2/03/2018, 01:53
Los cinco continuaron con su desayuno, con el plato y la silla vacía de Shenfu Kano como nota discordante. A Kaido se le había respondido que la fiesta era en honor a un Dios menor del mar, que había feria al medio día, que se celebraban diversos juegos en la ciudad a la tarde, y que a la noche del día siguiente habría fuegos artificiales. Además, ellos daban su propio espectáculo, cosa que ya descubriría en su momento.
A lo largo del desayuno, el amejin pudo darse cuenta de dos cosas. Primero, que Shenjin Koe y su tía no se llevaban muy bien. O que andaban enfadadas. Lo notaba por cómo la adolescente le respondía siempre con monosílabos secos. Por cómo evitaba mantener contacto visual con ella. Por cómo resoplaba cuando la tía le pedía que le acercase el plato con tostadas. Lo segundo, que Shenjin Koe tampoco parecía llevarse muy bien con Yoku Reon. Era como si hubiese un muro invisible entre ellos dos. Ni se hablaban, ni intervenían en la conversación del otro.
Pero Kaido pronto tuvo que dejar a un lado las pequeñas intrigas familiares para ponerse manos a la obra. Los primeros clientes fueron llegando, como un goteo suave pero continuo, y el amejin se hartó de servir cafés, desayunos y hasta algún vaso de alcohol para los que necesitaban empezar las mañanas con energía. Se ayudaba con Kila para mantener cada mesa debidamente servida, con Jitsuna en la barra y Yoku Reon en la cocina. Koe, por otro lado, apenas ayudó en nada. Estaba en una esquina del local, junto a una ventana circular, escribiendo algo en un cuaderno de portada púrpura.
No fue hasta la llegada de la comida, que Kaido se dio cuenta que iba a sudar, y mucho. Empezaron a servir también en las mesas de arriba —que tuvieron que colocar rápidamente—, y a él le tocó atender toda la cubierta. Una tarea titánica —de no ser porque era ninja—, en la que le tocaba continuamente andar subiendo y bajando escaleras.
En un momento dado, vio a Shenfu Kano entrando por la puerta del pasillo. Se dirigió a la cocina y, cuando vio a su shinobi volviendo por las escaleras, le hizo un gesto de mano para que fuese hacia él.
En aquel momento, Kaido llevaba tres pedidos anotados, y volvía con un plato de entrecot para que el cocinero lo pasase un poco más. Al parecer, le había pedido a Kaido que la carne estuviese bien hecha, pese a que él recordaba —y muy bien, además— que se lo habían pedido justamente al contrario: con la carne sangrando.
A lo largo del desayuno, el amejin pudo darse cuenta de dos cosas. Primero, que Shenjin Koe y su tía no se llevaban muy bien. O que andaban enfadadas. Lo notaba por cómo la adolescente le respondía siempre con monosílabos secos. Por cómo evitaba mantener contacto visual con ella. Por cómo resoplaba cuando la tía le pedía que le acercase el plato con tostadas. Lo segundo, que Shenjin Koe tampoco parecía llevarse muy bien con Yoku Reon. Era como si hubiese un muro invisible entre ellos dos. Ni se hablaban, ni intervenían en la conversación del otro.
Pero Kaido pronto tuvo que dejar a un lado las pequeñas intrigas familiares para ponerse manos a la obra. Los primeros clientes fueron llegando, como un goteo suave pero continuo, y el amejin se hartó de servir cafés, desayunos y hasta algún vaso de alcohol para los que necesitaban empezar las mañanas con energía. Se ayudaba con Kila para mantener cada mesa debidamente servida, con Jitsuna en la barra y Yoku Reon en la cocina. Koe, por otro lado, apenas ayudó en nada. Estaba en una esquina del local, junto a una ventana circular, escribiendo algo en un cuaderno de portada púrpura.
No fue hasta la llegada de la comida, que Kaido se dio cuenta que iba a sudar, y mucho. Empezaron a servir también en las mesas de arriba —que tuvieron que colocar rápidamente—, y a él le tocó atender toda la cubierta. Una tarea titánica —de no ser porque era ninja—, en la que le tocaba continuamente andar subiendo y bajando escaleras.
En un momento dado, vio a Shenfu Kano entrando por la puerta del pasillo. Se dirigió a la cocina y, cuando vio a su shinobi volviendo por las escaleras, le hizo un gesto de mano para que fuese hacia él.
En aquel momento, Kaido llevaba tres pedidos anotados, y volvía con un plato de entrecot para que el cocinero lo pasase un poco más. Al parecer, le había pedido a Kaido que la carne estuviese bien hecha, pese a que él recordaba —y muy bien, además— que se lo habían pedido justamente al contrario: con la carne sangrando.