26/02/2018, 19:34
—¡Casi buenas tardes! —le reprendió Jitsuna, que aguardaba con los brazos en jarra y expresión ceñuda. Llevaba puestos unos pantalones negros y una camisa blanca, con una pajarita anudada al cuello.
Kila, por otra parte, vestía de manera algo más informal, con unos shorts vaqueros y una camisa blanca, con las mangas remangadas casi hasta el codo. Había atado el cabello en una cola de caballo, portaba todavía su brazalete negro y estaba terminando de poner los manteles a las mesas. El suelo parecía recién fregado, y la barra, todavía algo húmeda, señal de que alguien le había estado quitando el polvo.
Jitsuna le llamó con un dedo para que se acercase a la barra, y le entregó una carta con el menú y sus precios. Le indicó que había algunos platos que no se podrían cocinar en aquel día —por si los clientes lo pedían—, y le señaló qué cócteles podía hacer y cuáles era mejor que los hiciese Kila. Le sugirió que fuese memorizando la posición de las botellas, así como el número que tenía cada mesa. En plena faena, le recordó, no podía perder el tiempo buscando tal o cual bebida o preguntando por el número que correspondía a alguna mesa.
Minutos más tarde, un nuevo hombre aparecería en escena. Entró por el mismo pasillo donde estaban las habitaciones. Era grande, de brazos musculados y cuello grueso. Tenía los laterales de la cabeza rapados, los pelos de arriba peinados hacia atrás con gomina y un bigote espeso y negro. Y ojeras, muchas ojeras.
—¡Buenos días! —exclamó con voz ronca y cansada, al ver a Kaido. Jitsuna se había ausentado hacía justo unos momentos. Entonces sus ojos se posaron en Kila, y su espalda encorvada se enderezó cual resorte. Esbozó una sonrisa torcida—. Kila, ¿verdad? —se inclinó hacia ella y le besó el dorso de la mano, en un gesto tan antiguo como pasado de moda—. Yoku Reon, un placer.
—El placer es mío —rebatió a su vez Kila, con una tímida sonrisa.
Kila, por otra parte, vestía de manera algo más informal, con unos shorts vaqueros y una camisa blanca, con las mangas remangadas casi hasta el codo. Había atado el cabello en una cola de caballo, portaba todavía su brazalete negro y estaba terminando de poner los manteles a las mesas. El suelo parecía recién fregado, y la barra, todavía algo húmeda, señal de que alguien le había estado quitando el polvo.
Jitsuna le llamó con un dedo para que se acercase a la barra, y le entregó una carta con el menú y sus precios. Le indicó que había algunos platos que no se podrían cocinar en aquel día —por si los clientes lo pedían—, y le señaló qué cócteles podía hacer y cuáles era mejor que los hiciese Kila. Le sugirió que fuese memorizando la posición de las botellas, así como el número que tenía cada mesa. En plena faena, le recordó, no podía perder el tiempo buscando tal o cual bebida o preguntando por el número que correspondía a alguna mesa.
Minutos más tarde, un nuevo hombre aparecería en escena. Entró por el mismo pasillo donde estaban las habitaciones. Era grande, de brazos musculados y cuello grueso. Tenía los laterales de la cabeza rapados, los pelos de arriba peinados hacia atrás con gomina y un bigote espeso y negro. Y ojeras, muchas ojeras.
—¡Buenos días! —exclamó con voz ronca y cansada, al ver a Kaido. Jitsuna se había ausentado hacía justo unos momentos. Entonces sus ojos se posaron en Kila, y su espalda encorvada se enderezó cual resorte. Esbozó una sonrisa torcida—. Kila, ¿verdad? —se inclinó hacia ella y le besó el dorso de la mano, en un gesto tan antiguo como pasado de moda—. Yoku Reon, un placer.
—El placer es mío —rebatió a su vez Kila, con una tímida sonrisa.