2/03/2018, 03:12
—¡Oh, vamos! ¡Me decepcionas! —miró a la raya sobrante, con pena. En el restaurante Baratie había una máxima muy clara: no se desperdiciaba nada. Sin ningún tipo de complejo, envolvió de nuevo el billete, y colocándolo de nuevo en la nariz, aspiró con un sonoro ¡track!, que sonó como si un pequeño rayo hubiese caído allí—. ¡BAM, BAM, BAM! —rugió, dándose golpes en el pecho—. ¡Ahora sí, ahora sí, ahora sí!
Kaido no había visto —y probablemente no volvería a ver— a ningún hombre trabajando con tanto ímpetu. Estaba en todas partes y en todos lados, como una fiera encerrada en una jaula. Era un ruidoso tornado, que al sonido de bam, bam, bam hacía volar los platos con sus respectivos pedidos. Ni una gota de aceite de más. Ni un solo plato que no estuviese perfectamente presentado. Ni un error. Ni un descuido. Shenfu Kano era una máquina perfecta que no concebía el fracaso, la demora, o el mínimo fallo.
Tal era su entusiasmo, que Kaido juró que podría ponerse a repartir él mismo la comida y aún así tendría tiempo de atender a la cocina.
Y así, las horas pasaron, hasta que poco a poco todos los clientes se fueron retirando, dándoles tiempo para comer ellos mismos. Era media tarde, y todavía les quedaba por trabajar a la noche.
—¿Tú qué quieres para comer? —preguntó Reon a Kaido, tras ir uno por uno preguntando.
Luego, Kano le tomó por los hombros y dijo:
—¡Ven a echarme una mano! —le espetó, como si estuviese en la otra punta del barco y no pegado a él. Le condujo por el pasillo de las habitaciones, cerrando la puerta tras de sí—. ¿Y bien? ¡¿Algún avance?!
Kaido no había visto —y probablemente no volvería a ver— a ningún hombre trabajando con tanto ímpetu. Estaba en todas partes y en todos lados, como una fiera encerrada en una jaula. Era un ruidoso tornado, que al sonido de bam, bam, bam hacía volar los platos con sus respectivos pedidos. Ni una gota de aceite de más. Ni un solo plato que no estuviese perfectamente presentado. Ni un error. Ni un descuido. Shenfu Kano era una máquina perfecta que no concebía el fracaso, la demora, o el mínimo fallo.
Tal era su entusiasmo, que Kaido juró que podría ponerse a repartir él mismo la comida y aún así tendría tiempo de atender a la cocina.
Y así, las horas pasaron, hasta que poco a poco todos los clientes se fueron retirando, dándoles tiempo para comer ellos mismos. Era media tarde, y todavía les quedaba por trabajar a la noche.
—¿Tú qué quieres para comer? —preguntó Reon a Kaido, tras ir uno por uno preguntando.
Luego, Kano le tomó por los hombros y dijo:
—¡Ven a echarme una mano! —le espetó, como si estuviese en la otra punta del barco y no pegado a él. Le condujo por el pasillo de las habitaciones, cerrando la puerta tras de sí—. ¿Y bien? ¡¿Algún avance?!