30/04/2018, 23:44
—¡Ah, está bien! Pero será mejor que nos demos prisa, ¡tenemos que comprobar que sus padres están bien! Yota-san, por favor, me sabe muy mal pedirte esto pero tú pareces más fuerte que yo: carga a la niña, ella no puede correr tan rápido como nosotros.
La kunoichi aceptó de buen grado, no sin antes proponer una condición que, a decir verdad, no me importaba acatar. Así a bote pronto sería mejor idea que yo cargase con la pequeña a que lo hiciese ella. Así que asentí con la cabeza y miré a la niña.
— Lo haremos así, ¿vale? Yo cuidaré de ti. Necesito que te subas a caballito y te agarres, así podré usar mis brazos por si hay problemas, pero seguro que no los habrá
— Vale...
No se la veía demasiado convencida. De hecho se podía apreciar que estaba a nada de entrar en un ataque de pánico o de hacer alguna estupidez aunque... Lo raro es que no hubiese estallado ya. Para un crío aquella situación debía ser muy complicada de digerir.
Me acuclillé para que pudiese escalar mi espalda y acomodarse. Y así lo hizo, agarrándose de mis hombros con sus manitas, podía sentir como lo hacía con fuerza, como si fuese su último baluarte de esperanza.
— Bien, en marcha —
—Yota-san, eso que has hecho antes... ¿era seda de araña? —preguntó, llena de curiosidad—. ¿Eres como ese superninja de la tele, "Kumonin-sama"?
— ¿En serio, Ayame-san? — cuestioné a la amejin con incredulidad — Me parece que no es momento para... — la miré unos instantes para terminar la frase tras una pausa de un par de segundos mientras rebuscaba las palabras adecuadas
— Saciar tu curiosidad
Insistiese o no, ya habíamos perdido demasiado tiempo así que empecé a moverme, haciendo un gesto con la mano para que Kumopansa me siguiese, siguiendo el camino por entre los arboles que había en sus extremos para refugiarnos un poco de ser una diana con patas por si nos topábamos con alguien. Si Ayame nos seguía, todos veríamos lo que nos aguardaba en el epicentro de la explosión. Efectivamente, era la casa de la chiquilla y pude sentir como lanzó un grito ahogado de pura angustia al ver su hogar, una casa de madera y el techo de pizarra con un boquete en la pared y en llamas, las cuales iban abriendo más agujeros en las paredes de madera que se deshacían como si fuesen de chiclé.
— Tu turno, Ayame-san. Tratar de extinguir ese fuego
Afortunadamente o por desgracia, no parecía haber enemigos en las cercanías así como no había rastro de los padres de la niña hasta que se escuchó un grito de socorro en el interior. Era de una mujer.
— ¿Ma...?
Endureció el agarre de sus manitas en mis hombros.
La kunoichi aceptó de buen grado, no sin antes proponer una condición que, a decir verdad, no me importaba acatar. Así a bote pronto sería mejor idea que yo cargase con la pequeña a que lo hiciese ella. Así que asentí con la cabeza y miré a la niña.
— Lo haremos así, ¿vale? Yo cuidaré de ti. Necesito que te subas a caballito y te agarres, así podré usar mis brazos por si hay problemas, pero seguro que no los habrá
— Vale...
No se la veía demasiado convencida. De hecho se podía apreciar que estaba a nada de entrar en un ataque de pánico o de hacer alguna estupidez aunque... Lo raro es que no hubiese estallado ya. Para un crío aquella situación debía ser muy complicada de digerir.
Me acuclillé para que pudiese escalar mi espalda y acomodarse. Y así lo hizo, agarrándose de mis hombros con sus manitas, podía sentir como lo hacía con fuerza, como si fuese su último baluarte de esperanza.
— Bien, en marcha —
—Yota-san, eso que has hecho antes... ¿era seda de araña? —preguntó, llena de curiosidad—. ¿Eres como ese superninja de la tele, "Kumonin-sama"?
— ¿En serio, Ayame-san? — cuestioné a la amejin con incredulidad — Me parece que no es momento para... — la miré unos instantes para terminar la frase tras una pausa de un par de segundos mientras rebuscaba las palabras adecuadas
— Saciar tu curiosidad
Insistiese o no, ya habíamos perdido demasiado tiempo así que empecé a moverme, haciendo un gesto con la mano para que Kumopansa me siguiese, siguiendo el camino por entre los arboles que había en sus extremos para refugiarnos un poco de ser una diana con patas por si nos topábamos con alguien. Si Ayame nos seguía, todos veríamos lo que nos aguardaba en el epicentro de la explosión. Efectivamente, era la casa de la chiquilla y pude sentir como lanzó un grito ahogado de pura angustia al ver su hogar, una casa de madera y el techo de pizarra con un boquete en la pared y en llamas, las cuales iban abriendo más agujeros en las paredes de madera que se deshacían como si fuesen de chiclé.
— Tu turno, Ayame-san. Tratar de extinguir ese fuego
Afortunadamente o por desgracia, no parecía haber enemigos en las cercanías así como no había rastro de los padres de la niña hasta que se escuchó un grito de socorro en el interior. Era de una mujer.
— ¿Ma...?
Endureció el agarre de sus manitas en mis hombros.
Narro ~ Hablo ~ Pienso ~ Kumopansa