13/01/2018, 06:52
Claro que no se lo iba a dar, ella le había dicho que se lo dejarían cuando saliera, y así como lo dijo la dueña, el mensajero también lo dijo. Hecho que la molestaba pero no se le ocurrió nada mejor que pedir…
…hasta que dos días pasaron.
La suciedad se había acumulado en todo su cuerpo, sentía el cabello grasoso, enredado y maltratado, la piel sudada y pegajosa, los pies cubiertos de una espesa capa de mugre y los ojos con bastantes restos de lagañas resecas que sin agua le resultaría molesto y puede que hasta doloroso quitarse. Pero por si fuera poco, lo que más claro dejaba el nivel de suciedad que cargaba encima… las uñas, negras justo en la zona que no estaba pegada al resto de la piel y dicho sea de paso, estaban algo más crecidas de la cuenta.
A diferencia de muchas otras mujeres, Kageyama Koko siempre prefirió tener uñas lo más cortas posibles para evitar que estas se quiebren y enganchen en cualquier cosa. De vez en cuando se las dejaba crecer un poco más si es que le anticipaban que tendría que participar de alguna fiesta o evento formal, simplemente para mantener la presencia de cualquier otra Sakamoto. Pero estando prisionera no tenía chiste tenerlas crecidas.
El balde —en el que había estado descargándose en el sentido literal de la palabra— ya estaba a punto de desbordarse, y no solo eso, la peste de sus propios despojos estaba empezando a irritarla demasiado.
Si Zaide decidía ir a comprobar como estaba sobrellevando la situación, vería que la rubia estaba tumbada sobre la manta, en posición fetal y hurgándose las uñas con una expresión maniática, incluso podría notar alguna que otra vena hinchada en el cuello y frente de la kunoichi.
Ya se estaba volviendo loca de no poder asearse, y para colmo tener que aguantarse la peste de su propia mierda…
…cuando lo escuchó, a la lejanía.
—¿Zaide? —esperó un momento tras llamarle y alzó la mirada, por si llegaba a ver al contrario—. ¡Zaide! —llamó algo frustrada.
Como no le escuchase se resignaría y volvería a tumbar para seguir hurgándose las uñas en un intento estúpido por librarse de la suciedad que se le había quedado pegada allí. Dicho sea de paso, estaba tumbada dándole la espalda al balde. Eso de convivir con sus propios desechos no le hacía ninguna gracia.
…hasta que dos días pasaron.
La suciedad se había acumulado en todo su cuerpo, sentía el cabello grasoso, enredado y maltratado, la piel sudada y pegajosa, los pies cubiertos de una espesa capa de mugre y los ojos con bastantes restos de lagañas resecas que sin agua le resultaría molesto y puede que hasta doloroso quitarse. Pero por si fuera poco, lo que más claro dejaba el nivel de suciedad que cargaba encima… las uñas, negras justo en la zona que no estaba pegada al resto de la piel y dicho sea de paso, estaban algo más crecidas de la cuenta.
A diferencia de muchas otras mujeres, Kageyama Koko siempre prefirió tener uñas lo más cortas posibles para evitar que estas se quiebren y enganchen en cualquier cosa. De vez en cuando se las dejaba crecer un poco más si es que le anticipaban que tendría que participar de alguna fiesta o evento formal, simplemente para mantener la presencia de cualquier otra Sakamoto. Pero estando prisionera no tenía chiste tenerlas crecidas.
El balde —en el que había estado descargándose en el sentido literal de la palabra— ya estaba a punto de desbordarse, y no solo eso, la peste de sus propios despojos estaba empezando a irritarla demasiado.
Si Zaide decidía ir a comprobar como estaba sobrellevando la situación, vería que la rubia estaba tumbada sobre la manta, en posición fetal y hurgándose las uñas con una expresión maniática, incluso podría notar alguna que otra vena hinchada en el cuello y frente de la kunoichi.
Ya se estaba volviendo loca de no poder asearse, y para colmo tener que aguantarse la peste de su propia mierda…
…cuando lo escuchó, a la lejanía.
—¿Zaide? —esperó un momento tras llamarle y alzó la mirada, por si llegaba a ver al contrario—. ¡Zaide! —llamó algo frustrada.
Como no le escuchase se resignaría y volvería a tumbar para seguir hurgándose las uñas en un intento estúpido por librarse de la suciedad que se le había quedado pegada allí. Dicho sea de paso, estaba tumbada dándole la espalda al balde. Eso de convivir con sus propios desechos no le hacía ninguna gracia.