15/01/2018, 00:14
Cuando Ralexion ingresó en el hostal, el ambiente no podía ser más festivo y jovial. El bar —situado a la derecha de la recepción principal, tras unas bambalinas de tela blanca— estaba a reventar de gente. Turistas principalmente, que seguramente habrían llegado para celebrar el fin del viejo año y el inicio del nuevo; estaban a apenas una semana de la famosa festividad.
La estancia parecía, así de llena, mucho más amplia que en aquella mañana temprana cuando Ralexion y Akame se encontrasen por primera vez, casi solos en el restaurante. Ahora había mesas por doquier y todas ocupadas, hasta la bandera, por comensales que charlaban animadamente, pedían bebidas a viva voz y degustaban la exquisita gastronomia de Mori no Kuni. Si el de Kusa le echaba una visual detenidamente al lugar, podría hallar —entre los meseros que iban de un lado para otro, las luces que colgaban del techo y los clientes que de tanto en tanto se levantaban para ir al servicio u otros menesteres— una mesa esquinada y particularmente solitaria. Ocupada únicamente por una persona.
Allí estaba Uchiha Akame, degustando lo que parecía ser un pollo asado con guarnición de patatas camperas; toda una exquisitez. Lo acompañaba de una jarra de agua bien llena y una taza de té verde humeante, de la que de vez en cuando tomaba pequeños sorbos.
Tenía el pelo recogido en una coleta que le caía por la espalda, vestía con una chaqueta de color azul marino —y debajo de ésta, una camisa blanca— y unos pantalones negros, con botas del mismo color. No llevaba a la vista su bandana de Uzushiogakure ni sus portaobjetos ninja. Tampoco su viejo ninjatō colgaba a la espalda, de modo que si no fuera porque Ralexion ya le conocía, y a pesar de sus cicatrices y su nariz torcida, nadie podría haber dicho que aquel chico serio y sobrio era un shinobi.
La estancia parecía, así de llena, mucho más amplia que en aquella mañana temprana cuando Ralexion y Akame se encontrasen por primera vez, casi solos en el restaurante. Ahora había mesas por doquier y todas ocupadas, hasta la bandera, por comensales que charlaban animadamente, pedían bebidas a viva voz y degustaban la exquisita gastronomia de Mori no Kuni. Si el de Kusa le echaba una visual detenidamente al lugar, podría hallar —entre los meseros que iban de un lado para otro, las luces que colgaban del techo y los clientes que de tanto en tanto se levantaban para ir al servicio u otros menesteres— una mesa esquinada y particularmente solitaria. Ocupada únicamente por una persona.
Allí estaba Uchiha Akame, degustando lo que parecía ser un pollo asado con guarnición de patatas camperas; toda una exquisitez. Lo acompañaba de una jarra de agua bien llena y una taza de té verde humeante, de la que de vez en cuando tomaba pequeños sorbos.
Tenía el pelo recogido en una coleta que le caía por la espalda, vestía con una chaqueta de color azul marino —y debajo de ésta, una camisa blanca— y unos pantalones negros, con botas del mismo color. No llevaba a la vista su bandana de Uzushiogakure ni sus portaobjetos ninja. Tampoco su viejo ninjatō colgaba a la espalda, de modo que si no fuera porque Ralexion ya le conocía, y a pesar de sus cicatrices y su nariz torcida, nadie podría haber dicho que aquel chico serio y sobrio era un shinobi.