28/01/2018, 14:32
Akame observó con rostro imperturbable el accionar de su pariente. A juzgar por la expresión de sus ojos —perdida, nerviosa— Ralexion parecía estar debatiéndose fuertemente consigo mismo sobre si darle el golpe de gracia a aquel jovencito mercenario o negarse. En el fondo, el Uchiha confiaba en que su compañero sabía que no había otra alternativa. Así era Oonindo; cruel, duro, crudo como una mañana de Invierno en las Planicies del Silencio. Se mataba y se moría.
Y si alguien le preguntaba a Uchiha Akame, él prefería lo primero.
Nue ya se había callado y ahora reposaba en silencio, quizás inconsciente —no sería descabellado, dadas las heridas que había sufrido hasta el momento sobre la silla. Un chico que, por buenas o malas razones, había elegido mal en la vida y ahora estaba a punto de dejar el mundo de los mortales. Por mano de Ralexion o de Akame; eso lo decidiría el primero.
Así fue. El de Kusa se adelantó, enarbolando el kunai con una mano temblorosa. Su mirada buscó un punto en el pecho de Nue y Akame arqueó una ceja. «De verdad que nunca ha matado a nadie», pensó el Uchiha. Entonces Ralexion apuñaló con indecisión y mal tino.
El resultado fue que la punta del kunai perforó varias capas de tejidos en el pecho del joven buscavidas, pero el pulso tembloroso de Ralexion le impidió imprimirle la fuerza necesaria a aquella puñalada para que penetrase lo suficiente en la carne del mercenario. Nue se agitó de repente, como presa de un incontrolable espasmo, y empezó a vomitar sangre mientras gemía de agonía con los ojos fuera de las órbitas, componiendo un cuadro del todo desagradable para un observador no instruído.
Akame agarró la mano de su pariente, que todavía sujetaba el mango del kunai medio enterrado en el pecho de su víctima, y sacó el arma con un seco tirón. Luego se la arrebató con frialdad y, entornando los ojos, le dirigió unas breves palabras.
—Así no —sentenció—. Así.
Agarró el mango del kunai con firmeza, echó hacia atrás la cabeza del mercenario agarrándole por el pelo, y le tajó el gaznate con un corte limpio y rápido. La sangre fluyó como un río por las montañas y los violentos espamos de Nue se detuvieron. El cuerpo ahora sin vida quedó recostado sobre la silla, con los ojos todavía abiertos y la mirada perdida en el techo. Su rostro compuesto en una desagradable mueca de agonía.
—Nunca apuntes al corazón cuando quieras matar con rapidez, Ralexion-san. Siempre al cuello.
Akame dejó caer el kunai sobre el suelo y se dio media vuelta, mostrándole la espalda a su pariente. Respiró hondo varias veces y cerró los ojos durante unos instantes. «Ya pasó...»
—Vamos, ayúdame. Hay que deshacerse del cuerpo —apremió a su compañero después de unos segundos de silencio.
Y si alguien le preguntaba a Uchiha Akame, él prefería lo primero.
Nue ya se había callado y ahora reposaba en silencio, quizás inconsciente —no sería descabellado, dadas las heridas que había sufrido hasta el momento sobre la silla. Un chico que, por buenas o malas razones, había elegido mal en la vida y ahora estaba a punto de dejar el mundo de los mortales. Por mano de Ralexion o de Akame; eso lo decidiría el primero.
Así fue. El de Kusa se adelantó, enarbolando el kunai con una mano temblorosa. Su mirada buscó un punto en el pecho de Nue y Akame arqueó una ceja. «De verdad que nunca ha matado a nadie», pensó el Uchiha. Entonces Ralexion apuñaló con indecisión y mal tino.
El resultado fue que la punta del kunai perforó varias capas de tejidos en el pecho del joven buscavidas, pero el pulso tembloroso de Ralexion le impidió imprimirle la fuerza necesaria a aquella puñalada para que penetrase lo suficiente en la carne del mercenario. Nue se agitó de repente, como presa de un incontrolable espasmo, y empezó a vomitar sangre mientras gemía de agonía con los ojos fuera de las órbitas, componiendo un cuadro del todo desagradable para un observador no instruído.
Akame agarró la mano de su pariente, que todavía sujetaba el mango del kunai medio enterrado en el pecho de su víctima, y sacó el arma con un seco tirón. Luego se la arrebató con frialdad y, entornando los ojos, le dirigió unas breves palabras.
—Así no —sentenció—. Así.
Agarró el mango del kunai con firmeza, echó hacia atrás la cabeza del mercenario agarrándole por el pelo, y le tajó el gaznate con un corte limpio y rápido. La sangre fluyó como un río por las montañas y los violentos espamos de Nue se detuvieron. El cuerpo ahora sin vida quedó recostado sobre la silla, con los ojos todavía abiertos y la mirada perdida en el techo. Su rostro compuesto en una desagradable mueca de agonía.
—Nunca apuntes al corazón cuando quieras matar con rapidez, Ralexion-san. Siempre al cuello.
Akame dejó caer el kunai sobre el suelo y se dio media vuelta, mostrándole la espalda a su pariente. Respiró hondo varias veces y cerró los ojos durante unos instantes. «Ya pasó...»
—Vamos, ayúdame. Hay que deshacerse del cuerpo —apremió a su compañero después de unos segundos de silencio.