28/01/2018, 21:41
El uzujin siguió la estela de Akame. Efectivamente, se dirigían de vuelta al hostal que el de Uzu utilizaba como base de operaciones en Tane-Shigai. El problema era que por las celebraciones de fin de año, a pesar de que eran altas horas de la noche, aún había gente festejando en la plataforma y sus inmediaciones.
A nivel visual el aspecto de Ralexion era más que normal. Sin embargo, como ya había mencionado, su olor dejaba mucho de qué desear. Por eso mismo le puso nervioso el tener que atravesar la distancia que los separaba del edificio entre grupos de juerguistas. Afortunadamente, todos parecían demasiado enfrascados en sus propios asuntos —y borrachos, también— como para sospechar nada.
No fue el caso con la recepcionista, sin embargo. La fémina de loable aspecto se percató de que algo podrido había rondado por las inmediaciones de la entrada, pero el dúo de Uchihas fue demasiado rápido como para que la situación escalase. Ralexion ni la miró, tan apresurado como iba.
Ya en el interior del habitáculo temporal de Akame —el cual el genin de Kusa escaneó cual detective que reunía pistas— el ya mencionado le indicó la localización del baño, así como que disponía de todo lo necesario para pegarse una bien merecida ducha. El joven asintió con semblante lacónico.
—Gracias —y sin añadir nada más se internó en la habitación.
Ralexion encendió la luz y deshizo el Henge, que generó su habitual sonido tan característico. Dejó caer al suelo su capa, la cual había rescatado del suelo del almacén antes de abandonarlo —por fortuna se había librado del vómito y la sangre al quedar algo apartada del epicentro— y comenzó a desnudarse raudo; soltó el resto de prendas sucias también sobre el suelo, pero lejos de la capa. Acto seguido se metió en la tina y accionó el grifo del agua caliente. El pelinegro acostumbraba a bañarse o ducharse con el líquido a una temperatura considerable, incluso en verano.
Se tomó su tiempo, relajándose hasta decir basta. Quería que el agua, agente purificador, eliminase no solo la roña, si no todas las malas vivencias sufridas ese día, pero por supuesto, era imposible. Al menos calmó sus nervios de maravilla. También lavó su anatomía y cabello con los mismos jabones, cortesía del hostal, mencionados por Akame.
Cuando se sintió satisfecho cerró el grifo y salió de la ducha. Tomó una de las toallas colgadas de la pared y se secó con brío. Al finalizar se colocó la susodicha cubriéndole la cintura para ocultar así sus partes nobles. Salió del baño en busca de su compañero uzujin.
—¿La ropa, Akame-san? —preguntó, echándole un vistazo a la plaza desde el ventanal.
A nivel visual el aspecto de Ralexion era más que normal. Sin embargo, como ya había mencionado, su olor dejaba mucho de qué desear. Por eso mismo le puso nervioso el tener que atravesar la distancia que los separaba del edificio entre grupos de juerguistas. Afortunadamente, todos parecían demasiado enfrascados en sus propios asuntos —y borrachos, también— como para sospechar nada.
No fue el caso con la recepcionista, sin embargo. La fémina de loable aspecto se percató de que algo podrido había rondado por las inmediaciones de la entrada, pero el dúo de Uchihas fue demasiado rápido como para que la situación escalase. Ralexion ni la miró, tan apresurado como iba.
Ya en el interior del habitáculo temporal de Akame —el cual el genin de Kusa escaneó cual detective que reunía pistas— el ya mencionado le indicó la localización del baño, así como que disponía de todo lo necesario para pegarse una bien merecida ducha. El joven asintió con semblante lacónico.
—Gracias —y sin añadir nada más se internó en la habitación.
Ralexion encendió la luz y deshizo el Henge, que generó su habitual sonido tan característico. Dejó caer al suelo su capa, la cual había rescatado del suelo del almacén antes de abandonarlo —por fortuna se había librado del vómito y la sangre al quedar algo apartada del epicentro— y comenzó a desnudarse raudo; soltó el resto de prendas sucias también sobre el suelo, pero lejos de la capa. Acto seguido se metió en la tina y accionó el grifo del agua caliente. El pelinegro acostumbraba a bañarse o ducharse con el líquido a una temperatura considerable, incluso en verano.
Se tomó su tiempo, relajándose hasta decir basta. Quería que el agua, agente purificador, eliminase no solo la roña, si no todas las malas vivencias sufridas ese día, pero por supuesto, era imposible. Al menos calmó sus nervios de maravilla. También lavó su anatomía y cabello con los mismos jabones, cortesía del hostal, mencionados por Akame.
Cuando se sintió satisfecho cerró el grifo y salió de la ducha. Tomó una de las toallas colgadas de la pared y se secó con brío. Al finalizar se colocó la susodicha cubriéndole la cintura para ocultar así sus partes nobles. Salió del baño en busca de su compañero uzujin.
—¿La ropa, Akame-san? —preguntó, echándole un vistazo a la plaza desde el ventanal.