22/04/2018, 01:55
—Oye!
Uno de los Datsues —el que empuñaba un wakizashi— desvió la mirada por un breve instante hacia el individuo que le hablaba. Entonces se percató en un detalle que había en él, y bajó la guardia.
—¡Yay! —exclamó el otro, aprovechando la abertura para clavarle la naginata en el estómago. De haber sido un arma normal, le hubiese atravesado de lado a lado, pero aquella punta estaba roma, y tan solo fue un golpe seco y contundente en un punto muy concentrado de su cuerpo, que le hizo tirarse al suelo y doblarse en dos. El Datsue de la lanza rio, mientras le plantaba un pie en el pecho—. ¡Iluso, ¿pensabas derrocar al Intrépido?!
Rio todavía más alto. Luego se dio cuenta que nadie en el puto dojo le estaba prestando atención. Ni un mísero aplauso. Ni un amago de pedirle autógrafos. El resto de la carcajada se le quedó atorada en la garganta.
Sí, estaba allí para entrenar, pero que a uno le subiesen la moral de vez en cuando nunca venía mal.
—Qué poco gusto por el arte —farfulló.
—Olvidas que yo también… —El Datsue que yacía en el suelo tosió. Quería decir algo…—Que yo también soy el In… —… algo que Datsue no le dejó decir. Le remató con otra estocada, que hizo desaparecer al clon en una nube de humo.
Entonces, supo el detalle que le había desconcentrado. Dio media vuelta y lo comprobó con sus propios ojos: la bandana de Amegakure no Sato, en la frente de aquel muchacho de cabellos rojos. También —gracias a que lo había oído su clon— supo lo que había preguntado.
Se quitó el sudor de la frente con el dorso de la mano.
—Al contrario —respondió, afable—, me vendría bien un compañero de prácticas. Uchiha Datsue —se restregó una mano en el pantalón para quitarse el sudor y la adelantó, para estrechársela al joven—, aunque mis amigos me conocen como el Intrépido.
Había tratado de corregir aquella costumbre, esa actitud infantil y presumida que siempre le hacía presentarse con algún mote exagerado. Lo había intentado desde el momento en que le habían ascendido a jōnin, consciente de la responsabilidad del cargo. Pero había cosas que, sencillamente, estaban en su naturaleza.
—¿Pagaste ya en la barra? —preguntó, amable, no fuese a ser que por error, como le había sucedido a él, pensase que aquello era gratis. Lo cierto era que en una pared, escrito en un cartel bien en grande, estaba el precio por poder entrenar allí. Concretamente, diez ryō por hora. Le hizo un gesto con la mano para que se acercase, y entonces bajó la voz:—. Si le regateas a la chica que hay tras la barra —el joven amejin comprobaría que había una mujer que rozaba la treintena tras la barra, además de un hombre pequeño y calvo que sobrepasaba los cuarenta—, te lo deja en ocho ryō la hora, o diez y una bebida gratis. —Datsue había elegido lo primero—. Pero sé discreto. —Le guiñó un ojo.
Uno de los Datsues —el que empuñaba un wakizashi— desvió la mirada por un breve instante hacia el individuo que le hablaba. Entonces se percató en un detalle que había en él, y bajó la guardia.
—¡Yay! —exclamó el otro, aprovechando la abertura para clavarle la naginata en el estómago. De haber sido un arma normal, le hubiese atravesado de lado a lado, pero aquella punta estaba roma, y tan solo fue un golpe seco y contundente en un punto muy concentrado de su cuerpo, que le hizo tirarse al suelo y doblarse en dos. El Datsue de la lanza rio, mientras le plantaba un pie en el pecho—. ¡Iluso, ¿pensabas derrocar al Intrépido?!
Rio todavía más alto. Luego se dio cuenta que nadie en el puto dojo le estaba prestando atención. Ni un mísero aplauso. Ni un amago de pedirle autógrafos. El resto de la carcajada se le quedó atorada en la garganta.
Sí, estaba allí para entrenar, pero que a uno le subiesen la moral de vez en cuando nunca venía mal.
—Qué poco gusto por el arte —farfulló.
—Olvidas que yo también… —El Datsue que yacía en el suelo tosió. Quería decir algo…—Que yo también soy el In… —… algo que Datsue no le dejó decir. Le remató con otra estocada, que hizo desaparecer al clon en una nube de humo.
Entonces, supo el detalle que le había desconcentrado. Dio media vuelta y lo comprobó con sus propios ojos: la bandana de Amegakure no Sato, en la frente de aquel muchacho de cabellos rojos. También —gracias a que lo había oído su clon— supo lo que había preguntado.
Se quitó el sudor de la frente con el dorso de la mano.
—Al contrario —respondió, afable—, me vendría bien un compañero de prácticas. Uchiha Datsue —se restregó una mano en el pantalón para quitarse el sudor y la adelantó, para estrechársela al joven—, aunque mis amigos me conocen como el Intrépido.
Había tratado de corregir aquella costumbre, esa actitud infantil y presumida que siempre le hacía presentarse con algún mote exagerado. Lo había intentado desde el momento en que le habían ascendido a jōnin, consciente de la responsabilidad del cargo. Pero había cosas que, sencillamente, estaban en su naturaleza.
—¿Pagaste ya en la barra? —preguntó, amable, no fuese a ser que por error, como le había sucedido a él, pensase que aquello era gratis. Lo cierto era que en una pared, escrito en un cartel bien en grande, estaba el precio por poder entrenar allí. Concretamente, diez ryō por hora. Le hizo un gesto con la mano para que se acercase, y entonces bajó la voz:—. Si le regateas a la chica que hay tras la barra —el joven amejin comprobaría que había una mujer que rozaba la treintena tras la barra, además de un hombre pequeño y calvo que sobrepasaba los cuarenta—, te lo deja en ocho ryō la hora, o diez y una bebida gratis. —Datsue había elegido lo primero—. Pero sé discreto. —Le guiñó un ojo.
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado