2/03/2018, 02:21
Shenfu Kano asintió, tras mirar de reojo que Jitsuna estaba entretenida cobrando a unos clientes, y le mandó pasar a dentro de la cocina.
—Te veo apagado, Kaido —le confesó, mientras Yoku Reon atendía unos filetes de carne a la plancha al otro lado de la cocina. No pareció darse cuenta del desliz de su jefe, que mencionó el verdadero nombre del amejin—. Vamos, ven —le pidió, con voz mucho más baja de lo habitual. Casi podía decirse que hablaba con el tono de una persona normal.
Le llevó entre los fogones, deteniéndose en una pequeña mesa que Yoku Reon estaba utilizando para cortar las verduras. Entonces, se sacó una pequeña bolsita de plástico con polvo blanco en su interior, que vació encima de una pequeña bandeja metálica.
—Ah, ¡ya iba siendo hora! —exclamó Yoku Reon, al verlo. Se acercó con ojos brillantes y frente perlada en sudor, esperando a que su jefe terminase de preparar el polvo. Con una tarjetita que tenía, lo machacó y separó en tres finas rayas.
—Solo para ocasiones especiales —indicó a Kaido, muy seriamente, mientras Yoku Reon no paraba de sonreírse—. Ayuda a despejarte, y te limpia por dentro. Muy medicinal, esto. ¡Muy medicinal! —terminó exclamando, recobrando poco a poco su habitual vozarrón.
Yoku Reon fue el primero en catar aquel polvo mágico. Envolviendo un billete, e introduciendo un extremo por una de sus fosas nasales, dejó su particular línea blanca limpia y reluciente tras aspirar con entusiasmo.
—¡Bam, bam, bam y para dentro! —exclamó Kano, que fue el siguiente. Su nariz sonó como alguien con mocos que aspira con fuerza para intentar que no le caigan—. ¡BAM, BAM, BAM! —rugió, dando tres puñetazos al aire, cuando respiró toda la nieve. Ahora sí era el Kano que Kaido había conocido—. ¡Vamos, grumete! —le ofreció el billete—. ¡Envuélvelo con esta parte metálica por dentro, así resbala mejor! ¡Bam, bam, bam!
—Te veo apagado, Kaido —le confesó, mientras Yoku Reon atendía unos filetes de carne a la plancha al otro lado de la cocina. No pareció darse cuenta del desliz de su jefe, que mencionó el verdadero nombre del amejin—. Vamos, ven —le pidió, con voz mucho más baja de lo habitual. Casi podía decirse que hablaba con el tono de una persona normal.
Le llevó entre los fogones, deteniéndose en una pequeña mesa que Yoku Reon estaba utilizando para cortar las verduras. Entonces, se sacó una pequeña bolsita de plástico con polvo blanco en su interior, que vació encima de una pequeña bandeja metálica.
—Ah, ¡ya iba siendo hora! —exclamó Yoku Reon, al verlo. Se acercó con ojos brillantes y frente perlada en sudor, esperando a que su jefe terminase de preparar el polvo. Con una tarjetita que tenía, lo machacó y separó en tres finas rayas.
—Solo para ocasiones especiales —indicó a Kaido, muy seriamente, mientras Yoku Reon no paraba de sonreírse—. Ayuda a despejarte, y te limpia por dentro. Muy medicinal, esto. ¡Muy medicinal! —terminó exclamando, recobrando poco a poco su habitual vozarrón.
Yoku Reon fue el primero en catar aquel polvo mágico. Envolviendo un billete, e introduciendo un extremo por una de sus fosas nasales, dejó su particular línea blanca limpia y reluciente tras aspirar con entusiasmo.
—¡Bam, bam, bam y para dentro! —exclamó Kano, que fue el siguiente. Su nariz sonó como alguien con mocos que aspira con fuerza para intentar que no le caigan—. ¡BAM, BAM, BAM! —rugió, dando tres puñetazos al aire, cuando respiró toda la nieve. Ahora sí era el Kano que Kaido había conocido—. ¡Vamos, grumete! —le ofreció el billete—. ¡Envuélvelo con esta parte metálica por dentro, así resbala mejor! ¡Bam, bam, bam!