21/08/2015, 18:24
(Última modificación: 21/08/2015, 18:24 por Aotsuki Ayame.)
Las protestas del chico se vieron bruscamente interrumpidas cuando se cruzaron sus miradas. Ayame, muerta de vergüenza, se apresuró a cerrar el paraguas mientras murmuraba disculpas reiteradamente y evitaba volver a mirarle de manera directa. Estaba a punto de continuar su camino cuando él pronunció su nombre en un tímido balbuceo.
—S... sí... —concedió, pero no esperaba que el chico actuara de esa manera tan defensiva. Había retrocedido varios pasos, colocando ambos brazos entre ellos como una barrera. De hecho, su inicial enojo había quedado reducido a un temor casi palpable. ¿Pero por qué? Ayame alzó ambas manos en un gesto conciliador, tratando de reducir la tensión que se había formado. Casi como un reflejo de las nubes que comenzaban a arremolinarse sobre sus cabezas—. Tranquilo, si ha sido culpa mía. No debería haber...
Él sonrió, pero sus labios estaban tensos como las cuerdas de un violín. No era un gesto sincero, era una sonrisa forzada, pero dejaba a la vista unos dientes notablemente agudos. Por algún extraño motivo que no llegaba a comprender, no se alegraba nada de verla. Súbitamente se dio media vuelta y echó a caminar a un paso bastante rápido. Ayame alzó la mano e inspiró, pero a mitad de camino volvió a dejarla caer con tristeza. No entendía qué estaba pasando.
«¡Mirad todos, Ayame es un extraterrestre! ¡ALIEN! ¡ALIEN!»
Los recuerdos resonaron afilados en su mente, acuchillándola doloramente. Ayame se encogió ligeramente, y luchando por retener las lágrimas alzó las manos para ajustarse la bandana a la frente. Fue en ese momento cuando vio una bolsa de tela parda, abandonada en el suelo.
—¿Qué es...?
Se agachó a recogerla, y su contenido tintineó entre sus manos. Eran monedas. Se le debían de haber caído al chico durante el choque.
Ayame se mordió de nuevo el labio inferior. Estaba claro que debía devolvérsela, pero no quería volver a ver ese rechazo en sus ojos. Suspiró, y el sonido de un trueno lejano sobre su cabeza la empujó. El aroma de la lluvía volvía, podía sentir la humedad rozar su piel. Todo volvería a estar bien en breves.
—¡Eh! ¡Chico! —gritó Ayame, que había echado a correr en la dirección en la que se había perdido el otro—. ¡ESPERA!
Tenía que alcanzarle para devolverle su bolsa.