—Eso no te lo niego, aunque ya depende de cada uno explorar terreno— se refería a lo del entrenamiento, aunque al escuchar el resto de las palabras del castaño no pudo evitar alzar una ceja, sorprendido. —¿Alguien de mi aldea con pésimo carácter? No te lo creo, podría jurarte que yo soy el más desagradable de entre los míos— No lo decía por llevar la contraria, en verdad estaba convencido de que no existía shinobi más detestable que él mismo. —Preocupante es la mala imagen que puedan tener las otras villas de nosotros, pero más preocupante es que exista alguien capaz de hacerme la competencia en esto de ser despreciable— Negó con la cabeza. Él ni siquiera tenía amigos o compañeros, ¿podría existir alguien capaz de superar eso? Cómo fuese, el tiempo para platicar se había acabado. Además el uzushiogakuriense no parecía muy animado tras tocar el tema, siendo que el propio Kagetsuna pudo discernir el malestar que le afectaba.
—Pues vamos allá— En cuanto el Inuzuka tumbó la barrera que minutos atrás creó, la arena nuevamente se abalanzó sobre ellos, amenazando con devorarles. El joven Isa no tenía de otra, debía seguir una vez más los pasos del chico y su can.
La tormenta permanecía igual, sin importarle quienes quisieran desafiarle, la fuerza de la naturaleza ajusticiaba a todos por igual. Salvo, por una cosita: El aire había empezado a cambiar de dirección, más no era un simple desvío; se estaba arremolinando. Para el nativo de la Espiral, quizás no significara nada, pero el Senju era otro cantar.
—Me lleva la que me trajo...
Más existía algo más que acompañaba al centro de la tormenta. Un sonido de galope ahogado rompía con el aire, tres o cuatro ejemplares quizás. Se les oía relinchar, más no había voces de jinetes. Con la poca visibilidad, no podrían divisar más que alguna sombra sin silueta distinguible acercándose desde las siete en punto.
—Pues vamos allá— En cuanto el Inuzuka tumbó la barrera que minutos atrás creó, la arena nuevamente se abalanzó sobre ellos, amenazando con devorarles. El joven Isa no tenía de otra, debía seguir una vez más los pasos del chico y su can.
La tormenta permanecía igual, sin importarle quienes quisieran desafiarle, la fuerza de la naturaleza ajusticiaba a todos por igual. Salvo, por una cosita: El aire había empezado a cambiar de dirección, más no era un simple desvío; se estaba arremolinando. Para el nativo de la Espiral, quizás no significara nada, pero el Senju era otro cantar.
—Me lleva la que me trajo...
Más existía algo más que acompañaba al centro de la tormenta. Un sonido de galope ahogado rompía con el aire, tres o cuatro ejemplares quizás. Se les oía relinchar, más no había voces de jinetes. Con la poca visibilidad, no podrían divisar más que alguna sombra sin silueta distinguible acercándose desde las siete en punto.