1/05/2018, 18:06
(Última modificación: 1/05/2018, 18:07 por Aotsuki Ayame.)
—¿En serio, Ayame-san? —respondió Yota, incapaz de creer que Ayame formulara una pregunta así en una situación como aquella. Y, realmente, no podía culparle; pensó Ayame, ruborizándose ligeramente. Pero la curiosidad la había empujado una vez más—. Me parece que no es momento para... saciar tu curiosidad.
—Cierto. Lo siento —asintió ella, antes de acelerar un poco el ritmo de sus zancadas.
Así, los dos shinobi, la araña y la niña que cargaba Yota a su espalda se dirigieron a toda velocidad hacia el origen de la explosión, siguiendo el sendero que atravesaba la arboleda. Y no tardaron en encontrarlo. Tal y como habían previsto, la columna de humo surgía de una casa que a duras penas lograba mantenerse en pie mentras luchaba estoicamente contra las lenguas de fuego que lamían sus paredes de madera. La chiquilla ahogó un grito de angustia al ver el que había sido su hogar reduciéndose poco a poco a cenizas.
—Tu turno, Ayame-san. Tratar de extinguir ese fuego.
Pero la kunoichi ni siquiera había necesitado la instrucción para actuar. Ya se había adelantado, entrelazando las manos todo lo rápido que era capaz.
—¡Suiton: Mizurappa!
Inspiró hondo y al volver a lanzar el cuerpo hacia delante exhaló un chorro de agua a presión que dirigió contra las llamas de uno de los agujeros que se estaban abriendo en la pared. El fuego no tardó en sisear al encontrarse con su enemigo mortal, pero Ayame no cejó en su empeño y dio un paso adelante. Y no pararía hasta estrangular aquel fuego.
Fue entonces cuando escuchó un grito de auxilio desde el interior de la casa. Y Ayame apretó las mandíbulas.
— ¿Ma...?
—Voy a entrar —indicó Ayame, girando la cabeza hacia Yota—. Yo soy el agua, así que puedo apañármelas con el fuego, y aunque la casa se derrumbara podré apañármelas para salir ilesa. Pero tú debes quedarte aquí con ella, Yota-san —añadió, señalando a la niña con un gesto con la cabeza antes de sacar un kunai, cortarse una manga de la camiseta y anudársela en torno a la nariz y a la boca para protegerse en la medida de lo posible del asfixiante humo que debía haber en el interior de la casa—. No podemos permitir que la niña intente entrar, es demasiado peligroso para ella, y alguien debe quedarse protegiéndola. No os preocupéis, saldré enseguida y sacaré a tus papás de ahí.
—Cierto. Lo siento —asintió ella, antes de acelerar un poco el ritmo de sus zancadas.
Así, los dos shinobi, la araña y la niña que cargaba Yota a su espalda se dirigieron a toda velocidad hacia el origen de la explosión, siguiendo el sendero que atravesaba la arboleda. Y no tardaron en encontrarlo. Tal y como habían previsto, la columna de humo surgía de una casa que a duras penas lograba mantenerse en pie mentras luchaba estoicamente contra las lenguas de fuego que lamían sus paredes de madera. La chiquilla ahogó un grito de angustia al ver el que había sido su hogar reduciéndose poco a poco a cenizas.
—Tu turno, Ayame-san. Tratar de extinguir ese fuego.
Pero la kunoichi ni siquiera había necesitado la instrucción para actuar. Ya se había adelantado, entrelazando las manos todo lo rápido que era capaz.
—¡Suiton: Mizurappa!
Inspiró hondo y al volver a lanzar el cuerpo hacia delante exhaló un chorro de agua a presión que dirigió contra las llamas de uno de los agujeros que se estaban abriendo en la pared. El fuego no tardó en sisear al encontrarse con su enemigo mortal, pero Ayame no cejó en su empeño y dio un paso adelante. Y no pararía hasta estrangular aquel fuego.
Fue entonces cuando escuchó un grito de auxilio desde el interior de la casa. Y Ayame apretó las mandíbulas.
— ¿Ma...?
—Voy a entrar —indicó Ayame, girando la cabeza hacia Yota—. Yo soy el agua, así que puedo apañármelas con el fuego, y aunque la casa se derrumbara podré apañármelas para salir ilesa. Pero tú debes quedarte aquí con ella, Yota-san —añadió, señalando a la niña con un gesto con la cabeza antes de sacar un kunai, cortarse una manga de la camiseta y anudársela en torno a la nariz y a la boca para protegerse en la medida de lo posible del asfixiante humo que debía haber en el interior de la casa—. No podemos permitir que la niña intente entrar, es demasiado peligroso para ella, y alguien debe quedarse protegiéndola. No os preocupéis, saldré enseguida y sacaré a tus papás de ahí.