1/02/2018, 03:52
(Última modificación: 1/02/2018, 03:54 por Umikiba Kaido.)
El escualo tomó aquel pergamino del dependiente, y lo abrió apenas abandonó el edificio; leyéndolo y releyéndolo un par de veces para memorizar los datos más importantes de aquella misión. Finalmente, guardó el rollo y dispuso a prepararse para partir. Cuanto antes.
Su próximo destino; Taikarune.
El alivio que sintió al cruzar el inmenso arco de piedra que servía como bienvenida a la famosa ciudad de Taikarune le fue, sencillamente, indescriptible. Y cómo no, si después de haber tenido que viajar ¡tres malditos días! para poder llegar hasta el destino de su misión, lo menos que quería era seguir atravesando medio Oonindo, y a pie. Por suerte, más allá de aquella ciudad sólo había mar, y mar. Y poco más.
Kaido cruzó aquella brecha que supeditaba al enorme acantilado agobiado por el papel que tendría que interpretar de ahora en adelante, como parte expresa en la solicitud de la misión. Porque, Kaido no podría ser Kaido esa vez. No. No podía ser el hijo de puta que, más allá de sus buenamente sabidas fortalezas, reforzaba sus comportamientos en el leve sentido de autoridad que le daba su bandana. Ahora, el gyojin tendría que convertirse en uno más de la muchedumbre, en un simple y mundano civil desempleado que ansiaba por poder trabajar en Baratie, el restaurante de Shenfu Kano.
Así que, en pro de su propio subterfugio, el escualo se tomó la libertad de vestir con prendas comunes y corrientes. Sin botas militares, ni prendas aereodinámicas ajustables. Tampoco su bandana. En su bolso de viaje, sin embargo, seguro que tendría algún arma escondida, y alguno que otro implemento que le pudiera pasar desapercibido sin mucho problema. Sellos, bombas de humo. Lo básico.
Nokomizuchi, por muy a su pesar, tuvo que quedarse en casa. No cortaría a nadie con ella, por esta vez.
Llevaba el cabello atado en una cola de caballo, reposándole sobre la espalda, y un camisón de mangas medias con cuello en V. Pantalones grises, y unas sandalias marrones de lo más mundanas. En su muñeca derecha, reposaba el brazalete negro que le identificaría como el shinobi elegido para la misión.
El Hozuki tomó rumbo entonces hacia el corazón de la ciudad, en la búsqueda de la locación en cuestión.
Su próximo destino; Taikarune.
. . .
El alivio que sintió al cruzar el inmenso arco de piedra que servía como bienvenida a la famosa ciudad de Taikarune le fue, sencillamente, indescriptible. Y cómo no, si después de haber tenido que viajar ¡tres malditos días! para poder llegar hasta el destino de su misión, lo menos que quería era seguir atravesando medio Oonindo, y a pie. Por suerte, más allá de aquella ciudad sólo había mar, y mar. Y poco más.
Kaido cruzó aquella brecha que supeditaba al enorme acantilado agobiado por el papel que tendría que interpretar de ahora en adelante, como parte expresa en la solicitud de la misión. Porque, Kaido no podría ser Kaido esa vez. No. No podía ser el hijo de puta que, más allá de sus buenamente sabidas fortalezas, reforzaba sus comportamientos en el leve sentido de autoridad que le daba su bandana. Ahora, el gyojin tendría que convertirse en uno más de la muchedumbre, en un simple y mundano civil desempleado que ansiaba por poder trabajar en Baratie, el restaurante de Shenfu Kano.
Así que, en pro de su propio subterfugio, el escualo se tomó la libertad de vestir con prendas comunes y corrientes. Sin botas militares, ni prendas aereodinámicas ajustables. Tampoco su bandana. En su bolso de viaje, sin embargo, seguro que tendría algún arma escondida, y alguno que otro implemento que le pudiera pasar desapercibido sin mucho problema. Sellos, bombas de humo. Lo básico.
Nokomizuchi, por muy a su pesar, tuvo que quedarse en casa. No cortaría a nadie con ella, por esta vez.
Llevaba el cabello atado en una cola de caballo, reposándole sobre la espalda, y un camisón de mangas medias con cuello en V. Pantalones grises, y unas sandalias marrones de lo más mundanas. En su muñeca derecha, reposaba el brazalete negro que le identificaría como el shinobi elegido para la misión.
El Hozuki tomó rumbo entonces hacia el corazón de la ciudad, en la búsqueda de la locación en cuestión.