24/01/2018, 18:48
—Coño —masculló el Uchiha.
Con las prisas y el ataque sorpresa, se había olvidado completamente de subirle los calzones a su víctima. El joven mercenario estaba allí, colgado de Akame y de Ralexion, con la chorra al aire. El de Uzu utilizó su mano libre para subir el pantalón del buscavidas con un tirón seco.
—Mejor. No sea que se resfríe —apostilló, con una carcajada seca y breve.
Entre ambos pudieron arrastrarlo fuera del callejón. Por suerte a aquellas horas de la noche y en aquella zona de Tane-Shigai, el tráfico de gente era mínimo; y los que pasaban por allí parecían tener suficiente con sus turbios asuntos como para fijarse siquiera en tres muchachos que andaban a tumbos por las sombras.
El camino se les hizo eterno —aquel chico pesaba mucho más que cualquiera de ellos dos, y el hecho de que estuviese inconsciente sólo hacía que esa sensación se viese incrementada—. Después de unos quince minutos llegaron a una de las plataformas más bajas de la capital, colocada a menor altura incluso que la de la mugrienta taberna donde habían cazado al mercenario. Se detuvieron frente a una de las estructuras esféricas tan típicas de la ciudad, solo que la superficie de esta parecía vieja y poco cuidada. Un sucedáneo de almacén industrial.
—Sujétalo un momento —indicó Akame, echando todo el peso del muchacho inconsciente sobre Ralexion.
Akame se acercó a la puerta del local —herrumbrosa e igual de vieja que la fachada— y sacó una llave de su bolsillo. La introdujo en la cerradura y giró cuatro veces que vinieron acompañadas de cuatro sonoros "clacks". Luego empujó la pesada hoja de hierro y ésta se abrió con un chirrido de bisagras oxidadas.
—Vamos —ordenó el Uchiha, lacónico, mientras volvía a agarrar a Nue por el brazo que le correspondía.
Cuando entraron Akame dió la luz a un interruptor que estaba junto a la puerta con su brazo libre, y luego cerró la misma con el pie. La hoja de hierro golpeó el marco con un sonoro "bum" que retumbó en el interior del local.
Era un local pequeño, de unos cincuenta metros cuadrados —o redondos, en este caso—. Estaba sucio y poco cuidado, las paredes despintadas y visibles manchas de humedad por el techo y las esquinas. Una lámpara de aceite colgaba de las vigas de hierro en el techo, lanzando una tenue luz sobre toda la estancia. El resto del local no era nada fuera de lo común; había una mesa de hierro mugrienta, un par de sillas, un archivador con aspecto de no haber sido usado en mucho tiempo y restos de escombros apilados al final de la sala. Junto a éstos, un balde con agua helada.
—Túmbalo aquí, en el suelo —indicó Akame, agachándose para depositar el cuerpo inerte de Nue sobre el frío piso.
Luego el Uchiha sacó una bobina de hilo ninja del portaobjetos situado en su cintura. Alzó la vista hacia las vigas del techo, luego miró el cuerpo de Nue y se acuclilló junto a él. Desenrolló un tramo de hilo y lo ató en torno a los tobillos del mercenario inconsciente; luego sacó un kunai de su manga derecha, cortó el hilo dejando un buen tramo, y guardó la bobina. Ató el extremo libre del cable a la anilla de su kunai y lo lanzó hacia una de las vigas, pasándolo por encima.
El cuchillo cayó al otro lado y Akame se levantó. Lo recogió del suelo y miró a Ralexion.
—Ayúdame a tirar, Ralexion-san —pidió con tono calmo.
Pretendía usar aquel precario mecanismo de palanca para colgar de los tobillos al joven soldado de fortuna, como si fuese una ristra de chorizos.
Con las prisas y el ataque sorpresa, se había olvidado completamente de subirle los calzones a su víctima. El joven mercenario estaba allí, colgado de Akame y de Ralexion, con la chorra al aire. El de Uzu utilizó su mano libre para subir el pantalón del buscavidas con un tirón seco.
—Mejor. No sea que se resfríe —apostilló, con una carcajada seca y breve.
Entre ambos pudieron arrastrarlo fuera del callejón. Por suerte a aquellas horas de la noche y en aquella zona de Tane-Shigai, el tráfico de gente era mínimo; y los que pasaban por allí parecían tener suficiente con sus turbios asuntos como para fijarse siquiera en tres muchachos que andaban a tumbos por las sombras.
El camino se les hizo eterno —aquel chico pesaba mucho más que cualquiera de ellos dos, y el hecho de que estuviese inconsciente sólo hacía que esa sensación se viese incrementada—. Después de unos quince minutos llegaron a una de las plataformas más bajas de la capital, colocada a menor altura incluso que la de la mugrienta taberna donde habían cazado al mercenario. Se detuvieron frente a una de las estructuras esféricas tan típicas de la ciudad, solo que la superficie de esta parecía vieja y poco cuidada. Un sucedáneo de almacén industrial.
—Sujétalo un momento —indicó Akame, echando todo el peso del muchacho inconsciente sobre Ralexion.
Akame se acercó a la puerta del local —herrumbrosa e igual de vieja que la fachada— y sacó una llave de su bolsillo. La introdujo en la cerradura y giró cuatro veces que vinieron acompañadas de cuatro sonoros "clacks". Luego empujó la pesada hoja de hierro y ésta se abrió con un chirrido de bisagras oxidadas.
—Vamos —ordenó el Uchiha, lacónico, mientras volvía a agarrar a Nue por el brazo que le correspondía.
Cuando entraron Akame dió la luz a un interruptor que estaba junto a la puerta con su brazo libre, y luego cerró la misma con el pie. La hoja de hierro golpeó el marco con un sonoro "bum" que retumbó en el interior del local.
Era un local pequeño, de unos cincuenta metros cuadrados —o redondos, en este caso—. Estaba sucio y poco cuidado, las paredes despintadas y visibles manchas de humedad por el techo y las esquinas. Una lámpara de aceite colgaba de las vigas de hierro en el techo, lanzando una tenue luz sobre toda la estancia. El resto del local no era nada fuera de lo común; había una mesa de hierro mugrienta, un par de sillas, un archivador con aspecto de no haber sido usado en mucho tiempo y restos de escombros apilados al final de la sala. Junto a éstos, un balde con agua helada.
—Túmbalo aquí, en el suelo —indicó Akame, agachándose para depositar el cuerpo inerte de Nue sobre el frío piso.
Luego el Uchiha sacó una bobina de hilo ninja del portaobjetos situado en su cintura. Alzó la vista hacia las vigas del techo, luego miró el cuerpo de Nue y se acuclilló junto a él. Desenrolló un tramo de hilo y lo ató en torno a los tobillos del mercenario inconsciente; luego sacó un kunai de su manga derecha, cortó el hilo dejando un buen tramo, y guardó la bobina. Ató el extremo libre del cable a la anilla de su kunai y lo lanzó hacia una de las vigas, pasándolo por encima.
El cuchillo cayó al otro lado y Akame se levantó. Lo recogió del suelo y miró a Ralexion.
—Ayúdame a tirar, Ralexion-san —pidió con tono calmo.
Pretendía usar aquel precario mecanismo de palanca para colgar de los tobillos al joven soldado de fortuna, como si fuese una ristra de chorizos.