11/01/2018, 13:33
(Última modificación: 11/01/2018, 13:34 por Aotsuki Ayame.)
Hoyōbi, 11 de Bienvenida del año 218
Al norte, a casi dos días de camino desde Amegakure, justo a los pies de la cordillera Tsukima se alza una humilde ciudad llamada Yukio. La noche ya había tendido su manto oscuro en el cielo y la luz de las farolas se desparramaba por las calles, prácticamente vacías, acariciando los muros de las pequeñas casitas de madera y piedra que se desperdigaban por doquier. El humo salía de sus chimeneas, alargando sus brazos tratando de alcanzar las estrellas. La primavera ya había llegado, pero la nieve que alfombraba las calles y el intenso frío de aquella noche despejada no parecía haberse dado cuenta de ello.
Y de entre todas aquellas casitas, en una posada sin nombre, de apenas dos plantas de altura, se respiraba un ambiente de lo más festivo. Se veía a través de sus ventanas de cristales empañados, y se escuchaba a través de la vieja puerta de entrada, que comenzaba a sufrir el paso del frío a través de los años. Música, golpes, gritos. El local era igual de rústico por dentro que por fuera. Conformado enteramente por madera, la sala se extendía repleta de mesas y sillas por doquier, todas ellas ocupadas, esquivando algún que otro pilar que sostenía el techo. En el fondo, al otro lado de una barra de bar y frente a una estantería llena de botellas de todas formas y colores, el posadero charlaba y reía animadamente con un grupo cercano de paisanos que ya debían de llevar alguna que otra copa de más metida en el cuerpo. En el extremo derecho, una desvencijada escalinata subía hasta el segundo piso y sus escalones chirriaban con descaro cada vez que alguien los utilizaba. En el hueco de la escalera, un hombre rasgaba un shamisen mientras otro grupo de personas, abrazadas por los hombros y con las mejillas sonrosadas por el efecto del alcohol, le cantaban los coros de las canciones populares del pueblo.
De haber podido elegir, no se le habría ocurrido quedarse en un lugar así. Ella prefería la calma, el silencio, y se sentía como un pez fuera del agua en una fiesta así. Ni siquiera sabía qué era lo que se estaba celebrando. Pero no quedaba ni una sola habitación más en todo Yukio, por lo que se había visto obligada a hospedarse en aquella posada para no morir de frío fuera. Y mientras esperaba a que todo se calmara para poder dirigirse a su habitación y conciliar el sueño, Ayame se había sentado en la mesa más recóndita de la posada, con un chocolate caliente, y ahora jugueteaba con un mechón de pelo, distraída.
«Me está comenzando a crecer.» Observó para sí, meditativa.
Desde lo que había ocurrido con los Kajitsu Hōzuki, había cambiado en varios aspectos. El más notorio de todos era que ya no ocultaba la marca de nacimiento con forma de luna menguante que lucía en su frente. Obviamente, y a consecuencia de aquello, tampoco llevaba ya la bandana que la acreditaba como kunoichi de Amegakure en ella, sino que ahora la lucía atada en torno al cuello.