23/04/2018, 11:25
Ya fuera, les esperaba un hombre de cabello turquesa y dos cualidades físicas bien extrañas: la primera de todas, la que más destacaba quizás, aquellas largas y enmarañadas cejas azules que se sobresalían incluso por fuera de ambos laterales de la cabeza. La segunda eran aquellos ojos: con forma de anillo, o quizás con una pupila blanca. Juro no habría notado la diferencia.
El hombre les saludo con una reverencia.
—Hola, Kenzou-sama. ¿Ya está todo aclarado, entonces? —Sonrió enigmáticamente. Juro no sabría si aquella sonrisa daba más miedo o menos que la del propio kage.
—Ya lo he hablado todo con el joven Juro. —Kenzou asintió—. Vamos. Tenemos una larga noche por delante.
Yubiwa asintió y se puso a la cabeza de la marcha. El Morikage prefirió quedarse a la altura de Juro.
La luz de la luna bañaba con su tenue luz blanca y azulada los tejados de madera y bambú de las casas de los kusajin.
—La aldea está preciosa a estas horas de la madrugada. ¿No es así, Juro-kun?
El hombre les saludo con una reverencia.
—Hola, Kenzou-sama. ¿Ya está todo aclarado, entonces? —Sonrió enigmáticamente. Juro no sabría si aquella sonrisa daba más miedo o menos que la del propio kage.
—Ya lo he hablado todo con el joven Juro. —Kenzou asintió—. Vamos. Tenemos una larga noche por delante.
Yubiwa asintió y se puso a la cabeza de la marcha. El Morikage prefirió quedarse a la altura de Juro.
La luz de la luna bañaba con su tenue luz blanca y azulada los tejados de madera y bambú de las casas de los kusajin.
—La aldea está preciosa a estas horas de la madrugada. ¿No es así, Juro-kun?