23/01/2018, 12:21
—¿Kota? Me llamo Yota —la corrigió él.
—Ah, es c...
Pero no había tiempo para disculpas. Los parroquianos, armados con diferentes artilugios para acabar con la vida de la alimaña (a cada cual más excéntrico que el anterior) estaban cerrando círculos en torno a ellos cada vez más estrechos. Y tan estrechos, que a Ayame pronto le llegó el desagradable olor del alcohol exudado por el cuerpo de aquellas personas.
—Eh, Yota, tío, haz algo. Nose saca u katana o frielos con tu chidori pero ¡no dejes que me maten joder! —exclamaba la araña, encaramada a la espalda de el de Kusagakure, tan alarmada que se comía algunas letras al hablar.
—Cállate, estoy pensando —respondió el otro—. Aunque si no te hubiera por hacer el idiota no estaríamos en esta situación.
Ayame miraba a unos y a otros, indecisa y asustada. Lo último que deseaba era romper la paz de la taberna por un incidente de aquel calibre. Se ajustó la bandana en el cuello. Además...
—Me temo que vamos a tener hablar en otra ocasión —se excusó Yota—. Siento las molestias que te haya podido ocasionar Kumopansa.
—¡Esperad! ¡Esperad! —exclamó. En un abrir y cerrar de ojos, Ayame se había colocado entre los aldeanos y Yota con los brazos extendidos hacia ambos grupos. Los civiles, confundidos, pararon en seco mientras se dirigían miradas llenas de preguntas. Ayame respiró hondo y trató de inculcarle toda la autoridad que fue capaz de reunir a su voz. Que era más bien poca—. N... No es necesario todo esto. Yota-san y... Kumo... pansa, se irán fuera. Yo los acompañaré.
Como kunoichi de Amegakure, no podía permitir que se formaran discusiones de aquel calibre en pleno País de la Tormenta. Y mucho menos, si aquellas discusiones provenían de un shinobi de otra aldea como era Kusagakure. Algo así sólo podría traer más problemas.
—Más te vale, kunoichi. En esta taberna no se permite la entrada de animales, ¡y mucho menos de bichos asquerosos!
Ayame torció el gesto pero no dijo nada más. En su lugar se volvió hacia Yota, pidiéndole con la mirada que la acompañara al exterior.
—Ah, es c...
Pero no había tiempo para disculpas. Los parroquianos, armados con diferentes artilugios para acabar con la vida de la alimaña (a cada cual más excéntrico que el anterior) estaban cerrando círculos en torno a ellos cada vez más estrechos. Y tan estrechos, que a Ayame pronto le llegó el desagradable olor del alcohol exudado por el cuerpo de aquellas personas.
—Eh, Yota, tío, haz algo. Nose saca u katana o frielos con tu chidori pero ¡no dejes que me maten joder! —exclamaba la araña, encaramada a la espalda de el de Kusagakure, tan alarmada que se comía algunas letras al hablar.
—Cállate, estoy pensando —respondió el otro—. Aunque si no te hubiera por hacer el idiota no estaríamos en esta situación.
Ayame miraba a unos y a otros, indecisa y asustada. Lo último que deseaba era romper la paz de la taberna por un incidente de aquel calibre. Se ajustó la bandana en el cuello. Además...
—Me temo que vamos a tener hablar en otra ocasión —se excusó Yota—. Siento las molestias que te haya podido ocasionar Kumopansa.
—¡Esperad! ¡Esperad! —exclamó. En un abrir y cerrar de ojos, Ayame se había colocado entre los aldeanos y Yota con los brazos extendidos hacia ambos grupos. Los civiles, confundidos, pararon en seco mientras se dirigían miradas llenas de preguntas. Ayame respiró hondo y trató de inculcarle toda la autoridad que fue capaz de reunir a su voz. Que era más bien poca—. N... No es necesario todo esto. Yota-san y... Kumo... pansa, se irán fuera. Yo los acompañaré.
Como kunoichi de Amegakure, no podía permitir que se formaran discusiones de aquel calibre en pleno País de la Tormenta. Y mucho menos, si aquellas discusiones provenían de un shinobi de otra aldea como era Kusagakure. Algo así sólo podría traer más problemas.
—Más te vale, kunoichi. En esta taberna no se permite la entrada de animales, ¡y mucho menos de bichos asquerosos!
Ayame torció el gesto pero no dijo nada más. En su lugar se volvió hacia Yota, pidiéndole con la mirada que la acompañara al exterior.