8/02/2018, 13:13
(Última modificación: 8/02/2018, 13:14 por Aotsuki Ayame.)
— ¡Jolines! Yo quería pasar la noche con vosotros... No todos los días vienen unos ninjas por aquí... —protestó la chiquilla.
Ayame miró de reojo a Yota, esperando que le tendiera una capa de cordura a aquella locura. Lo que no esperaba, precisamente de él, fueron las palabras que escuchó a continuación:
—Vale, mirad, propongo lo siguiente, ¿Qué tal si vamos y si sus padres no ponen pegas aceptamos la invitación?
—¡¿Qué?!
—¡Sí! —exclamó la pequeña, muerta de alegría.
Pero Ayame no dejaba de alternar la mirada entre ambos, anonadada. Intentó descifrar en sus rostros si había algún tipo de broma escondida en todo aquello. Pero no la había. Eran tres contra uno, y estaban dispuestos a arrastrarla con ellos. Y lo que era peor: ella no tenía otro lugar en el que pasar la noche que no fuera la taberna en la que había estado minutos atrás, incluso El Patito Frío (que era el hotel más grande de aquel pequeño pueblo) estaba completo. Y el frío estaba calando en sus huesos.
—Sosa, más que sosa. Voy a tener que echarte sal si sigues así —habló la araña.
Pero ella ignoró sus palabras, se acercó a Yota y agarró una de sus mangas.
—¿Te has vuelto loco? —le susurró, intentando que la chiquilla no los escuchara—. No la conocemos de nada, ¡ni siquiera sabemos su nombre! ¡Si te metes en casa de un desconocido así como así cualquier día acabarás muerto!
Ayame miró de reojo a Yota, esperando que le tendiera una capa de cordura a aquella locura. Lo que no esperaba, precisamente de él, fueron las palabras que escuchó a continuación:
—Vale, mirad, propongo lo siguiente, ¿Qué tal si vamos y si sus padres no ponen pegas aceptamos la invitación?
—¡¿Qué?!
—¡Sí! —exclamó la pequeña, muerta de alegría.
Pero Ayame no dejaba de alternar la mirada entre ambos, anonadada. Intentó descifrar en sus rostros si había algún tipo de broma escondida en todo aquello. Pero no la había. Eran tres contra uno, y estaban dispuestos a arrastrarla con ellos. Y lo que era peor: ella no tenía otro lugar en el que pasar la noche que no fuera la taberna en la que había estado minutos atrás, incluso El Patito Frío (que era el hotel más grande de aquel pequeño pueblo) estaba completo. Y el frío estaba calando en sus huesos.
—Sosa, más que sosa. Voy a tener que echarte sal si sigues así —habló la araña.
Pero ella ignoró sus palabras, se acercó a Yota y agarró una de sus mangas.
—¿Te has vuelto loco? —le susurró, intentando que la chiquilla no los escuchara—. No la conocemos de nada, ¡ni siquiera sabemos su nombre! ¡Si te metes en casa de un desconocido así como así cualquier día acabarás muerto!