13/05/2018, 18:12
Fugaz, como un meteorito que amenaza la tierra en una película, el chico atravesó el pasadizo de maderos temblantes y fuego. Cual fue su suerte que apenas habiendo cruzado, los maderos cedieron y el techado de losetas de barro terminó cayendo. El estruendo fue enorme, y las cenizas se alzaron aún mas con ello. Sin embargo, no había tiempo de miramientos. Su vista no cesaba de buscar al frente a los posibles aldeanos a salvar, después de todo él era quien debía salvarlos, con o sin ayuda. No estaba dispuesto a dejar escapar mas vidas.
Su corazón se encogió como un puñado de pipas en la mano a mitad de una reunión social. Inevitable. Sus ojos se abrieron mas de lo habitual, mientras que sus orbes parecieron encogerse, acto reflejo del impacto que le ofrecía la vista. Todo a su frente era un mar de discordia, donde por suerte o desgracia, nadie nadaba. Todo eran restos de cuerpos calcinados, huesos con algún resto de carne muy hecha, e incluso cadáveres de gente que habían sucumbido a la asfixia.
—¡Mierda, mierda, mierda, mierda! —se repitió a sí mismo una y otra vez.
Pero su oído le dio un atisbo de esperanza entre tanto caos. A lo lejos había un granero, o algún tipo de edificación típica de granjería. Sus puertas estaban saturadas de cadáveres de animales, pero allí entre tanta muerte habían aún personas luchando por vivir. Los golpes de éstos alertaron al chico, aún habían esperanza para algunos.
Pero, el susodicho edificio de madera andaba rodeado de heno, en montones alarmantes, aunque muy bien ordenados eso si. Lo que llamaba la atención no era precisamente el orden de éstos, la verdad. El heno parecía dispuesto como para dar castigo a una mujer dedicada a la hechicería en tiempos medievales. No daban para nada buena pinta.
Allí no había ninguna bruja, ¿no?
El chico corrió de nuevo, atosigado aún por la intensa humareda que había a su alrededor, y tedioso ante tanto calor como desprendía el incendio que tenía también rodeándolo. Se aproximó a la entrada del lugar, donde pudo ver que efectivamente los cadáveres de animales bloqueaban el paso. Los gritos de auxilio le hacían erizar la piel. Tenía que hacer algo, y rápido.
—¡Tranquilos! ¡soy Inuzuka Etsu, genin de Kusagakure! ¡les voy a salvar! —aseguró, aunque no estaba seguro ni él mismo —¡por favor aléjense de la puerta, voy a derribarla! ¡háganse a un lado!
Y, sin pensarlo demasiado, se antepuso a su gran obstáculo —la puerta— realizó una combinación de tres sellos manuales y tras ello acumuló en sus pulmones tanto aire que pareció que le iban a estallar. Su caja torácica se estiró tanto que daba miedo, pero ese susto apenas duró unos segundos. Tan rápido como había acumulado aire en sus pulmones, el chico exhaló una gran bocanada de aire en forma de bola. Casi parecía una bala de cañón, la cuál se precipitó sin miramientos contra la parte media-alta de la puerta. Su objetivo estaba claro, ya fuese derrumbada por completo o a medias, tendría una forma de entrar o de sacar a la gente allí atrapada. Los cadáveres de animales le servirían —aunque fuese asqueroso— de escaleras improvisadas.
Su corazón se encogió como un puñado de pipas en la mano a mitad de una reunión social. Inevitable. Sus ojos se abrieron mas de lo habitual, mientras que sus orbes parecieron encogerse, acto reflejo del impacto que le ofrecía la vista. Todo a su frente era un mar de discordia, donde por suerte o desgracia, nadie nadaba. Todo eran restos de cuerpos calcinados, huesos con algún resto de carne muy hecha, e incluso cadáveres de gente que habían sucumbido a la asfixia.
—¡Mierda, mierda, mierda, mierda! —se repitió a sí mismo una y otra vez.
Pero su oído le dio un atisbo de esperanza entre tanto caos. A lo lejos había un granero, o algún tipo de edificación típica de granjería. Sus puertas estaban saturadas de cadáveres de animales, pero allí entre tanta muerte habían aún personas luchando por vivir. Los golpes de éstos alertaron al chico, aún habían esperanza para algunos.
Pero, el susodicho edificio de madera andaba rodeado de heno, en montones alarmantes, aunque muy bien ordenados eso si. Lo que llamaba la atención no era precisamente el orden de éstos, la verdad. El heno parecía dispuesto como para dar castigo a una mujer dedicada a la hechicería en tiempos medievales. No daban para nada buena pinta.
Allí no había ninguna bruja, ¿no?
El chico corrió de nuevo, atosigado aún por la intensa humareda que había a su alrededor, y tedioso ante tanto calor como desprendía el incendio que tenía también rodeándolo. Se aproximó a la entrada del lugar, donde pudo ver que efectivamente los cadáveres de animales bloqueaban el paso. Los gritos de auxilio le hacían erizar la piel. Tenía que hacer algo, y rápido.
—¡Tranquilos! ¡soy Inuzuka Etsu, genin de Kusagakure! ¡les voy a salvar! —aseguró, aunque no estaba seguro ni él mismo —¡por favor aléjense de la puerta, voy a derribarla! ¡háganse a un lado!
Y, sin pensarlo demasiado, se antepuso a su gran obstáculo —la puerta— realizó una combinación de tres sellos manuales y tras ello acumuló en sus pulmones tanto aire que pareció que le iban a estallar. Su caja torácica se estiró tanto que daba miedo, pero ese susto apenas duró unos segundos. Tan rápido como había acumulado aire en sus pulmones, el chico exhaló una gran bocanada de aire en forma de bola. Casi parecía una bala de cañón, la cuál se precipitó sin miramientos contra la parte media-alta de la puerta. Su objetivo estaba claro, ya fuese derrumbada por completo o a medias, tendría una forma de entrar o de sacar a la gente allí atrapada. Los cadáveres de animales le servirían —aunque fuese asqueroso— de escaleras improvisadas.
~ No muerdas lo que no piensas comerte ~