21/01/2018, 04:32
No hubo trampa, ni engaños, ni mofas porque se hubiese rendido tan pronto de su idea de hacer una huelga de hambre. Simplemente, cenaron envueltos en el silencio, tan solo interrumpido por el sonido que hacían al masticar —Zaide comía con la boca abierta— y, ocasionalmente, algún eructo del Uchiha.
Pasada la cena, sin embargo, Koko se vio envuelta de nuevo en aquellas telas, quedando sellada e imposibilitándola escapar a lo largo de la noche.
Mañana le esperaba un gran día. Mañana le esperaba la libertad.
Tras la noche pasada con Datsue, Nagisa hizo caso a las indicaciones del mapa y se adentró en solitario en el País de la Tierra. Al poco se adentró en sus montañas, llena de caminos escarpados y altas pendientes. Un mal sitio para su peculiar montura, si es que había decidido usarla, y peor sitio todavía para su ligereza de ropa. El viento soplaba con furia, y aunque ella estaba acostumbrada a las fuertes corrientes en Uzu, no lo estaba tanto al frío polar que traía consigo. Un frío que le atravesaba los huesos y le hacía castañear los dientes.
Tras un largo y duro día de viaje, halló una cueva en la que refugiarse a la noche. Allí podría dormir, encender una hoguera —si quería— y reponer fuerzas para el día siguiente.
Zaide se había levantado a primera hora de la mañana para asegurarse de que lo tenía todo listo. Había medido los tiempos con precisión quirúrgica, pero sabía que, cualquier eventualidad, cualquier retraso del uno o el otro, chafarían su plan. De hecho, lo más probable era que sucediese. Pero, ¿acaso toda su vida no estaba compuesta de locuras parecidas? Ya era demasiado viejo para cambiar.
Había huido de la cueva en la que había retenido a Koko por si acaso. Por si acaso alguno se adelantaba de más. Por ejemplo, Nagisa. ¿Quién le decía a él que Datsue no le había contado la posición exacta de su guarida? ¿Quién le decía a él que no se adelantaría y trataría de atacarle mientras estaba desprevenido? Nada, y por eso había huido de allí a la cabaña en la que una vez había vivido.
Las armas, el botín… lo había dejado todo atrás. A aquellas alturas, ya se había rendido de poder sacarle provecho.
Koko vio la luz a una hora cercana al mediodía. Ya no se encontraba en lo alto de una fría montaña, sino mucho más abajo, en una larga explanada en la que no había más que algunos árboles delgados desperdigados por la zona y tierra árida. Distinguía la nieve en las altas cumbres de las montañas, pero allí abajo, pese a que sentía el frío helado colándose en sus carnes y casi cortándole los labios, no había ni rastro.
Observó que Zaide acababa de liberarle de la técnica, y que estaban rodeados de cuatro pilares de piedra, de tres metros de alto, y que formaban un cuadrado imaginario alrededor de ellos —de ocho metros de lado—. Que aquellas losas de piedras estuviesen allí, desde luego, no parecía ser cosa de la naturaleza.
—Toma —dijo Zaide, ofreciéndole una pequeña botella de agua—. Queda una hora para el encuentro con tu hermana —le informó—. ¿Ansiosa?
Pasada la cena, sin embargo, Koko se vio envuelta de nuevo en aquellas telas, quedando sellada e imposibilitándola escapar a lo largo de la noche.
Mañana le esperaba un gran día. Mañana le esperaba la libertad.
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Tras la noche pasada con Datsue, Nagisa hizo caso a las indicaciones del mapa y se adentró en solitario en el País de la Tierra. Al poco se adentró en sus montañas, llena de caminos escarpados y altas pendientes. Un mal sitio para su peculiar montura, si es que había decidido usarla, y peor sitio todavía para su ligereza de ropa. El viento soplaba con furia, y aunque ella estaba acostumbrada a las fuertes corrientes en Uzu, no lo estaba tanto al frío polar que traía consigo. Un frío que le atravesaba los huesos y le hacía castañear los dientes.
Tras un largo y duro día de viaje, halló una cueva en la que refugiarse a la noche. Allí podría dormir, encender una hoguera —si quería— y reponer fuerzas para el día siguiente.
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Al día siguiente...
Zaide se había levantado a primera hora de la mañana para asegurarse de que lo tenía todo listo. Había medido los tiempos con precisión quirúrgica, pero sabía que, cualquier eventualidad, cualquier retraso del uno o el otro, chafarían su plan. De hecho, lo más probable era que sucediese. Pero, ¿acaso toda su vida no estaba compuesta de locuras parecidas? Ya era demasiado viejo para cambiar.
Había huido de la cueva en la que había retenido a Koko por si acaso. Por si acaso alguno se adelantaba de más. Por ejemplo, Nagisa. ¿Quién le decía a él que Datsue no le había contado la posición exacta de su guarida? ¿Quién le decía a él que no se adelantaría y trataría de atacarle mientras estaba desprevenido? Nada, y por eso había huido de allí a la cabaña en la que una vez había vivido.
Las armas, el botín… lo había dejado todo atrás. A aquellas alturas, ya se había rendido de poder sacarle provecho.
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Koko vio la luz a una hora cercana al mediodía. Ya no se encontraba en lo alto de una fría montaña, sino mucho más abajo, en una larga explanada en la que no había más que algunos árboles delgados desperdigados por la zona y tierra árida. Distinguía la nieve en las altas cumbres de las montañas, pero allí abajo, pese a que sentía el frío helado colándose en sus carnes y casi cortándole los labios, no había ni rastro.
Observó que Zaide acababa de liberarle de la técnica, y que estaban rodeados de cuatro pilares de piedra, de tres metros de alto, y que formaban un cuadrado imaginario alrededor de ellos —de ocho metros de lado—. Que aquellas losas de piedras estuviesen allí, desde luego, no parecía ser cosa de la naturaleza.
—Toma —dijo Zaide, ofreciéndole una pequeña botella de agua—. Queda una hora para el encuentro con tu hermana —le informó—. ¿Ansiosa?
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado