3/02/2018, 17:13
Hallar las indicaciones necesarias para encontrar su imperante destino le resultó, cuanto menos, sencillo. Tras uno o dos intentos, logró recabar la dirección exacta, donde tendría que descender hacia los linderos de la costa para hallar el restaurante de Shenfu Kano.
Entre tanto, no pudo evitar que su instinto le susurrara seductoramente, obligándole a torcer el gesto y la mirada. A encontrarse cara a cara con dos personas que, por las razones que fueran, le observaban a él y sólo a él. No podía ser una casualidad, desde luego, encontrándose ellos entre una marea agobiante de personas arremolinadas entre sí, pero antes de que el escualo pudiera indagar a fondo en el asunto —le preocupó ver en ellos un par de bandanas, aunque fue incapaz de discernir de a qué aldea pertenecían—. una nueva ola rompiente de gente les hizo desaparecer, súbitamente.
Tragó saliva, y trató de buscarles sin éxito.
«Tranquilo. Sólo te ven porque eres azul. Nadie sabe quién eres, ni el por qué estás aquí. Vamos, enfócate en tu papel, cabrón» —se dijo, antes de continuar su avanzada.
Dejado el corazón de la ciudad atrás, Kaido finalmente llegó a la costa. Al puerto de Taikarune. Y entre los caballos de madera encallados encontró lo que estaba buscando: A Baratie.
Quería auparse a sí mismo por creer que se imaginaba que el restaurante sería un barco, pero no. Ni en mil años. Ni en mil años hubiese pensado que aquel local sería una bestia maciza que superaba con creces el tamaño de los pocos barcos en los que él había estado antes. Éste, sencillamente, podría navegar directo hacia ellos y hacerlos pedazos como si de cristal se tratase y continuar su travesía a través de los mares, intacto y vanagloriado por no tener rival alguno en el océano.
Entonces partió hacia el muelle, para poder encontrarse con Kano. Lo que, en principio, no iba a resultar sencillo. Porque frente a él, una docena de personas aguardaba paciente en una fila. Para entrevistarse tal y como tenía que hacerlo él, sólo que...
«Espera, ¿qué?» —no. Él debía ser el único con un brazalete negro aquel día, pero la mujer frente a él también tenía uno. ¿Sería una casualidad?—. «Sí, tiene que ser eso. ¿O ha contradado a alguien más?»
El escualo le tocó con el brazo izquierdo el omoplato, y escondió el derecho por detrás de su espalda.
—Disculpe, ¿es ésta la fila para las entrevistas de Camarero en Baratie?
Entre tanto, no pudo evitar que su instinto le susurrara seductoramente, obligándole a torcer el gesto y la mirada. A encontrarse cara a cara con dos personas que, por las razones que fueran, le observaban a él y sólo a él. No podía ser una casualidad, desde luego, encontrándose ellos entre una marea agobiante de personas arremolinadas entre sí, pero antes de que el escualo pudiera indagar a fondo en el asunto —le preocupó ver en ellos un par de bandanas, aunque fue incapaz de discernir de a qué aldea pertenecían—. una nueva ola rompiente de gente les hizo desaparecer, súbitamente.
Tragó saliva, y trató de buscarles sin éxito.
«Tranquilo. Sólo te ven porque eres azul. Nadie sabe quién eres, ni el por qué estás aquí. Vamos, enfócate en tu papel, cabrón» —se dijo, antes de continuar su avanzada.
Dejado el corazón de la ciudad atrás, Kaido finalmente llegó a la costa. Al puerto de Taikarune. Y entre los caballos de madera encallados encontró lo que estaba buscando: A Baratie.
Quería auparse a sí mismo por creer que se imaginaba que el restaurante sería un barco, pero no. Ni en mil años. Ni en mil años hubiese pensado que aquel local sería una bestia maciza que superaba con creces el tamaño de los pocos barcos en los que él había estado antes. Éste, sencillamente, podría navegar directo hacia ellos y hacerlos pedazos como si de cristal se tratase y continuar su travesía a través de los mares, intacto y vanagloriado por no tener rival alguno en el océano.
Entonces partió hacia el muelle, para poder encontrarse con Kano. Lo que, en principio, no iba a resultar sencillo. Porque frente a él, una docena de personas aguardaba paciente en una fila. Para entrevistarse tal y como tenía que hacerlo él, sólo que...
«Espera, ¿qué?» —no. Él debía ser el único con un brazalete negro aquel día, pero la mujer frente a él también tenía uno. ¿Sería una casualidad?—. «Sí, tiene que ser eso. ¿O ha contradado a alguien más?»
El escualo le tocó con el brazo izquierdo el omoplato, y escondió el derecho por detrás de su espalda.
—Disculpe, ¿es ésta la fila para las entrevistas de Camarero en Baratie?