26/08/2015, 19:06
Lo despertó el sabor tierra, el polvo picándole la garganta, la tela envejecida colándose en sus encías. Intentó mover los brazos, pero estaba atado. Que lamentable que hubiese decidido ignorar a su Sensei en la primera clase de Ninjutsu básico, estaba seguro de que había alguna técnica para deshacer nudos. En el momento el razonamiento que había seguido se le había hecho de lo más lógico: "¿Técnica del desate de cuerdas? ¿Para qué podría querer una cosa así? Antes de necesitar tal cosa alguien debería poder atarme. Ja, imposible".
Se apoyó en las rodillas y se volcó hacia adelante, con la cabeza gacha. El manojo de trapos era enorme, tanto que empezaba a sentir un intenso dolor en las mandíbulas, ¿quién había sido el subnormal que se lo había encajado en la boca? Tranquilamente le podría haber roto la mandíbula. Intentó escupirlo. Imposible. Siguió intentando. Una, dos, tres y cien veces más, hasta que finalmente lo logró.
Levantó la cabeza, aliviado. Craso error. La desesperación por dejar de saborear aquella pelota asquerosa de trapos había evitado que ojeara el lugar en donde estaba, y por lo tanto, que hiciera contacto visual con aquellos... eran... impresionantemente... y sus... verde y marrón y pelos y...
Se le hizo un nudo en la garganta y los ojos se le llenaron de lágrimas. Al cabo de unos segundos empezó a sentir náuseas y le vinieron arcadas, se mareó. Entonces llegó lo peor, las visiones. De repente estaba en aquel lugar abandonado y de repente estaba en el jardín de cerezos de su aldea, con el hombre con cabeza de kiwi en frente. Volvía a estar en el sótano. Los kiwis se movían hacia él, lenta e impredeciblemente, por momentos muy rápido y de repente demasiado lento; con la misma imprudencia epiléptica que el hombre con cabeza de kiwi, ahora que una vez más estaba en el jardín de cerezos.
Bajó la cabeza de golpe, tan rápido que golpeó la bandana contra el suelo y un sonido metálico resonó en la habitación. Se quedó ahí, intentando recobrar el aliento. Estaba empapado en sudor, temblaba y le dolía la cabeza. Todo había pasado en no más de cinco segundos.
Al cabo de un rato se recuperó, pero el corazón no dejaría de galoparle como una bestia gigante con cabeza de delfín hasta que estuviera a unos cuantos kilómetros de aquellas frutas demoníacas.
"Bien... ya sabemos para donde no puedo mirar", pero quedarse ahí tampoco era una opción. Entre el esparadrapo y los kiwis no se había parado a pensar en absoluto. ¿Qué había pasado? ¿Dónde estaba? ¿Por qué estaba ahí? Lo último que recordaba era haber salido de la taberna. Tenía que buscar a Reisei.
Analizó las variables y trazó un plan de acción. Primero, sin despegar la cabeza del piso, se volteó para quedar mirando hacia la pared. Entonces levantó la cabeza y se revisó a sí mismo. No le habían quitado el portaobjetos. Si podía ingeniárselas para sacar un kunai con la boca tal vez pudiera intentar cortar la cuerda. Se retorció como un gusano, dio vueltas carnero, giró sus extremidades de formas que jamás sospecho que fueran humanamente posibles. Durante el proceso terminó en más de una ocasión viendo algún kiwi de reojo. Cada vez que esto pasaba, el plan se retrasaba unos cuantos minutos durante los que Tantei repetía con sufrimiento la sucesión de espasmódicos síntomas ocasionados por su fobia.
Finalmente logró alcanzar un kunai. Pasó sus brazos hacia adelante, se sentó sobre las nalgas y se hizo una bolita, de forma que al final fue capaz de acercar el nudo hasta el arma punzocortante que como un auténtico pirata sostenía con la dolida mandíbula. Intentó cortar la cuerda un par de veces y solo logró cortarse a sí mismo, pero no se rendiría fácilmente. La cuerda era gruesa, así que demandaría trabajo.
Se apoyó en las rodillas y se volcó hacia adelante, con la cabeza gacha. El manojo de trapos era enorme, tanto que empezaba a sentir un intenso dolor en las mandíbulas, ¿quién había sido el subnormal que se lo había encajado en la boca? Tranquilamente le podría haber roto la mandíbula. Intentó escupirlo. Imposible. Siguió intentando. Una, dos, tres y cien veces más, hasta que finalmente lo logró.
Levantó la cabeza, aliviado. Craso error. La desesperación por dejar de saborear aquella pelota asquerosa de trapos había evitado que ojeara el lugar en donde estaba, y por lo tanto, que hiciera contacto visual con aquellos... eran... impresionantemente... y sus... verde y marrón y pelos y...
Se le hizo un nudo en la garganta y los ojos se le llenaron de lágrimas. Al cabo de unos segundos empezó a sentir náuseas y le vinieron arcadas, se mareó. Entonces llegó lo peor, las visiones. De repente estaba en aquel lugar abandonado y de repente estaba en el jardín de cerezos de su aldea, con el hombre con cabeza de kiwi en frente. Volvía a estar en el sótano. Los kiwis se movían hacia él, lenta e impredeciblemente, por momentos muy rápido y de repente demasiado lento; con la misma imprudencia epiléptica que el hombre con cabeza de kiwi, ahora que una vez más estaba en el jardín de cerezos.
Bajó la cabeza de golpe, tan rápido que golpeó la bandana contra el suelo y un sonido metálico resonó en la habitación. Se quedó ahí, intentando recobrar el aliento. Estaba empapado en sudor, temblaba y le dolía la cabeza. Todo había pasado en no más de cinco segundos.
Al cabo de un rato se recuperó, pero el corazón no dejaría de galoparle como una bestia gigante con cabeza de delfín hasta que estuviera a unos cuantos kilómetros de aquellas frutas demoníacas.
"Bien... ya sabemos para donde no puedo mirar", pero quedarse ahí tampoco era una opción. Entre el esparadrapo y los kiwis no se había parado a pensar en absoluto. ¿Qué había pasado? ¿Dónde estaba? ¿Por qué estaba ahí? Lo último que recordaba era haber salido de la taberna. Tenía que buscar a Reisei.
Analizó las variables y trazó un plan de acción. Primero, sin despegar la cabeza del piso, se volteó para quedar mirando hacia la pared. Entonces levantó la cabeza y se revisó a sí mismo. No le habían quitado el portaobjetos. Si podía ingeniárselas para sacar un kunai con la boca tal vez pudiera intentar cortar la cuerda. Se retorció como un gusano, dio vueltas carnero, giró sus extremidades de formas que jamás sospecho que fueran humanamente posibles. Durante el proceso terminó en más de una ocasión viendo algún kiwi de reojo. Cada vez que esto pasaba, el plan se retrasaba unos cuantos minutos durante los que Tantei repetía con sufrimiento la sucesión de espasmódicos síntomas ocasionados por su fobia.
Finalmente logró alcanzar un kunai. Pasó sus brazos hacia adelante, se sentó sobre las nalgas y se hizo una bolita, de forma que al final fue capaz de acercar el nudo hasta el arma punzocortante que como un auténtico pirata sostenía con la dolida mandíbula. Intentó cortar la cuerda un par de veces y solo logró cortarse a sí mismo, pero no se rendiría fácilmente. La cuerda era gruesa, así que demandaría trabajo.