21/04/2018, 16:54
Horas antes…
Si cerraba los ojos, todavía podía verla. Su cabello corto, más rojo que el iris de su propio Sharingan. Sus ojos negros, profundos y misteriosos como la superficie de un lago en una noche sin luna. Cada rama de espino, cada nube y cada estrella dibujada en su piel. Podía ver esas muecas juguetonas que a veces le regalaba. Podía ver su sonrisa…
Su sonrisa lo eclipsaba todo.
Si contenía la respiración, todavía podía olerla. El aroma de su cabello recién lavado. El suave perfume que siempre la envolvía. A ella. Nunca hubiese creído que echaría tanto de menos un simple olor. Ojalá tuviese algo suyo, una prenda, cualquier cosa, que hubiese capturado parte de su fragancia.
Qué tontería.
Si estaba solo como ahora lo estaba, con las olas rompiendo en la playa como único sonido de fondo, todavía podía oírla. Su chasquido de lengua cuando algo le disgustaba. Su voz temperamental y rebelde. Sus silbidos, interpretando la melodía de alguna canción. Ese tono de voz que siempre usaba cuando se ponía sarcástica. Sus susurros en el oído de él. Su respiración, lenta y profunda, cuando dormía. Su risa.
Silencio. Una ola rompiendo en la arena.
Después de haber cerrado los ojos para verla, después de haberse olvidado de respirar para olerla, y después de haberla oído reír, a veces, solo a veces, la sentía. Apenas era un susurro bajo la tormenta, el recuerdo de un sueño olvidado. Un fantasma. Era un hormigueo en el estómago. Un cosquilleo en la comisura de sus labios. Un escalofrío en el cuello.
Aquella vez fue algo distinto: el cosquilleo de una serpiente deslizándose por sus mejillas.
Datsue se incorporó en la arena y desdobló la carta que Aiko le había dejado, a escondidas en su portaobjetos, la última vez que se habían visto. Sus ojos, ávidos por oírla de nuevo, la leyeron por enésima vez.
Su voz sonó clara y limpia en su mente, con un tono que iba cambiando, de más agudo a más suave y profundo, a medida que iba dejando las bromas atrás y se ponía más sentimental. Sintió algo extraño en su pecho cuando leyó un te quiero. Él nunca le había dicho tal cosa. El amor es para tontos, siempre se decía.
Unas gotas de lluvia cayeron sobre el papel. Qué extraño, el cielo estaba despejado.
• • •
Uchiha Datsue deambulaba por las calles de la Villa —antaño Oculta— de las Aguas Termales. Había terminado su misión, una simple escolta en la que no se había producido contratiempo alguno. Y tenía la mente en otro sitio, muy lejos de allí, en la dirección que marcaba su brújula especial.
Aiko seguía sin moverse. Estaba claro, algo le había pasado. Lo sabía desde hacía tiempo, pero había entretenido la mente con otras cosas. La muerte de Koko, novia de su Hermano. El ascenso a jōnin. Incluso —ahora sentía una extraña presión en el pecho cada vez que lo pensaba— había coqueteado con otras chicas. Pero ahora ya no podía contener su cada vez más creciente preocupación.
Si esperaba que alguien apareciese por arte de magia y le revelase el misterio, iba listo. La única carta que tenía era Ayame, pero habían quedado en malos términos, y si aun por encima descubría que era él el responsable de aquellas dos técnicas selladas…
No, estaba solo en aquella batalla. ¿Qué iba hacer? ¿Huir, como siempre hacía? ¿O, por una vez en la vida, plantaría cara a la situación?
Repasó su pasado reciente. En el último año, había dado un salto tremendo. Sus habilidades, su físico y el amplio repertorio de sus técnicas no se podía ni comparar con el crío que era hace un tiempo. Bien sabía que no era fruto de la casualidad. Su fulgurante progreso tenía un inicio, y ese había sido el momento en el que se había hecho amigo de Uchiha Akame.
Datsue nunca había sido el chico más estudioso de clase. Ni el más atento. Ni el más trabajador. Sus hábitos eran pésimos; su constancia, nula. Pero su Hermano le había influenciado, incluso inconscientemente. Sus férreas rutinas de entrenamiento. Su horario de trabajo innegociable. Datsue se había visto arrastrado por él, motivado, sin querer quedarse atrás. Siempre siguiendo su estela.
Quizá ya era hora de adelantarle. De hacer algo grande. De dejar la comodidad de la corriente y crear su propio camino. De averiguar lo que le había sucedido a Aiko por las buenas…
… o por las malas.
—Y esto empieza ahora —se dijo, eufórico. No era la primera vez que estaba tan motivado, pero aquella no se amilanaría. No dejaría que la desidia le corrompiese. Porque, esta vez, tenía un objetivo claro—. Ya mismo —añadió, al posar sus ojos en un dojo que se había encontrado por casualidad.
• • •
Cuando Keisuke entró, pudo constatar dos cosas.
La primera, que aquel dojo carecía de la seriedad y profesionalidad de los que había en el Valle de los Dojos. Para empezar, porque la mitad de éste era un bar. Y parecía la parte importante, pues tanto la barra como las mesas colindantes estaban a rebosar de clientes. El anzuelo, la parte turística, estaba compuesto por un tatami en la mitad derecha, con numerosas y variadas armas para practicar guardadas en una estantería pegada a la pared.
La segunda, que en aquel tatami solo había dos personas. O una, cuando se fijase bien, porque el chico luchaba contra sí mismo. Contra su Kage Bunshin, para ser precisos, en una encarnizada batalla en la que el filo del wakizashi y la naginata no paraba de entrechocarse. Filo que, por otra parte, parecía romo.
Ese chico tenía los ojos rojos por el Sharingan, y su nombre era Uchiha Datsue, si bien todo el mundo le conocía como el Intrépido.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado