6/01/2018, 01:47
El Uchiha del Remolino no se movió ni un milímetro mientras observaba a aquellos hombres retroceder cuidadosamente para volver a internarse en la maleza. Sus ojos recorrían cada una de las figuras que poco a poco quedaban envueltas en las sombras de la noche. Quiso el destino que en ese momento la Linterna Resplandeciente de Akame perdiese su fuelle, y desapareciese titilando con un último estertor de luz anaranjada. Entonces el claro quedó sumido en la penumbra y el silencio, sólo con la respiración entrecortada del malherido Ralexion perturbando este último.
«Hijos de puta. ¿Desde dónde nos siguieron? ¿Fue en algún punto del camino, o directamente desde Tane-Shigai? Tiene más sentido el segundo caso. Pero, ¿entonces...?» Akame pensaba a toda velocidad mientras trataba de afinar el oído para escuchar los pasos, cada vez más lejanos, de los ladrones. «El anuncio. ¡Tuvo que ser el maldito anuncio! Sabían que veníamos hacia aquí. Sabían para qué... ¿Pero cómo? Y este tipo de las cicatrices... La última vez estaba trabajando para un hampón de Yamiria, ¿qué demonios pinta aquí? ¿Y por qué querría la gema?» Entonces cayó en la cuenta de algo; «no, no es para él. ¿Qué fue lo que dijo? "Por esto hay que contratar profesionales". No es más que un peón... Igual que aquella mujer. Pero entonces...»
«¿Quién es el rey?»
De repente volvió a la realidad. Alrededor estaba oscuro, y hacía frío. Todavía escuchaba a su guía herido quejarse, apoyado en el árbol. «Lo primero es sacar al kusajin de aquí». Pese a que Akame le había advertido de sobra a aquel muchacho que se uniría a la aventura bajo su cuenta y riesgo, no estaba dispuesto a tener que explicar por qué un genin de Kusa había muerto a menos de veinte metros de él.
El Uchiha trepó al árbol del que colgaban sus mochilas con la agilidad de un mono y las dejó caer tras deshacer los nudos. Luego saltó de la rama y aterrizó junto a la suya, flexionando las rodillas.
—Hay que vendar esa herida, Ralexion-san —dijo mientras rebuscaba en su petate.
Acabó sacando un pañuelo de color azul oscuro y luego cogió la cantimplora de Ralexion. Se acuclilló junto al kusajin y agarró firmemente el virote incrustado en su hombro.
—A la de tres voy a sacar esta mierda. Una, dos... —«¡tres!» Akame tiró con todas sus fuerzas y el virote salió; limpiamente, por fortuna. Luego, el uzujin vertió algo del contenido de la cantimplora sobre la herida —pensando que era agua, aunque en realidad se trataba de sake— y la vendó con su pañuelo como mejor pudo.
—No soy ninja médico, pero esto debería bastar hasta que lleguemos a Tane-Shigai —dijo. «Espero», quiso decir.
«Hijos de puta. ¿Desde dónde nos siguieron? ¿Fue en algún punto del camino, o directamente desde Tane-Shigai? Tiene más sentido el segundo caso. Pero, ¿entonces...?» Akame pensaba a toda velocidad mientras trataba de afinar el oído para escuchar los pasos, cada vez más lejanos, de los ladrones. «El anuncio. ¡Tuvo que ser el maldito anuncio! Sabían que veníamos hacia aquí. Sabían para qué... ¿Pero cómo? Y este tipo de las cicatrices... La última vez estaba trabajando para un hampón de Yamiria, ¿qué demonios pinta aquí? ¿Y por qué querría la gema?» Entonces cayó en la cuenta de algo; «no, no es para él. ¿Qué fue lo que dijo? "Por esto hay que contratar profesionales". No es más que un peón... Igual que aquella mujer. Pero entonces...»
«¿Quién es el rey?»
De repente volvió a la realidad. Alrededor estaba oscuro, y hacía frío. Todavía escuchaba a su guía herido quejarse, apoyado en el árbol. «Lo primero es sacar al kusajin de aquí». Pese a que Akame le había advertido de sobra a aquel muchacho que se uniría a la aventura bajo su cuenta y riesgo, no estaba dispuesto a tener que explicar por qué un genin de Kusa había muerto a menos de veinte metros de él.
El Uchiha trepó al árbol del que colgaban sus mochilas con la agilidad de un mono y las dejó caer tras deshacer los nudos. Luego saltó de la rama y aterrizó junto a la suya, flexionando las rodillas.
—Hay que vendar esa herida, Ralexion-san —dijo mientras rebuscaba en su petate.
Acabó sacando un pañuelo de color azul oscuro y luego cogió la cantimplora de Ralexion. Se acuclilló junto al kusajin y agarró firmemente el virote incrustado en su hombro.
—A la de tres voy a sacar esta mierda. Una, dos... —«¡tres!» Akame tiró con todas sus fuerzas y el virote salió; limpiamente, por fortuna. Luego, el uzujin vertió algo del contenido de la cantimplora sobre la herida —pensando que era agua, aunque en realidad se trataba de sake— y la vendó con su pañuelo como mejor pudo.
—No soy ninja médico, pero esto debería bastar hasta que lleguemos a Tane-Shigai —dijo. «Espero», quiso decir.