7/02/2018, 01:18
Era la segunda misión conjunta a la que le asignaban en menos de un mes. Sus superiores le dijeron que su diligencia al trabajar demostraba su lealtad hacia Kusagakure, que su rápida adquisición de habilidad y dedicación a su entrenamiento eran loables, motivos por los que consideraban conveniente ir depositando mayor confianza en él. Buenas noticias, sin lugar a dudas, pero al Uchiha la situación comenzaba a producirle angustia. Se veía atosigado por un claro caso de síndrome del impostor, por no mencionar que la vida que estaba viviendo no era la que él quería.
Su hermana no mostraba un solo indicio de mejoría. Sentía que su suerte le había abandonado desde el ataque a Uji, o peor todavía, que algo o alguien le había maldecido. La gente a su alrededor tendía a sufrir destinos terribles.
Por todo ello, aquejado de un ataque de ansiedad especialmente ruin, el muchacho optó por refugiarse en la bebida y tratar de olvidar sus penas. Así había querido el destino que se encontrase en la misma taberna seleccionada por Uchiha Akame, ya que él también se había desplazado hasta Tanzaku Gai —la ciudad más grande y cercana al punto de encuentro con los operativos de Uzugakure— para descansar y preparase antes de emprender el encargo.
Ralexion estaba sentado en una de las esquinas del local, en un rincón algo apartado del resto de muebles. Ya llevaba más de una hora allí, bebiendo como si no hubiese mañana, hasta finalmente sucumbir a la somnolencia. Ahora se le podía ver con el torso apoyado sobre la mesa, los brazos cruzados y la cabeza reposando sobre estos, durmiendo la mona; frente a él una botella de sake y un ochoko a juego. Todos los parroquianos le ignoraban, era una estampa típica, al fin y al cabo, aunque el protagonista de esta fuera un muchacho con el protector de Kusagakure en la frente.
Poco después el joven retornó al mundo de los vivos. Su visión era borrosa y sentía un ligero zumbido en su cabeza, pero al menos había podido olvidarlo todo durante un rato. Probablemente habría pedido otra botella de no ser porque tras un rápido escaneo de las inmediaciones —por hábito, más que nada— captó por el rabillo del ojo una figura que si pertenecía a quién creía que pertenecía, no podía ignorarla.
Abrió los ojos del todo. «¡Que me lleve Izanami ahora mismo si estoy viendo mal...!», se exclamó a sí mismo cuando comprobó que la información que su cerebro estaba recibiendo era, efectivamente, correcta.
Se alzó con relativa lentitud. Sus movimientos denotaban la cantidad de alcohol en sangre que portaba el kusajin, pero a pesar de su edad, complexión y la cantidad ingerida, el moreno todavía parecía estar en gran parte del pleno de sus capacidades psicomotrices. Avanzó con grandes zancadas al encuentro de su objetivo, entonces le dedicó una potente palmada en la espalda, como si fuese un buen amigo al que no veía desde hacía siglos.
—¡Y yo que pensaba que estabas muerto! —vociferó, sonriente.
Su hermana no mostraba un solo indicio de mejoría. Sentía que su suerte le había abandonado desde el ataque a Uji, o peor todavía, que algo o alguien le había maldecido. La gente a su alrededor tendía a sufrir destinos terribles.
Por todo ello, aquejado de un ataque de ansiedad especialmente ruin, el muchacho optó por refugiarse en la bebida y tratar de olvidar sus penas. Así había querido el destino que se encontrase en la misma taberna seleccionada por Uchiha Akame, ya que él también se había desplazado hasta Tanzaku Gai —la ciudad más grande y cercana al punto de encuentro con los operativos de Uzugakure— para descansar y preparase antes de emprender el encargo.
Ralexion estaba sentado en una de las esquinas del local, en un rincón algo apartado del resto de muebles. Ya llevaba más de una hora allí, bebiendo como si no hubiese mañana, hasta finalmente sucumbir a la somnolencia. Ahora se le podía ver con el torso apoyado sobre la mesa, los brazos cruzados y la cabeza reposando sobre estos, durmiendo la mona; frente a él una botella de sake y un ochoko a juego. Todos los parroquianos le ignoraban, era una estampa típica, al fin y al cabo, aunque el protagonista de esta fuera un muchacho con el protector de Kusagakure en la frente.
Poco después el joven retornó al mundo de los vivos. Su visión era borrosa y sentía un ligero zumbido en su cabeza, pero al menos había podido olvidarlo todo durante un rato. Probablemente habría pedido otra botella de no ser porque tras un rápido escaneo de las inmediaciones —por hábito, más que nada— captó por el rabillo del ojo una figura que si pertenecía a quién creía que pertenecía, no podía ignorarla.
Abrió los ojos del todo. «¡Que me lleve Izanami ahora mismo si estoy viendo mal...!», se exclamó a sí mismo cuando comprobó que la información que su cerebro estaba recibiendo era, efectivamente, correcta.
Se alzó con relativa lentitud. Sus movimientos denotaban la cantidad de alcohol en sangre que portaba el kusajin, pero a pesar de su edad, complexión y la cantidad ingerida, el moreno todavía parecía estar en gran parte del pleno de sus capacidades psicomotrices. Avanzó con grandes zancadas al encuentro de su objetivo, entonces le dedicó una potente palmada en la espalda, como si fuese un buen amigo al que no veía desde hacía siglos.
—¡Y yo que pensaba que estabas muerto! —vociferó, sonriente.