14/05/2018, 15:55
En medio de la creciente discusión, Karma se atrevió a hacer una audaz propuesta: resolver sus diferencias con una partida al shōgi.
El más alto de ellos apenas le dio importancia.
—No tendría emoción. Ezta claro que ganaría yo.
—Pero, ¿qué dishes, cabesha hueca? —replicó el otro, encendido—. No sheríash capaz ni de comerme un peón.
—¿¡Cómo dicez!?
La discusión siguió escalando, de suerte que, por algún milagro inexplicable, los dos hombres se pusieron de acuerdo en una cosa: jugar la condenada partida al shōgi. Así pues, la kunoichi consiguió adentrarse al fin en la acogedora posada, donde más tarde descubriría que había hecho bien en quedarse. Al parecer, no había más posadas ni pueblos en kilómetros a la redonda. Con el poco cobijo que daban las planicies, el escaso sentido de orientación de la muchacha y el sol desapareciendo en el horizonte, la joven hubiese pasado una noche peliaguda, como poco.
El día siguiente pasó sin el menor incidente, salvo la de perderse alguna que otra vez y desviar su rumbo más de la cuenta. Pequeños contratiempos que le impidieron llegar al Bosque de la Hoja hasta que el sol, casi rozando ya el horizonte, teñise el cielo de un rojo morado. El color de un moratón.
En su camino al Lago de Shiona, se cruzó con una pequeña aldea, con una posada entre sus casas. Allí, en un lateral de ésta, un crío de no más de diez años, con ropas claras y desgastadas y una bufanda que le tapaba la boca y parte de la nariz, pintarrajeaba con un spray la pared del establecimiento, dejando lo que parecía ser a todas luces su particular firma: el MataNinjas. No había nadie en los alrededores que pudiese verlo salvo la propia Karma, quien debía decidir si seguir su rumbo al Lago de Shiona pese a lo tarde que era —todavía debían quedarle veinte minutos de trayecto—, alojarse allí y dejarlo para mañana, o quizá…
El más alto de ellos apenas le dio importancia.
—No tendría emoción. Ezta claro que ganaría yo.
—Pero, ¿qué dishes, cabesha hueca? —replicó el otro, encendido—. No sheríash capaz ni de comerme un peón.
—¿¡Cómo dicez!?
La discusión siguió escalando, de suerte que, por algún milagro inexplicable, los dos hombres se pusieron de acuerdo en una cosa: jugar la condenada partida al shōgi. Así pues, la kunoichi consiguió adentrarse al fin en la acogedora posada, donde más tarde descubriría que había hecho bien en quedarse. Al parecer, no había más posadas ni pueblos en kilómetros a la redonda. Con el poco cobijo que daban las planicies, el escaso sentido de orientación de la muchacha y el sol desapareciendo en el horizonte, la joven hubiese pasado una noche peliaguda, como poco.
• • •
El día siguiente pasó sin el menor incidente, salvo la de perderse alguna que otra vez y desviar su rumbo más de la cuenta. Pequeños contratiempos que le impidieron llegar al Bosque de la Hoja hasta que el sol, casi rozando ya el horizonte, teñise el cielo de un rojo morado. El color de un moratón.
En su camino al Lago de Shiona, se cruzó con una pequeña aldea, con una posada entre sus casas. Allí, en un lateral de ésta, un crío de no más de diez años, con ropas claras y desgastadas y una bufanda que le tapaba la boca y parte de la nariz, pintarrajeaba con un spray la pared del establecimiento, dejando lo que parecía ser a todas luces su particular firma: el MataNinjas. No había nadie en los alrededores que pudiese verlo salvo la propia Karma, quien debía decidir si seguir su rumbo al Lago de Shiona pese a lo tarde que era —todavía debían quedarle veinte minutos de trayecto—, alojarse allí y dejarlo para mañana, o quizá…