11/02/2018, 23:59
Si hubiese podido hacerlo, Kaido hubiera reído tanto que probablemente se hubiese meado encima. Porque muy mal tenía que haberle quedado el trago como para Shenfu Kano se viera en la absurda obligación de fingir tan abiertamente como lo había hecho mientras ingería su delicioso cóctel, a fin de no restarle mérito a él, que tenía que ganar por obligación. Por llevar aquella bandana negra en su muñeca, y por ser el ninja que tendría que encontrar a los ladrones de Baratie.
Kaido sonrió visiblemente orgulloso de su asquerosa bebida, y complacido; recibió las palmadas de Kano como una merecida felicitación. Luego, les vio irse hasta la cocina, donde elegirían al ganador.
Él quedó ahí, sonriente, a la espera del ya sabido veredicto.
Pero, como era de esperarse, alguien iba a increparle. Y es que no se tenía que ser demasiado listo para no percatarse de algunas cosas. Como de aquel guiño, por ejemplo. Y así lo expresó abiertamente, obligando a todos los presentes a dirigir su mirada y sus dubitativas acerca de la veracidad de las pruebas por sobre la figura de Kaido, el tiburón azul.
Pero el gyojin no se iba a amedrantar. En cambio, les vio uno a uno, y concluyó con su mirada asesina por sobre el tipo de los dientes torcidos y la cicatriz en la ceja. Entonces, navegó las arcas de la habitación y cruzó la distancia que le separaba de aquel pardillo con la lentitud de un cazador nato. Con la tranquilidad de quien se sentía en lo más alto de la cadena alimenticia. Y sólo cuando estuviera lo suficientemente cerca como para que pudiera ver, incluso, las rendijas de sus branquias, éste habló.
—Discúlpame, muchacho, pero es que desde allá, estando tan lejos, no he podido escuchar bien lo que me has dicho —dijo, plantándose como una roca. Con las manos acariciándose mutuamente y con los nudillos fuertemente apretados—. pero ahora que estoy más cerca, sí; podré oírte mejor. Por favor, repite. Quiero que me lo digas nuevamente... cara a cara.
«Y ahí veremos quién tiene los cojones, realmente»
Kaido sonrió visiblemente orgulloso de su asquerosa bebida, y complacido; recibió las palmadas de Kano como una merecida felicitación. Luego, les vio irse hasta la cocina, donde elegirían al ganador.
Él quedó ahí, sonriente, a la espera del ya sabido veredicto.
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Pero, como era de esperarse, alguien iba a increparle. Y es que no se tenía que ser demasiado listo para no percatarse de algunas cosas. Como de aquel guiño, por ejemplo. Y así lo expresó abiertamente, obligando a todos los presentes a dirigir su mirada y sus dubitativas acerca de la veracidad de las pruebas por sobre la figura de Kaido, el tiburón azul.
Pero el gyojin no se iba a amedrantar. En cambio, les vio uno a uno, y concluyó con su mirada asesina por sobre el tipo de los dientes torcidos y la cicatriz en la ceja. Entonces, navegó las arcas de la habitación y cruzó la distancia que le separaba de aquel pardillo con la lentitud de un cazador nato. Con la tranquilidad de quien se sentía en lo más alto de la cadena alimenticia. Y sólo cuando estuviera lo suficientemente cerca como para que pudiera ver, incluso, las rendijas de sus branquias, éste habló.
—Discúlpame, muchacho, pero es que desde allá, estando tan lejos, no he podido escuchar bien lo que me has dicho —dijo, plantándose como una roca. Con las manos acariciándose mutuamente y con los nudillos fuertemente apretados—. pero ahora que estoy más cerca, sí; podré oírte mejor. Por favor, repite. Quiero que me lo digas nuevamente... cara a cara.
«Y ahí veremos quién tiene los cojones, realmente»