5/01/2018, 21:26
Akame aferró con más fuerza la vibrante joya que contenía envuelta en su chaqueta, todavía manchada con la sangre seca de la serpiente. Su propio rostro estaba pringado también, con trazos irregulares que le recorrían nariz, ojos, boca y mejilla derecha; parecía más bien que llevase una pintura de guerra, un camuflaje destinado a hacerle pasar desapercibido entre las sombras para emboscar al enemigo. Solo que aquella vez, el emboscado había sido él.
No hacía falta ser un ninja veterano para darse cuenta de la situación. Akame y Ralexion no sólo estaban siendo superados en número, sino también en poder. Era más que probable que aquel renegado pudiera hacerles frente a los dos sin mayores complicaciones, e incluso matar al kusajin. «El problema son esas condenadas ballestas. Al menos uno de los tiradores tiene buena puntería, acertó a Ralexion-san a unos veinte pies. ¿Hikaridama? No, demasiado lento. Antes de que la bomba estalle ambos estaremos ensartados por los virotes de estos miserables... ¿Sunshin? Podría ser una opción». El Uchiha miró por el rabillo del ojo a su guía y pariente, que yacía sentado sobre la fresca hierba y con el hombro malherido. «No, Ralexion-san está herido... No sería capaz de escapar... ¡Arg!»
—La gema, Uchiha-san —repitió aquel renegado cubierto de cicatrices.
El aludido apretó los puños en torno a la chaqueta hecha un higo y entrecerró los ojos. Por más que buscaba la mirada de su contrario, éste la evitaba con reveladora premeditación. «Joder, es un veterano. Sabe que no debe establecer contacto visual conmigo». Las cosas iban de mal en peor para el dúo.
—Estaba tan cerca —masculló el uzujin.
—No deseo que haya más heridos —dijo el mercenario—. La gema.
¿Qué podía hacer? Nada. Akame caminó un par de pasos cautelosos antes de que el otro ninja le indicase que parara con un gesto de su mano.
—Arrójala —pidió.
Obediente, el Uchiha hizo una pelota con su maltrecha chaqueta y se la lanzó al renegado. Éste la cazó al vuelo sin dificultad, desenvolvió el higo que formaban los pliegues de la prenda y el fulgor violáceo de la joya iluminó por momentos los alrededores. El de las cicatrices esbozó una mueca extraña con los labios, indescifrable debido al peculiar estado de su rostro, y guardó la joya en una bolsita de cuero cuyo tamaño era el justo para que cupiese.
—Gracias —expresó con visible sinceridad—. Atiende las heridas de tu compañero. Enciende de nuevo esa hoguera y come algo. Cuando salga el Sol mañana, coged vuestras cosas y marcháos.
El de las cicatrices señaló a Ralexion y luego a Akame con un gesto de su mentón. El resto de los mercenarios se fueron retirando paso a paso, sin dejar de apuntarles, ante la atenta mirada del Uchiha. Si Akame hubiera podido invocar el mismísimo fuego de Amaterasu con sus ojos, habría calcinado en un infierno terrenal a todos y cada uno de aquellos hombres...
Pero no podía. Así que simplemente se quedó quieto, bajo la mirada de las puntas de acero de los virotes, mientras todos aquellos mercenarios desaparecían entre la maleza.
No hacía falta ser un ninja veterano para darse cuenta de la situación. Akame y Ralexion no sólo estaban siendo superados en número, sino también en poder. Era más que probable que aquel renegado pudiera hacerles frente a los dos sin mayores complicaciones, e incluso matar al kusajin. «El problema son esas condenadas ballestas. Al menos uno de los tiradores tiene buena puntería, acertó a Ralexion-san a unos veinte pies. ¿Hikaridama? No, demasiado lento. Antes de que la bomba estalle ambos estaremos ensartados por los virotes de estos miserables... ¿Sunshin? Podría ser una opción». El Uchiha miró por el rabillo del ojo a su guía y pariente, que yacía sentado sobre la fresca hierba y con el hombro malherido. «No, Ralexion-san está herido... No sería capaz de escapar... ¡Arg!»
—La gema, Uchiha-san —repitió aquel renegado cubierto de cicatrices.
El aludido apretó los puños en torno a la chaqueta hecha un higo y entrecerró los ojos. Por más que buscaba la mirada de su contrario, éste la evitaba con reveladora premeditación. «Joder, es un veterano. Sabe que no debe establecer contacto visual conmigo». Las cosas iban de mal en peor para el dúo.
—Estaba tan cerca —masculló el uzujin.
—No deseo que haya más heridos —dijo el mercenario—. La gema.
¿Qué podía hacer? Nada. Akame caminó un par de pasos cautelosos antes de que el otro ninja le indicase que parara con un gesto de su mano.
—Arrójala —pidió.
Obediente, el Uchiha hizo una pelota con su maltrecha chaqueta y se la lanzó al renegado. Éste la cazó al vuelo sin dificultad, desenvolvió el higo que formaban los pliegues de la prenda y el fulgor violáceo de la joya iluminó por momentos los alrededores. El de las cicatrices esbozó una mueca extraña con los labios, indescifrable debido al peculiar estado de su rostro, y guardó la joya en una bolsita de cuero cuyo tamaño era el justo para que cupiese.
—Gracias —expresó con visible sinceridad—. Atiende las heridas de tu compañero. Enciende de nuevo esa hoguera y come algo. Cuando salga el Sol mañana, coged vuestras cosas y marcháos.
El de las cicatrices señaló a Ralexion y luego a Akame con un gesto de su mentón. El resto de los mercenarios se fueron retirando paso a paso, sin dejar de apuntarles, ante la atenta mirada del Uchiha. Si Akame hubiera podido invocar el mismísimo fuego de Amaterasu con sus ojos, habría calcinado en un infierno terrenal a todos y cada uno de aquellos hombres...
Pero no podía. Así que simplemente se quedó quieto, bajo la mirada de las puntas de acero de los virotes, mientras todos aquellos mercenarios desaparecían entre la maleza.