6/04/2018, 22:51
—Me llamo Tsukiyama Daigo, pero puede llamarme como prefiera, un gusto.
— Encantado. Yo soy Eikyu Juro. Con Juro vale Imagino que eres el cazador del que el señor Rushi-san hablaba en la petición de misión.
— ¿Rushi-san? Ah, Zanahorio. Sí, ya.
De repente, la emoción desbordante por matar bichos se vio ensombrecida. El hombre bajó la mirada y suspiró.
— Tienes razón, será mejor que os cuente la historia. Sentaos.
El hombre, ni corto ni perezoso, se sentó ahí mismo, en el marco de la puerta, sin silla y sin ofrecerles entrar a los muchachos. Y parecía que esperaba lo mismo de los genins, que se sentasen ahí mismo.
— Hace años, yo tenía una casa de bambú, es decir, ¿habéis visto esto? Todo es bambú. La gente de los alrededores se fabrica todas sus herramientas de primera necesidad de bambú. Ropa interior de bambú, muebles de bambú, vajilla de bambú, ¡todo bambú! Yo no era diferente. Era un carpintero de bambú conocido y respetado. Mis diseños eran conocidos y codiciados por coleccionistas y no coleccionistas. Hasta que los malditos osos atacaron.
Hizo una pausa en su discurso taciturno. Estaba claramente afectado por lo que contaba. Respiró profundamente antes de continuar, atusándose la barba a la vez que relataba.
— Veréis, mis creaciones no solo tenían un diseño innovador y revolucionario, sino que además las barnizaba con una mezcla especial mía. Y maldita la hora en la que hice ese barniz. Un puto oso decidió probar uno de mis muebles que yo había dejado secándose y le encantó. El día siguiente se trajo a su familia y me desperté sin media casa. De eso hace un año ya.
A partir de ahí el tono evolucionó a uno de enfado. Dejando atrás la expresión caída que había tenido momentos atrás.
— ¡Y avisé a los aldeanos! ¿Y qué hicieron? ¡Nada! Deshacerse de mis muebles y pensar que ahí acababa el problema. Poco a poco se fueron comiendo todo lo que yo había creado, cada vez se volvían más adictos y salvajes, pero esos imbéciles seguían echándoles comida. ¿Qué acabó pasando? Que al final se pensaron que guardaban más muebles deliciosos y entraron a la aldea a comérselo todo con un frenesí descontrolado. Por suerte, yo estaba allí para detenerles.
Suspiró llevándose la mano a una de las múltiples cicatrices del pecho.
— Eso fue hace tiempo, desde entonces intento dar caza al resto de la familia, sin embargo, cada vez se vuelven más peligrosos y yo solo no doy a vasto. El plan es encontrar a la osa madre, acabar con ella y esperar que los retoños no se vuelvan tan locos.
Se levantó de un salto dispuesto a empezar la búsqueda tras el discurso.
— Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
— Encantado. Yo soy Eikyu Juro. Con Juro vale Imagino que eres el cazador del que el señor Rushi-san hablaba en la petición de misión.
— ¿Rushi-san? Ah, Zanahorio. Sí, ya.
De repente, la emoción desbordante por matar bichos se vio ensombrecida. El hombre bajó la mirada y suspiró.
— Tienes razón, será mejor que os cuente la historia. Sentaos.
El hombre, ni corto ni perezoso, se sentó ahí mismo, en el marco de la puerta, sin silla y sin ofrecerles entrar a los muchachos. Y parecía que esperaba lo mismo de los genins, que se sentasen ahí mismo.
— Hace años, yo tenía una casa de bambú, es decir, ¿habéis visto esto? Todo es bambú. La gente de los alrededores se fabrica todas sus herramientas de primera necesidad de bambú. Ropa interior de bambú, muebles de bambú, vajilla de bambú, ¡todo bambú! Yo no era diferente. Era un carpintero de bambú conocido y respetado. Mis diseños eran conocidos y codiciados por coleccionistas y no coleccionistas. Hasta que los malditos osos atacaron.
Hizo una pausa en su discurso taciturno. Estaba claramente afectado por lo que contaba. Respiró profundamente antes de continuar, atusándose la barba a la vez que relataba.
— Veréis, mis creaciones no solo tenían un diseño innovador y revolucionario, sino que además las barnizaba con una mezcla especial mía. Y maldita la hora en la que hice ese barniz. Un puto oso decidió probar uno de mis muebles que yo había dejado secándose y le encantó. El día siguiente se trajo a su familia y me desperté sin media casa. De eso hace un año ya.
A partir de ahí el tono evolucionó a uno de enfado. Dejando atrás la expresión caída que había tenido momentos atrás.
— ¡Y avisé a los aldeanos! ¿Y qué hicieron? ¡Nada! Deshacerse de mis muebles y pensar que ahí acababa el problema. Poco a poco se fueron comiendo todo lo que yo había creado, cada vez se volvían más adictos y salvajes, pero esos imbéciles seguían echándoles comida. ¿Qué acabó pasando? Que al final se pensaron que guardaban más muebles deliciosos y entraron a la aldea a comérselo todo con un frenesí descontrolado. Por suerte, yo estaba allí para detenerles.
Suspiró llevándose la mano a una de las múltiples cicatrices del pecho.
— Eso fue hace tiempo, desde entonces intento dar caza al resto de la familia, sin embargo, cada vez se vuelven más peligrosos y yo solo no doy a vasto. El plan es encontrar a la osa madre, acabar con ella y esperar que los retoños no se vuelvan tan locos.
Se levantó de un salto dispuesto a empezar la búsqueda tras el discurso.
— Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.