20/02/2018, 13:02
—Bueeeeeeeeennooooooooo... Probablemente metas tu narizota donde no debas. Deberías aprender de tus errores, kunoichi —respondió la araña, con una risilla, y Ayame le lanzó una mirada fulminante.
—Cierra esa bocota, 8 ojos —replicó Yota, casi replicando sus pensamientos—. Perdónala, Ayame-san, a veces no sabe controlarse y puede resultar un poco... bueno, desagradable.
—No pasa nada —refunfuñó ella, con las manos metidas en los bolsillos y la cara parcialmente oculta bajo su gruesa capa de viaje.
Realmente, en cualquier otra circunstancia no se habría sentido tan molesta. Pero toda aquella situación le olía a chamusquina, y realmente odiaba no tener otra alternativa que seguir al de Kusagakure y a aquella niña desconocida en contra de su voluntad.
Al fin echaron a andar por los senderos marcados en la nieve, entre las diferentes casas cuyas chimeneas encendidas ofrecían la imposible y seductora promesa de un calor al que no podían acceder. La niña, seguramente acostumbrada a su tierra natal, no parecía sucumbir a aquel frío invernal. Más bien al contrario, avanzaba por delante de ellos dando pequeños saltitos sobre la nieve.
—Adelantate, Kumopansa, protege a la niña. No sabemos si nos encontraremos peligros durante el camino —ordenó Yota a la araña, y esta no tardó en descender de su cuerpo con sus frágiles patitas articuladas y obedecer su comanda. Sólo entonces se volvió hacia ella—. Bien, ahora que estamos solos, déjame decirte que a mi tampoco es que me chifle esta idea de meternos en casas de desconocidos —le dijo, y ella no pudo menos que alzar una ceja en un gesto escéptico como respuesta—. No soy un completo descerebrado, pero entre los dos podremos arreglárnoslas y bueno... ¿Mejor esto que dormir aquí fuera con la nieve, verdad? Confía en mí, estaremos bien.
—Ya veremos...
—¡Por aquí, vamos! —exclamó la niña, frente a ellos.
Señalaba con su pequeña manita infantil un camino hacia la derecha en una bifurcación. Para terror de Ayame, aquel sendero conducía directamente hacia un bosque.
—Se suponía que íbamos a ir a una casa —le siseó a su compañero, señalando con la cabeza la amalgama de casas que se alzaban tras su espalda—. ¡Esto se aleja del pueblo! ¿Qué hacemos metiéndonos en el corazón de un bosque?
Aquel giro había despertado todas las alarmas de la kunoichi. Y todas esas alarmas estaban gritando TRAMPA, por los cuatro costados.
—Cierra esa bocota, 8 ojos —replicó Yota, casi replicando sus pensamientos—. Perdónala, Ayame-san, a veces no sabe controlarse y puede resultar un poco... bueno, desagradable.
—No pasa nada —refunfuñó ella, con las manos metidas en los bolsillos y la cara parcialmente oculta bajo su gruesa capa de viaje.
Realmente, en cualquier otra circunstancia no se habría sentido tan molesta. Pero toda aquella situación le olía a chamusquina, y realmente odiaba no tener otra alternativa que seguir al de Kusagakure y a aquella niña desconocida en contra de su voluntad.
Al fin echaron a andar por los senderos marcados en la nieve, entre las diferentes casas cuyas chimeneas encendidas ofrecían la imposible y seductora promesa de un calor al que no podían acceder. La niña, seguramente acostumbrada a su tierra natal, no parecía sucumbir a aquel frío invernal. Más bien al contrario, avanzaba por delante de ellos dando pequeños saltitos sobre la nieve.
—Adelantate, Kumopansa, protege a la niña. No sabemos si nos encontraremos peligros durante el camino —ordenó Yota a la araña, y esta no tardó en descender de su cuerpo con sus frágiles patitas articuladas y obedecer su comanda. Sólo entonces se volvió hacia ella—. Bien, ahora que estamos solos, déjame decirte que a mi tampoco es que me chifle esta idea de meternos en casas de desconocidos —le dijo, y ella no pudo menos que alzar una ceja en un gesto escéptico como respuesta—. No soy un completo descerebrado, pero entre los dos podremos arreglárnoslas y bueno... ¿Mejor esto que dormir aquí fuera con la nieve, verdad? Confía en mí, estaremos bien.
—Ya veremos...
—¡Por aquí, vamos! —exclamó la niña, frente a ellos.
Señalaba con su pequeña manita infantil un camino hacia la derecha en una bifurcación. Para terror de Ayame, aquel sendero conducía directamente hacia un bosque.
—Se suponía que íbamos a ir a una casa —le siseó a su compañero, señalando con la cabeza la amalgama de casas que se alzaban tras su espalda—. ¡Esto se aleja del pueblo! ¿Qué hacemos metiéndonos en el corazón de un bosque?
Aquel giro había despertado todas las alarmas de la kunoichi. Y todas esas alarmas estaban gritando TRAMPA, por los cuatro costados.

![[Imagen: kQqd7V9.png]](https://i.imgur.com/kQqd7V9.png)