26/04/2018, 21:22
—No creo que tengamos muchas opciones —respondió Yota, al cabo de algunos segundos, y Ayame inclinó la cabeza, sombría—. No podemos dejarle aquí. No sabemos qué ha provocado la explosión y si han sido enemigos o incluso ninjas, podría ser un grave error dejarla sola. Creo que deberíamos llevarla con nosotros. Tenemos a Kumopansa, así que uno de los dos se quedará con la niña y la protegerá y el otro estará con Kumopansa y si hay enemigos al menos habrá un apoyo en ella —razonó, analítico—. ¿Qué dices pues?
—¡Eso, eso! ¿A quién hay que patearle el trasero —intervino la araña, increíblemente motivada.
Con los ojos clavados en la pequeña, Ayame se llevó una mano al mentón, pensativa. Pero no tenían tiempo que perder; y lo peor es que no se le ocurría nada mejor que lo que había expuesto Yota. Para la niña, era igual de peligroso (o quizás incluso más) dejarla allí que llevársela con ellos. No sabían lo que les aguardaba más adelante, ni sabían lo que podía pasar en aquel camino boscoso... Ni siquiera intentar esconderla resultaba ser una opción favorable, pues, de haber enemigos cerca, podían terminar encontrándola fácilmente mientras que si se encontraba con ellos podrían protegerla... Pero...
—¡Ah, está bien! Pero será mejor que nos demos prisa, ¡tenemos que comprobar que sus padres están bien! Yota-san, por favor, me sabe muy mal pedirte esto pero tú pareces más fuerte que yo: carga a la niña, ella no puede correr tan rápido como nosotros.
Después de aquello, Ayame echó a correr hacia el lugar de donde se suponía que habían escuchado la explosión. La tierra crujía bajo sus sandalias y, si no fuera por la gravedad de la situación, podría haber apreciado la belleza de la luz de la luna filtrándose a través de las ramas de los árboles y alumbrando el camino. Pero no. No era el momento.
Y aún así había algo que le quemaba en la lengua...
—Yota-san, eso que has hecho antes... ¿era seda de araña? —preguntó, llena de curiosidad—. ¿Eres como ese superninja de la tele, "Kumonin-sama"?
—¡Eso, eso! ¿A quién hay que patearle el trasero —intervino la araña, increíblemente motivada.
Con los ojos clavados en la pequeña, Ayame se llevó una mano al mentón, pensativa. Pero no tenían tiempo que perder; y lo peor es que no se le ocurría nada mejor que lo que había expuesto Yota. Para la niña, era igual de peligroso (o quizás incluso más) dejarla allí que llevársela con ellos. No sabían lo que les aguardaba más adelante, ni sabían lo que podía pasar en aquel camino boscoso... Ni siquiera intentar esconderla resultaba ser una opción favorable, pues, de haber enemigos cerca, podían terminar encontrándola fácilmente mientras que si se encontraba con ellos podrían protegerla... Pero...
—¡Ah, está bien! Pero será mejor que nos demos prisa, ¡tenemos que comprobar que sus padres están bien! Yota-san, por favor, me sabe muy mal pedirte esto pero tú pareces más fuerte que yo: carga a la niña, ella no puede correr tan rápido como nosotros.
Después de aquello, Ayame echó a correr hacia el lugar de donde se suponía que habían escuchado la explosión. La tierra crujía bajo sus sandalias y, si no fuera por la gravedad de la situación, podría haber apreciado la belleza de la luz de la luna filtrándose a través de las ramas de los árboles y alumbrando el camino. Pero no. No era el momento.
Y aún así había algo que le quemaba en la lengua...
—Yota-san, eso que has hecho antes... ¿era seda de araña? —preguntó, llena de curiosidad—. ¿Eres como ese superninja de la tele, "Kumonin-sama"?