16/01/2018, 17:14
Akame arqueó una ceja y luego torció los labios en una sonrisa ante el comentario de su pariente. Pese a su aparente jovialidad e inocencia, Ralexion ya le había dejado entrever un par de veces que desconfiaba de la pureza de sus intenciones; «no es para menos, después de ver el lío en el que le he metido», caviló Akame. Sin embargo, no iba a dejar que por ello se le escapase un excelente peón en aquella partida.
Uno que, a pesar de que Ralexion no le hubiera tomado en serio, disponía de una singular habilidad que le sería muy útil.
El Uchiha terminó su cena con tranquilidad y disfrutando cada bocado hasta que el plato quedó completamente limpio de carne y papas. Tan sólo la piel y los huesos del pollo fueron dejados como testigo de la comilona que Akame acababa de darse. Para finalizar tomó un gran trago de agua y apuró el té verde.
—Vamos —dijo tras ponerse en pie y dejar un par de billetes sobre la mesa.
El aire de la noche de Invierno le sacudió al salir a la calle. «Si es que esto puede llamarse "calle"». La plataforma sobre la que estaba ubicada el hotel era bastante amplia y conectaba con otras tantas de diverso tamaño y afluencia de gente. El Uchiha dirigió un vistazo a izquierda y derecha, se echó por encima su capa de viaje y empezó a caminar hacia el Norte de la ciudad sin decir palabra. Esperaba que Ralexion le siguiera.
Anduvieron durante unos diez minutos, entre las amplias plataformas de madera, el gentío de la noche de Tane-Shigai y las cúpulas redondas e iridiscentes bajo las inmensas copas de los árboles. Sobre ellas, el cielo nocturno exhibía un brillante manto de estrellas sin Luna. «Mejor», pensó Akame.
Se detuvieron finalmente frente a la puerta de un establecimiento situado en una parte intermedio de Tane-Shigai; la gran mayoría de plataformas y edificios de la ciudad quedaban sobre ellos, pero todavía había algunos más ubicados en las zonas más abajo. El lugar en cuestión —al menos desde fuera— no parecía muy distinto al resto de construcciones de la capital; una esfera de materiales naturales levantada alrededor del grueso tronco de un árbol, con varias ventanas acristaladas desde las cuales la luz interior se filtraba a la oscuridad del exterior.
—Es aquí, sin duda —dijo el Uchiha tras echarle un vistazo al cartel identificativo del bar; un niño meando por encima de una de las características barandas que protegían los límites de las plataformas de la ciudad.
Al entrar, un ambiente festivo y cálido les recibió. No se parecía mucho, no obstante, al del restaurante donde Akame había cenado; este era más ruidoso, zafio, y perceptiblemente más cargado de alcohol. Cualquier persona con una nariz podría haberlo notado.
Akame se acercó a la barra y arrimó dos taburetes, esquivando a un par de parroquianos borrachos que volvían a su mesa cargando varias jarras de un licor espeso y amielado. Luego se sentó en uno de ellos y ofreció el otro a Ralexion.
—Bueno, Ralexion-san, aquí es donde entran en juego tus peculiares talentos —anunció el del Remolino—. ¿Ves a ese tipo de allí?
El Uchiha señaló con un ligero movimiento de su mentón a una de las mesas más concurridas del local. Alrededor de ella había al menos una docena de personas, que bebían, reían, blasfemaban y jugaban a los dados. El de Kusagakure podría reconocer, entre ellos, la escueta y pálida figura de un muchacho de pelo ralo —rapado por los lados y de punta por en medio a modo de cresta de gallo—, ojos oscuros y bolsa repleta en el cinto. Debía tener unos dieciséis o diecisiete años, pero bebía, insultaba y apostaba como el que más.
Era uno de los mercenarios que les habían asaltado a la salida del Templo, aunque no hubiera sabido decir si se trataba del que abrió fuego contra él.
—¿Qué tal si te tomas una copa con nuestro amigo? Parece que hoy está contento, y pese a lo repleto de su bolsa no creo que rechace una invitación —murmuró Akame mientras pedía para sí una jarra de cerveza.
Uno que, a pesar de que Ralexion no le hubiera tomado en serio, disponía de una singular habilidad que le sería muy útil.
El Uchiha terminó su cena con tranquilidad y disfrutando cada bocado hasta que el plato quedó completamente limpio de carne y papas. Tan sólo la piel y los huesos del pollo fueron dejados como testigo de la comilona que Akame acababa de darse. Para finalizar tomó un gran trago de agua y apuró el té verde.
—Vamos —dijo tras ponerse en pie y dejar un par de billetes sobre la mesa.
El aire de la noche de Invierno le sacudió al salir a la calle. «Si es que esto puede llamarse "calle"». La plataforma sobre la que estaba ubicada el hotel era bastante amplia y conectaba con otras tantas de diverso tamaño y afluencia de gente. El Uchiha dirigió un vistazo a izquierda y derecha, se echó por encima su capa de viaje y empezó a caminar hacia el Norte de la ciudad sin decir palabra. Esperaba que Ralexion le siguiera.
Anduvieron durante unos diez minutos, entre las amplias plataformas de madera, el gentío de la noche de Tane-Shigai y las cúpulas redondas e iridiscentes bajo las inmensas copas de los árboles. Sobre ellas, el cielo nocturno exhibía un brillante manto de estrellas sin Luna. «Mejor», pensó Akame.
Se detuvieron finalmente frente a la puerta de un establecimiento situado en una parte intermedio de Tane-Shigai; la gran mayoría de plataformas y edificios de la ciudad quedaban sobre ellos, pero todavía había algunos más ubicados en las zonas más abajo. El lugar en cuestión —al menos desde fuera— no parecía muy distinto al resto de construcciones de la capital; una esfera de materiales naturales levantada alrededor del grueso tronco de un árbol, con varias ventanas acristaladas desde las cuales la luz interior se filtraba a la oscuridad del exterior.
—Es aquí, sin duda —dijo el Uchiha tras echarle un vistazo al cartel identificativo del bar; un niño meando por encima de una de las características barandas que protegían los límites de las plataformas de la ciudad.
Al entrar, un ambiente festivo y cálido les recibió. No se parecía mucho, no obstante, al del restaurante donde Akame había cenado; este era más ruidoso, zafio, y perceptiblemente más cargado de alcohol. Cualquier persona con una nariz podría haberlo notado.
Akame se acercó a la barra y arrimó dos taburetes, esquivando a un par de parroquianos borrachos que volvían a su mesa cargando varias jarras de un licor espeso y amielado. Luego se sentó en uno de ellos y ofreció el otro a Ralexion.
—Bueno, Ralexion-san, aquí es donde entran en juego tus peculiares talentos —anunció el del Remolino—. ¿Ves a ese tipo de allí?
El Uchiha señaló con un ligero movimiento de su mentón a una de las mesas más concurridas del local. Alrededor de ella había al menos una docena de personas, que bebían, reían, blasfemaban y jugaban a los dados. El de Kusagakure podría reconocer, entre ellos, la escueta y pálida figura de un muchacho de pelo ralo —rapado por los lados y de punta por en medio a modo de cresta de gallo—, ojos oscuros y bolsa repleta en el cinto. Debía tener unos dieciséis o diecisiete años, pero bebía, insultaba y apostaba como el que más.
Era uno de los mercenarios que les habían asaltado a la salida del Templo, aunque no hubiera sabido decir si se trataba del que abrió fuego contra él.
—¿Qué tal si te tomas una copa con nuestro amigo? Parece que hoy está contento, y pese a lo repleto de su bolsa no creo que rechace una invitación —murmuró Akame mientras pedía para sí una jarra de cerveza.