6/01/2018, 00:42
—¡Pues claro que mandé matarte! —escupió, fuera de sí—. ¡Porque era lo que había que hacer! ¡Nos está persiguiendo una jodida mafia, no podíamos dejar testigos sueltos conocedores de nuestra posición!
Pese a hablar a Koko, Katame se mantenía concentrado en su contrincante. El cuerpo del tuerto se movía de un lado a otro, tanteando a Zaide, calibrando sus movimientos, mientras sus brazos colgaban de su cuerpo, inertes.
—Pero, oh, ¿piensas que él es mejor? ¿Por no mancharse las manos? Oh, no, no, no. Tendrías que haberle visto en los viejos tiempos. Oh, sí. ¿Recuerdas esos días, Zaide? Por aquel entonces olías a sangre. Te bañabas en ella. Bebías de ella. ¿Y luego qué? Nos arrepentimos, ¿eh? Y nos inventamos el jodido Código, fingiendo ser unos bandidos honestos, y aquí como si no hubiese pasado nada, ¿eh? Ah, pero claro, cuando hay que ensuciarse las manos, dejamos que Katame se ocupe, y miramos a otro lado… ¡Hipócrita de mierda! —le escupió—. ¡Koko, todavía estás a tiempo, piénsalo! Soy el único que sabe desactivar ese sello explosivo, ¡y la cuenta atrás está llegando a su fin!
—Es un farol —intervino Zaide, que hasta el momento se había mantenido en un silencio perturbador—. No le pusiste ninguna cuenta atrás, ¿huh? Mis ojos todavía pueden ver a través de ti, cabrón.
Katame se detuvo, perplejo, y de pronto… empezó a carcajearse. Una risa aguda, tan estridente y alargada que por un momento pareció quedarse sin aliento. Aquella, al contrario que las otras, sí parecía haber sido una risa de verdad.
Entonces, con voz exageradamente aguda y burlona, soltó:
—Mis ojitos todavía pueden ver a través de ti —rio—. ¡Cagonmimadre, Zaide, quién te ha visto y quién te ve! ¡Deja de hacer el ridículo por al menos un minuto! —ladeó el rostro—. ¿Qué tal esa pulmonía, por cierto?
En esta ocasión, fue el turno de Zaide para detenerse. Le miraba con ojos entornados, como si no entendiese a qué venía aquella pregunta.
—Oh, ¿no te diste cuenta? ¡Y eso que ves a través de mí! —Otra carcajada, más corta y seca—. Esos cigarrillos que siempre llevabas… Oh, y luego con el omoide fue todavía más fácil. ¿Acaso no fui yo quien te introdujo en esa droga? ¿Acaso no fui yo quien te la suministró? ¿No te pareció raro enfermar justo después de eso? ¡Me decepcionas, Zaide, me decepcionas!
—Tú…
—Sí, yo… ¡Yo! Un veneno imperceptible, indetectable. Lo suficientemente mortífero para hacerte enfermar, pero no lo bastante como para matarte. Quería que te hicieses a un lado, dejarme a mí al mando. Oh, pero no por lo que estás pensando, cabronazo. Quería lo mejor para nosotros, ¡para el grupo! Tú te habías endiosado demasiado. ¡Tenías demasiado ego! Robarle a Dragón Rojo… ¡a quién se le ocurre! ¡Si me hubieses hecho caso todavía seguirían vivos! ¡Todos! Pero eres como la peste. Todos los que se juntan contigo mueren. Como lo hará esta niña. Como lo hizo tu hermana…
El silencio que se produjo fue tan tenso que el aire que separaba a aquellos dos shinobis parecía vibrar, eléctrico. Los labios y las manos de Zaide habían empezando a temblar de pura cólera. Entonces, se oyó un chispazo, y una armadura eléctrica le recubrió. Quizá Koko la conociese por alguno de sus hermanos, era el Raiton no Yoroi.
—No sigas por ahí… —una gota de sangre se deslizó desde su fosa nasal.
Katame, lejos de dejarse impresionar, agrandó su sonrisa.
—¿Cómo? ¿Es que no le contaste a Koko como murió tu hermana? ¿Cómo la usaste? Cagonmimadre, Zaide, ¡pero si esa es una historia digna de contar! Verás, Koko, todo empezó…
Todo empezó con un silencio, justo el que se produce cuando se ve un destello en el cielo, antes de que el trueno retumbe en la tierra. Koko oyó dos gritos de guerra entremezclándose en uno solo. Un destello negro en la diestra de Katame. Un aura púrpura, que materializaba lo que intuyó eran unas costillas alrededor de Zaide. Se oyó un golpetazo tan grave y profundo que tuvo que taparse los oídos.
Luego otro, y se acabó. Así de rápido. Así de corto y breve. El combate no había durado ni cinco segundos.
Zaide yacía contra la pared, medio tumbado. Tenía la boca empapada en sangre, y respiraba de manera tan quejumbrosa que hasta dolía oírlo. Parecía que en cualquier momento iba a emitir su último suspiro.
Katame, por otra parte, permanecía en una estocada interminable. Tenía el brazo medio alzado, con una katana negra de mango a filo, apuntando al aire, inmóvil, como una estatua de piedra. Unos hexagramas negros le recorrían la piel. Koko reconoció la técnica al instante: era la misma que Datsue había aplicado en ella tiempo atrás. El Jigō Jubaku no In.
—M-má… ta… le… —logró farfullar.
Pese a hablar a Koko, Katame se mantenía concentrado en su contrincante. El cuerpo del tuerto se movía de un lado a otro, tanteando a Zaide, calibrando sus movimientos, mientras sus brazos colgaban de su cuerpo, inertes.
—Pero, oh, ¿piensas que él es mejor? ¿Por no mancharse las manos? Oh, no, no, no. Tendrías que haberle visto en los viejos tiempos. Oh, sí. ¿Recuerdas esos días, Zaide? Por aquel entonces olías a sangre. Te bañabas en ella. Bebías de ella. ¿Y luego qué? Nos arrepentimos, ¿eh? Y nos inventamos el jodido Código, fingiendo ser unos bandidos honestos, y aquí como si no hubiese pasado nada, ¿eh? Ah, pero claro, cuando hay que ensuciarse las manos, dejamos que Katame se ocupe, y miramos a otro lado… ¡Hipócrita de mierda! —le escupió—. ¡Koko, todavía estás a tiempo, piénsalo! Soy el único que sabe desactivar ese sello explosivo, ¡y la cuenta atrás está llegando a su fin!
—Es un farol —intervino Zaide, que hasta el momento se había mantenido en un silencio perturbador—. No le pusiste ninguna cuenta atrás, ¿huh? Mis ojos todavía pueden ver a través de ti, cabrón.
Katame se detuvo, perplejo, y de pronto… empezó a carcajearse. Una risa aguda, tan estridente y alargada que por un momento pareció quedarse sin aliento. Aquella, al contrario que las otras, sí parecía haber sido una risa de verdad.
Entonces, con voz exageradamente aguda y burlona, soltó:
—Mis ojitos todavía pueden ver a través de ti —rio—. ¡Cagonmimadre, Zaide, quién te ha visto y quién te ve! ¡Deja de hacer el ridículo por al menos un minuto! —ladeó el rostro—. ¿Qué tal esa pulmonía, por cierto?
En esta ocasión, fue el turno de Zaide para detenerse. Le miraba con ojos entornados, como si no entendiese a qué venía aquella pregunta.
—Oh, ¿no te diste cuenta? ¡Y eso que ves a través de mí! —Otra carcajada, más corta y seca—. Esos cigarrillos que siempre llevabas… Oh, y luego con el omoide fue todavía más fácil. ¿Acaso no fui yo quien te introdujo en esa droga? ¿Acaso no fui yo quien te la suministró? ¿No te pareció raro enfermar justo después de eso? ¡Me decepcionas, Zaide, me decepcionas!
—Tú…
—Sí, yo… ¡Yo! Un veneno imperceptible, indetectable. Lo suficientemente mortífero para hacerte enfermar, pero no lo bastante como para matarte. Quería que te hicieses a un lado, dejarme a mí al mando. Oh, pero no por lo que estás pensando, cabronazo. Quería lo mejor para nosotros, ¡para el grupo! Tú te habías endiosado demasiado. ¡Tenías demasiado ego! Robarle a Dragón Rojo… ¡a quién se le ocurre! ¡Si me hubieses hecho caso todavía seguirían vivos! ¡Todos! Pero eres como la peste. Todos los que se juntan contigo mueren. Como lo hará esta niña. Como lo hizo tu hermana…
El silencio que se produjo fue tan tenso que el aire que separaba a aquellos dos shinobis parecía vibrar, eléctrico. Los labios y las manos de Zaide habían empezando a temblar de pura cólera. Entonces, se oyó un chispazo, y una armadura eléctrica le recubrió. Quizá Koko la conociese por alguno de sus hermanos, era el Raiton no Yoroi.
—No sigas por ahí… —una gota de sangre se deslizó desde su fosa nasal.
Katame, lejos de dejarse impresionar, agrandó su sonrisa.
—¿Cómo? ¿Es que no le contaste a Koko como murió tu hermana? ¿Cómo la usaste? Cagonmimadre, Zaide, ¡pero si esa es una historia digna de contar! Verás, Koko, todo empezó…
Todo empezó con un silencio, justo el que se produce cuando se ve un destello en el cielo, antes de que el trueno retumbe en la tierra. Koko oyó dos gritos de guerra entremezclándose en uno solo. Un destello negro en la diestra de Katame. Un aura púrpura, que materializaba lo que intuyó eran unas costillas alrededor de Zaide. Se oyó un golpetazo tan grave y profundo que tuvo que taparse los oídos.
Luego otro, y se acabó. Así de rápido. Así de corto y breve. El combate no había durado ni cinco segundos.
Zaide yacía contra la pared, medio tumbado. Tenía la boca empapada en sangre, y respiraba de manera tan quejumbrosa que hasta dolía oírlo. Parecía que en cualquier momento iba a emitir su último suspiro.
Katame, por otra parte, permanecía en una estocada interminable. Tenía el brazo medio alzado, con una katana negra de mango a filo, apuntando al aire, inmóvil, como una estatua de piedra. Unos hexagramas negros le recorrían la piel. Koko reconoció la técnica al instante: era la misma que Datsue había aplicado en ella tiempo atrás. El Jigō Jubaku no In.
—M-má… ta… le… —logró farfullar.
![[Imagen: ksQJqx9.png]](https://i.imgur.com/ksQJqx9.png)
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado