Pantalones militares y botas altas sucias por la tierra y el barro del camino. Llevaba un portaobjetos atado al muslo y otro a la cintura. Pero el detalle más significativo fue que, cuando el hombre se acercó lo suficiente a Akame como para que la Linterna Resplandeciente del Uchiha arrojara más luz sobre su rostro, los genin pudieron ver que estaba surcado de horrendas cicatrices. Como si le hubieran abierto la carne con hojas de afeitar de distinto tamaño y grosor.
—Tú... —masculló el Uchiha.
Le recordaba. Era el mismo ninja mercenario que había protegido al criminal conocido como El Jefe en Yamiria, cuando el propio Akame, Watasashi Aiko de Amegakure y Datsue habían intentado darle caza para evitar que raptase al músico Rokuro Hei.
—Oonindo es un pañuelo, Uchiha-san —le saludó el mercenario—. Y tú tienes la dudosa virtud de meterte en todos los fregaos, ¿eh?
El uzujin no contestó. El chakra de aquel tipo era, ahora, inferior al suyo propio... Pero todavía recordaba las excelentes capacidades físicas de las que aquel shinobi renegado había hecho gala en su último encuentro, noqueándole a él y a Aiko sin prácticamente ningún esfuerzo. «Ya no soy ese inexperto genin», quiso decir. Pero entonces sus ojos captaron el brillo del acero en las puntas de los virotes que les apuntaban —a él y a Ralexion— cargados en las ballestas de los otros buscavidas.
—Podemos resolver esto pacíficamente —dijo el de las cicatrices—. Mi único objetivo aquí es marcharme con la gema que llevas encima.
«Estamos jodidos... Me queda poco chakra, y Ralexion-san está herido... Maldición...»