9/05/2018, 22:20
Juro titubeó antes de dejar atrás a su compañero, por suerte, no titubeó lo suficiente como para perder al cazador. Corrieron esquivando troncos de bambú durante unos minutos, sin detenerse hasta que el bambú desapareció, dejando una bonita vista de una pequeña aldea. Pequeña significa que habría unas cincuenta casas, ciento y pico personas.
Estaban en una colina que estaba ligeramente elevada así que podían ver de donde venía el fuego sin problema. Unos cuantos hombres echaban muebles de bambú a una distancia prudencial de la entrada de la aldea y del bosque. Lo habían rodeado de piedras de un tamaño considerable por si se les iba de las manos.
Jin solo se detuvo un segundo para localizar su objetivo, entonces bajó a toda prisa por la empinada bajada que tenía ante él con la maestría del buen cazador todoterreno.
— ¡Apagad eso! ¡Rápido! — gritó mientras se alejaba.
Los hombres parecieron reconocer al cazador, porque empezaron a mascullar algo entre ellos y el más corpulento se interpuso entre él y el fuego.
— Mira, el alcalde nos ha dicho que nos deshagamos de esto cuanto antes y lo mejor es quemarlo y ya. No podemos correr el riesgo de que lo huelan.
El cazador no respondió de inmediato, hizo ademanes de desesperación señalando al fuego, la columna de humo.
— ¡¿La columna de humo te parece buena idea para NO esparcir el olor?!
— ¡Son animales! En cuanto vean el fuego no se atreverán a acercarse.
Algunos de sus compañeros asintieron o rebuznaron en tono aprobador dándole la razón a su cabecilla. El cazador examinó a ese grupo de locos y no le fue fácil determinar que no iba a poder detenerles por sí mismo, se giró a Juro, y si estaba tras él o a una distancia asequible le diría:
— Juro, apaga el fuego antes de que vengan, ignora a estos patanes.
Si tenía que decirlo a gritos, lo diría, sin preocuparse de quien lo escuchase.
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Daigo vería a Jin y Juro desaparecer entre bambús y justo cuando se dispusiese a salir del agua vería una cosa peluda ante él. Peluda y en blanco y negro. Si echaba un vistazo alrededor vería dos, tres, hasta cuatro osos pandas de diferentes tamaños con los ojos inyectados en sangre, pero ninguno le miraba a él. Parecían embelesados por el humo.
Tras un breve olfateo a Daigo, el oso que tenía ante él le ignoró y siguió su camino por donde se habían ido su compañero y el cazador.
Estaban en una colina que estaba ligeramente elevada así que podían ver de donde venía el fuego sin problema. Unos cuantos hombres echaban muebles de bambú a una distancia prudencial de la entrada de la aldea y del bosque. Lo habían rodeado de piedras de un tamaño considerable por si se les iba de las manos.
Jin solo se detuvo un segundo para localizar su objetivo, entonces bajó a toda prisa por la empinada bajada que tenía ante él con la maestría del buen cazador todoterreno.
— ¡Apagad eso! ¡Rápido! — gritó mientras se alejaba.
Los hombres parecieron reconocer al cazador, porque empezaron a mascullar algo entre ellos y el más corpulento se interpuso entre él y el fuego.
— Mira, el alcalde nos ha dicho que nos deshagamos de esto cuanto antes y lo mejor es quemarlo y ya. No podemos correr el riesgo de que lo huelan.
El cazador no respondió de inmediato, hizo ademanes de desesperación señalando al fuego, la columna de humo.
— ¡¿La columna de humo te parece buena idea para NO esparcir el olor?!
— ¡Son animales! En cuanto vean el fuego no se atreverán a acercarse.
Algunos de sus compañeros asintieron o rebuznaron en tono aprobador dándole la razón a su cabecilla. El cazador examinó a ese grupo de locos y no le fue fácil determinar que no iba a poder detenerles por sí mismo, se giró a Juro, y si estaba tras él o a una distancia asequible le diría:
— Juro, apaga el fuego antes de que vengan, ignora a estos patanes.
Si tenía que decirlo a gritos, lo diría, sin preocuparse de quien lo escuchase.
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Daigo vería a Jin y Juro desaparecer entre bambús y justo cuando se dispusiese a salir del agua vería una cosa peluda ante él. Peluda y en blanco y negro. Si echaba un vistazo alrededor vería dos, tres, hasta cuatro osos pandas de diferentes tamaños con los ojos inyectados en sangre, pero ninguno le miraba a él. Parecían embelesados por el humo.
Tras un breve olfateo a Daigo, el oso que tenía ante él le ignoró y siguió su camino por donde se habían ido su compañero y el cazador.