9/01/2018, 23:18
Tomó de vuelta la cantimplora, pero no corrió a guardarla de vuelta al lugar del que procedía. Ralexion mantenía su semblante ausente, con la mirada todavía perdida en un punto inexacto de las llamas que ardían sobre la hoguera. Definitivamente estaba prestando atención al testimonio de su familiar, pero andaba demasiado borracho y demasiado cansado como para devanarse los sesos más de lo que ya había hecho.
«Tanto rollo místico que no alcanzo a comprender; pero esa joya... el tipo que contrató a los mercenarios... la quiera para lo que la quiera, dudo que se algo bueno...», se dijo a sí cuando Akame finalizó su monólogo y el improvisado campamento quedó en silencio a excepción del crepitar del fuego.
—Ha sido un día jodidamente largo —sentenció al fin.
Tomó su zurrón, guardó el recipiente del preciado líquido en él y extrajo de su interior un saco de dormir. Era algo más humilde que el del uzujin, pero llevaría a cabo sin problemas el trabajo para el que había sido creado.
Se levantó de la roca y dejó la mochila reposando sobre la referida, el saco todavía entre sus manos. Lo dejó descansar sobre la tierra a la vera de su tan fiel asiento y se echó boca arriba, acto seguido se tapó. Se aseguraría de mantener esa posición; temía girarse mientras dormía y terminar apoyado sobre la herida —lo cual le aportaría una fea sorpresa por la mañana—. Posicionó ambas palmas de sus manos tras su nuca, utilizándolas de almohada improvisada.
Quedó mirando a las estrellas.
—Buenas noches, Akame-san.
«Tanto rollo místico que no alcanzo a comprender; pero esa joya... el tipo que contrató a los mercenarios... la quiera para lo que la quiera, dudo que se algo bueno...», se dijo a sí cuando Akame finalizó su monólogo y el improvisado campamento quedó en silencio a excepción del crepitar del fuego.
—Ha sido un día jodidamente largo —sentenció al fin.
Tomó su zurrón, guardó el recipiente del preciado líquido en él y extrajo de su interior un saco de dormir. Era algo más humilde que el del uzujin, pero llevaría a cabo sin problemas el trabajo para el que había sido creado.
Se levantó de la roca y dejó la mochila reposando sobre la referida, el saco todavía entre sus manos. Lo dejó descansar sobre la tierra a la vera de su tan fiel asiento y se echó boca arriba, acto seguido se tapó. Se aseguraría de mantener esa posición; temía girarse mientras dormía y terminar apoyado sobre la herida —lo cual le aportaría una fea sorpresa por la mañana—. Posicionó ambas palmas de sus manos tras su nuca, utilizándolas de almohada improvisada.
Quedó mirando a las estrellas.
—Buenas noches, Akame-san.