28/01/2018, 17:54
Ralexion asintió.
Se pusieron manos a la obra, cargando con el endemoniadamente pesado cadáver del mercenario. El kusajin esperaba que bastase con un esfuerzo similar a cuando lo habían llevado inconsciente, pero no. Era como si hubiese ganado una palpable cantidad de kilos tras su partida al otro mundo; la venganza del difunto.
El pelinegro dejaba escapar, de tanto en tanto, gemidos y suspiros de esfuerzo. Todo ello se agravó cuando necesitó quedarse unos instantes quieto mientras Akame se aseguraba de que las calles estaban en una condición transitable. Finalmente su pariente dio el visto bueno a la situación del exterior y salieron.
—No hay kusare... Enemigos en la costa —Ralexion alzó la ceja derecha.
¿Iba a decir "kusareños"? Sí, estaban en territorio del País del Bosque, pero Tane-Shigai no formaba parte de Kusagakure. Vaya un comentario más fuera de lugar.
Además de sentir el azote del frío, el joven notó con mayor prominencia la insoportable hedor que despedían los residuos anclados en su ropa. Se habría tapado la nariz si fuera posible, pero sus manos estaban muy ocupadas cargando con el féretro improvisado por el uzujin. No tuvo más remedio que aguantarla a lo largo de la travesía.
Cuando arribaron al edificio en ruinas y Akame le indicó que podía soltar a Nue, el muchacho aprovechó el descanso para echarle un buen vistazo a sus atavíos. «Blegh... ¡estoy hecho un asco!», se lamentó. No le vendría mal un baño, además de un cambio de ropa.
Entonces llevaron el cadáver hasta el que sería su lugar de descanso eterno, las ruinas de un edificio en las entrañas de Tane-Shigai. El Uchiha trató de evitar pensar en ello, solo le ponía de peor humor. El uzujin se ocupó de cremar el cuerpo, consumiendo su piel, músculos, huesos y todo lo demás hasta que solo quedaron cenizas. Ralexion no apartó sus ojos del proceso, como si estuviese hipnotizado. No olvidaría el nombre de Kurosaki Nue.
Akame, tan práctico como siempre, indicó sin pena ni gloria que debían marcharse ahora que ya no quedaban pruebas.
—Akame-san, necesito quitarme esta ropa, no puedo ir a ninguna parte así, por no mencionar el olor... —el pelinegro puso sobre la mesa lo obvio— ¿Tienes algo que pueda utilizar?
Se pusieron manos a la obra, cargando con el endemoniadamente pesado cadáver del mercenario. El kusajin esperaba que bastase con un esfuerzo similar a cuando lo habían llevado inconsciente, pero no. Era como si hubiese ganado una palpable cantidad de kilos tras su partida al otro mundo; la venganza del difunto.
El pelinegro dejaba escapar, de tanto en tanto, gemidos y suspiros de esfuerzo. Todo ello se agravó cuando necesitó quedarse unos instantes quieto mientras Akame se aseguraba de que las calles estaban en una condición transitable. Finalmente su pariente dio el visto bueno a la situación del exterior y salieron.
—No hay kusare... Enemigos en la costa —Ralexion alzó la ceja derecha.
¿Iba a decir "kusareños"? Sí, estaban en territorio del País del Bosque, pero Tane-Shigai no formaba parte de Kusagakure. Vaya un comentario más fuera de lugar.
Además de sentir el azote del frío, el joven notó con mayor prominencia la insoportable hedor que despedían los residuos anclados en su ropa. Se habría tapado la nariz si fuera posible, pero sus manos estaban muy ocupadas cargando con el féretro improvisado por el uzujin. No tuvo más remedio que aguantarla a lo largo de la travesía.
Cuando arribaron al edificio en ruinas y Akame le indicó que podía soltar a Nue, el muchacho aprovechó el descanso para echarle un buen vistazo a sus atavíos. «Blegh... ¡estoy hecho un asco!», se lamentó. No le vendría mal un baño, además de un cambio de ropa.
Entonces llevaron el cadáver hasta el que sería su lugar de descanso eterno, las ruinas de un edificio en las entrañas de Tane-Shigai. El Uchiha trató de evitar pensar en ello, solo le ponía de peor humor. El uzujin se ocupó de cremar el cuerpo, consumiendo su piel, músculos, huesos y todo lo demás hasta que solo quedaron cenizas. Ralexion no apartó sus ojos del proceso, como si estuviese hipnotizado. No olvidaría el nombre de Kurosaki Nue.
Akame, tan práctico como siempre, indicó sin pena ni gloria que debían marcharse ahora que ya no quedaban pruebas.
—Akame-san, necesito quitarme esta ropa, no puedo ir a ninguna parte así, por no mencionar el olor... —el pelinegro puso sobre la mesa lo obvio— ¿Tienes algo que pueda utilizar?