27/08/2015, 06:48
Otro día más corría por el país de la tormenta. Ichiro que hace ya algún tiempo estaba intentando perfeccionar una nueva técnica se dirigía, como todos los fines de semana hacia el valle del fin. Pero ¿porque un shinobi se dirigiría a un lugar tan distante a entrenar?, en realidad esa zona era muy especial, el clima era extremadamente agradable, por su localización entre los tres país, la falta de lluvia endurecía al joven que había estado toda su vida en Ame, a la par que la cascada y el lago le proporcionaban agua para sus técnicas. Sin lugar a dudas, era un buen sitio para desenvolverse. Ichiro también creía que la imagen de los salvadores lo ayudaban a canalizar su energía, ya que su “presencia” le generaba un buen augurio, y sin descartar la inspiración que le emanaban estas estatuas.
Esa misma mañana, muy temprano, casi sin dejar que el sol asomara emprendió su camino, como todos los días llevaba las pocas cosas que tenía y algunos víveres para almorzar. Caminaba a paso lento, mientras disfrutaba los alrededores del sendero, los truenos y la lluvia eran casi insonoros para él, a causa de la costumbre de vivir años bajo nubes de tormenta. Aunque esta hiciera el mayor esfuerzo para que sus gotas repercutieran el suelo como un tambor Ichiro no les prestaría mucha atención, prácticamente toda su vida había escuchado ese traqueteo.
Los pájaros daban sus conciertos y las ranas se trasladaban de un lado a otro, saltando cada vez que veían la presencia del joven acercarse. La calle era totalmente de piedra adornada por musgo entre adoquines, no era nada especial, la mayoría de las calles de Amegakure eran así.
El muchacho seguía contemplando los paisajes que le rodeaban, la lluvia que lo venía acompañando hace un par de horas caía con más debilidad o nula, los truenos y rayos ya se habían rendido hace mucho, casi sin darse cuenta estaba llegando a su destino, el chico ya se había transitado el camino muchas veces, así que le resultaba mucho mas "corto" de lo que en realidad era. La temperatura más templada, la flora muy diferente a la de un principio y la serenata de la catarata cayendo sobre el rio eran su cinta de meta.
Rumbeando hacia las cabezas que eran lo primero que asomaba en el camino desde lejos, Ichiro se detuvo al ver que había dos personas frente a las estatuas, aunque su presencia era totalmente pusilánime para él, los observaba mientras se acercaba al lugar, hasta que pudo divisar que traían bandas de Uzu. ¿Pero que hacían ninjas del país de la espiral allí? Aunque descarto la posibilidad de ser espías, ya que iban transitando los caminos más concurridos de la región por los mercaderes.
El joven llevaba su bandana escondida bajo su bufanda, asumió que no tendría ningún tipo de problemas, ya que ellos eran dos y él era solo uno. Desconfiado camino hasta un descampado que estaba situado al costado del rio donde desembocaba la catarata. Mientras dejaba su mochila en el suelo, echaba unos vistazos a la posición de aquellas personas esperando que se alejaran del lugar ya que su presencia extraña lo incomodaba.
Esa misma mañana, muy temprano, casi sin dejar que el sol asomara emprendió su camino, como todos los días llevaba las pocas cosas que tenía y algunos víveres para almorzar. Caminaba a paso lento, mientras disfrutaba los alrededores del sendero, los truenos y la lluvia eran casi insonoros para él, a causa de la costumbre de vivir años bajo nubes de tormenta. Aunque esta hiciera el mayor esfuerzo para que sus gotas repercutieran el suelo como un tambor Ichiro no les prestaría mucha atención, prácticamente toda su vida había escuchado ese traqueteo.
Los pájaros daban sus conciertos y las ranas se trasladaban de un lado a otro, saltando cada vez que veían la presencia del joven acercarse. La calle era totalmente de piedra adornada por musgo entre adoquines, no era nada especial, la mayoría de las calles de Amegakure eran así.
El muchacho seguía contemplando los paisajes que le rodeaban, la lluvia que lo venía acompañando hace un par de horas caía con más debilidad o nula, los truenos y rayos ya se habían rendido hace mucho, casi sin darse cuenta estaba llegando a su destino, el chico ya se había transitado el camino muchas veces, así que le resultaba mucho mas "corto" de lo que en realidad era. La temperatura más templada, la flora muy diferente a la de un principio y la serenata de la catarata cayendo sobre el rio eran su cinta de meta.
Rumbeando hacia las cabezas que eran lo primero que asomaba en el camino desde lejos, Ichiro se detuvo al ver que había dos personas frente a las estatuas, aunque su presencia era totalmente pusilánime para él, los observaba mientras se acercaba al lugar, hasta que pudo divisar que traían bandas de Uzu. ¿Pero que hacían ninjas del país de la espiral allí? Aunque descarto la posibilidad de ser espías, ya que iban transitando los caminos más concurridos de la región por los mercaderes.
El joven llevaba su bandana escondida bajo su bufanda, asumió que no tendría ningún tipo de problemas, ya que ellos eran dos y él era solo uno. Desconfiado camino hasta un descampado que estaba situado al costado del rio donde desembocaba la catarata. Mientras dejaba su mochila en el suelo, echaba unos vistazos a la posición de aquellas personas esperando que se alejaran del lugar ya que su presencia extraña lo incomodaba.